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En busca del tiempo perdido

Por: David Tobón Orozco

Profesor titular – Universidad de Antioquia


Si el bienestar económico se representa por el flujo de bienes y servicios disponibles, nuestra sociedad cada vez está más boyante. Esta percepción resulta aparente dado que la economía ha estado sujeta a embates que la dejan cada vez menos resiliente, es decir, que funciona en condiciones que la sostienen más precarias que las anteriores y más vulnerables a perturbaciones externas.


Primero estuvieron las crisis financieras que muestran la fragilidad y supeditación de la economía real a los juegos especulativos de corto plazo. Luego la pandemia paralizó la actividad económica y la interacción social, llevando a impensables restricciones a la movilidad y gastos públicos para poder mantener a flote el aparato productivo y el consumo de subsistencia de los hogares. Lo anterior, sin tener claridades sobre el control venidero de sus variantes u otras pestes. Enfrentamos problemas sociopolíticos debido a la pobreza, las migraciones, la agitación social y gobiernos frágiles. Todo esto enmarcado en una degradación climática incontrolable con probables efectos catastróficos en los estilos de vida desbordantes a los que nos acostumbramos.


Estas dinámicas han estado fundamentadas en un modelo de desarrollo basado en el libre mercado, la desregulación, la liberalización comercial y las privatizaciones; junto con la idea de un Estado subsidiario mínimo. Un modelo justificado en que un Estado grande significa mayores trabas e impuestos a la actividad económica, regulaciones que sólo favorecen a determinados grupos de interés y comportamientos buscadores de rentas por parte de los agentes económicos, en lugar de empresariales e innovadores, todo con cargo al tesoro público.

Colombia es un caso a medias, con una apertura económica que motivó: la especialización exportadora de materias primas y minería extractiva; la reducción de la participación de la industria manufacturera, haciendo parte de cadenas de valor cada vez más pequeñas y menos estratégicas; la generación de empleo sustentada en, su mayoría, en los servicios y el comercio; la participación desmedida de las economías informales e ilegales; y un Estado de tamaño medio pero ineficiente, débil, mal descentralizado y capturado por políticos y distintos grupos de interés privados.


Se ha estado hablando de las restricciones al comercio basadas en la escasez de contenedores y barcos, porque las economías están creciendo a tasas desbordadas en busca del tiempo perdido por la pandemia Covid 19, multiplicando n veces los fletes marítimos. Se debe recordar que el atasco del gigantesco buque Ever given, en el canal de Suez, ya había puesto en jaque a una de las rutas comerciales más importante del mundo en marzo. Luego aparecen los mensajes de alarma de comerciantes y productores pidiéndole al Gobierno que enfrente la crisis reduciendo aranceles a cero en materias primas, que en su mayoría ya no se producen en el país, y de algunos productos al 5%. Estos mensajes de auxilio revelan, por ejemplo, que importamos maíz amarillo, trigo, cebada, fríjol, lentejas y garbanzo para consumo humano y animal; que la mayoría de los insumos para producir pinturas no son locales; que para producir cerveza se importan la cebada, el trigo, el lúpulo y la hojalata, entre muchos otros.ꝉ


Es importante preguntamos si estas alarmas son síntoma de “la fragilidad de las cadenas de valor globales y los desafíos asociados al aprovisionamiento de economías lejanas” (Pla Barber et al., 2021), y una oportunidad para subvertir las tendencias de especialización y fragilidad de la economía colombiana al depender de gran cantidad de insumos y bienes importados. Las pandemias, los problemas de seguridad y la crisis de los fletes también dan señales para ser autosuficientes en algunos bienes como son los alimentos, algunos productos farmacéuticos y médicos, y componentes de las cadenas de valor que localmente pueden ser más costosos, pero que disminuyen problemas de seguridad y confiabilidad en el suministro y ayudarían a reconfigurar la producción nacional. Además, se observa una reconfiguración de las cadenas de valor mundial hacia lo regional, replicándose estas cadenas en las principales regiones del mundo o relocalizando algunas operaciones de producción más cerca de los consumidores.



Se tienen retos inmediatos como mejorar la precaria infraestructura interna de transporte, logística y comunicaciones; fomentar la inversión extranjera directa desde economías más sostenibles y que integren a la producción local a eslabones más estratégicos de las cadenas de valor; ajustar la oferta de educación superior a las demandas del mercado laboral; apoyar directamente a los clústeres empresariales que vinculen las Mypymes, donde hay mucho empleo y creatividad pero escaso acceso a fondos para aumentar la formalización, la competitividad y la inserción en las cadenas de valor locales y regionales.


También hay retos enormes como incorporar tecnologías emergentes sustentadas en fábricas digitales, capaces de realizar una fabricación versátil con producciones de menor escala, y atender la nueva tendencia de la customización que facilita la producción personalizada y que rompe con el modelo de provisión a gran escala de bienes y servicios homogéneos que tiende a desaparecer.


Si seguimos especializados en insumos primarios o en sectores donde las economías de escala y los costos mínimos son clave, compitiendo por ofrecer costos laborales, tributación y legislaciones ambientales más flexibles en lugar de talento, calidad y tecnología, estaremos alejados de las oportunidades que hoy ofrece el comercio internacional y condenados a ser el último eslabón de las cadenas de valor. Las nuevas materias primas tienden a hacer más uso de la biotecnología, la nanotecnología y las energías alternativas, las cuales son más eficientes y sostenibles. ¿Qué pasará a mediados del próximo decenio cuando se sustituya en el mundo los combustibles de origen fósil que abarcan hoy el 43% las exportaciones de Colombia?


Para atender la pandemia se acudió a la ortodoxia económica más pura y se desaprovechó una oportunidad de oro con los más de 40 billones destinados a sortear el hambre, mantener el empleo y las máquinas funcionando; pero sin pensar en que estas ayudas podrían haberse condicionado, luego de la primera etapa, a capacitación laboral y creación de valor agregado, principalmente en pequeñas y medianas empresas, y a mejorar la precaria infraestructura de bienes públicos.


El status quo que tenemos es el de una economía basada en la disminución de costos para poder competir, se trata de una coordinación entre productores y comerciantes que funciona mediante las señales de precios del mercado sin creación de recursos y capacidades en las empresas. Eso está bien sólo en un mundo estático donde las empresas son iguales y el mercado funciona perfectamente. Este status se complementa con un gobierno poco inteligente, con incentivos fiscales muy heterogéneos y con grandes trabas burocráticas que no crean las condiciones mínimas para una economía más productiva.


Solo se saldría de esta lógica mercado-estado si se operara dentro de un conjunto de instituciones, estructuras de coordinación y redes de intercambio de información más amplios (Fainshmidt et al., 2018). Esto significa la apuesta por un modelo de intervención económica que cree en los incentivos que genera el mercado, pero que requiere de instituciones inteligentes de apoyo y de subsidiaridad.


De ahí que desde los gremios conviene insistir en la consolidación de las instituciones existentes de fomento al desarrollo desde el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, Procolombia, los bancos de fomento, y el Sistema Nacional de Innovación. Todos los actores sociales deberían converger en la idea de una Misión para una sociedad más equitativa, sostenible y resiliente (Mazucatto, 2021), que se defina la agenda política venidera y de largo plazo en términos objetivos y específicos sin que los partidos políticos condicionen el futuro de la economía a sus intereses particulares o a las visiones de sociedad del pasado, que permitan la transparencia y la rendición de cuentas, que puedan contar con instrumentos financieros y ayuda internacional de soporte y que estén acompañados de capacidades institucionales donde converja lo público y lo privado.

ꝉ También en los Días sin IVA los comerciantes aprovechan el estímulo oficial para deshacerse de inventarios con escaso o nulo valor agregado nacional y con efectos insignificantes en la economía, motivando a que los consumidores gasten y conviertan en obsoleto lo que hoy se usa mucho antes que pierda su utilidad material.

Referencias

Fainshmidt, S., Judge, W. Q., Aguilera, R. V., Smith, A. 2018. Varieties of institutional systems: A contextual taxonomy of understudied countries. Journal of World Business, 53(3), 307-322.

Mazzucato, M., 2021. The Mission-Driven Economy. MIT Press.

Pla-Barber, J., Villar, C. and Narula, R., 2021. Governance of global value chains after the Covid-19 pandemic: A new wave of regionalization?. Business Research Quarterly.

 

*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido su autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.





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