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Elecciones 2018 Duque y fajardo: las ambigüedades y paradojas del centro

Por: Jorge Andres Hernández. Coordinador Línea de Democracia & Gobernabilidad 


La vigencia de izquierda y derecha 

Mientras “el centrismo” parece estar llegando a su fin como modelo político dominante en el mundo occidental de las últimas dos décadas, en Colombia hay una glorificación de la ambigua categoría (cualquiera sea su contenido). En efecto, en Norteamérica y en Europa, de un lado, se percibe una progresiva radicalización de la izquierda y de la derecha, que contradice “el centrismo” de décadas pasadas, cuando los partidos demócrata-cristianos (derecha moderada) y los socialdemócratas (izquierda moderada) habían llegado a puntos de acuerdo que parecían haber difuminado las diferencias históricas entre los partidos dominantes de la vida política occidental. Hay muchos ejemplos: los últimos gobiernos del PSOE español, del Partido Socialdemócrata alemán y del laborismo inglés poco se diferenciaron de los de sus rivales electorales (el PP, la Unión Cristiano Demócrata y del Partido Conservador) en política económica. Es lo que Tariq Ali denominó (con ambigüedad posmoderna) el triunfo del “extremo centro” (Tariq Ali, “El Extremo Centro”, Madrid, Alianza Editorial, 2015), esto es, una especie de consenso entre el bipartidismo tradicional para desarrollar políticas de libre mercado que generaron mayor desigualdad en la población común y que ha sido analizada en la célebre obra de Thomas Piketty.

La prevalencia del “extremo centro” durante un par de décadas, ha cedido frente al avance de perspectivas de izquierda (no revolucionarias, pero más radicales) en el seno de la socialdemocracia europea y norteamericana, como al fortalecimiento de perspectivas de extrema derecha en Europa y Estados Unidos. El surgimiento de Podemos en España, las candidaturas de Jeremy Corbyn en el laborismo inglés y de Martin Schulz en la socialdemocracia alemana, como la de Bernie Sanders en el partido demócrata de los Estados Unidos, son ejemplos de una izquierda crítica con la deriva centrista de los partidos socialdemócratas en años pasados. Al mismo tiempo, el crecimiento del Frente Nacional en Francia, de Alternativa para Alemania, el Partido de la Libertad en Austria, Ciudadanos en España y de otras formaciones de derecha nacionalista, como la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, han demostrado el fin de la moderación en el debate político de esos contextos geográficos.

Si en algún lugar ha estado vigente la díada izquierda-derecha (no centrista) es en América Latina. Tras el fin de las dictaduras militares en buena parte del continente, le sucedieron gobiernos centristas neoliberales, que luego dieron paso a una oleada de gobiernos de izquierda que llegó al poder mediante competencias electorales. Tras el triunfo de Chávez en las elecciones venezolanas de 1999, hubo una oleada inédita de gobiernos de izquierda en la región (Ecuador, Bolivia, Brasil, Uruguay), que generó un giro histórico en la política de la región. Hoy presenciamos un giro a la derecha pero, en cualquier caso, el debate visceral entre izquierda y derecha sigue vigente en la cultura política latinoamericana. La política latinoamericana es cualquier cosa menos centrista.

La ambigüedad de la política colombiana: el extremo centro

En Colombia existen partidos clientelistas, sin diferencias ideológicas claras. Mientras politólogos realizan clasificaciones de partidos políticos en otras latitudes, conforme a la ubicación en el espectro ideológico izquierda-derecha, aquí es imposible diferenciar entre La U, Cambio Radical, Partido Conservador, Partido Liberal y el Centro Democrático. De allí surgen fenómenos tan peculiares como que los presidentes más autoritarios y conservadores de la Colombia contemporánea provengan del partido liberal: Julio César Turbay Ayala y Álvaro Uribe Vélez.

Sin partidos políticos ideológicamente diferenciados, las categorías “izquierda”, “derecha” y “centro” son muy gaseosas. De acuerdo con el Barómetro de las Américas (2016), una de las encuestas sobre democracia más amplias aplicadas en el continente, el 28 por ciento de los colombianos dijo ser de centro, el 9 por ciento se ubicó en la izquierda y el 10 por ciento en la derecha. El 47 por ciento restante tuvo posiciones ambiguas, esto es, de izquierda en algunos ámbitos y de derecha en otros.

En una cultura política dominada por la ambigüedad y el centrismo (juntos suman el 75%), algunos intentan expresar y representar políticamente esa franja. Son quienes se autocalifican de “centro”, un peculiar y etéreo ámbito del espectro político que cuenta con dos candidaturas presidenciales: Iván Duque (Centro Democrático) y Sergio Fajardo (Coalición Colombia).  Dirigentes de ambas candidaturas  sostienen que la izquierda y la derecha son categorías caducas, pero paradójicamente los acompañan todo el tiempo en sus discursos y entrevistas, como fetiches reprimidos. La misma categoría de “centro” implica explícitamente que uno se define en relación con la díada izquierda-derecha, como aquello que uno quiere negar de modo furibundo, pero que lo atraviesa estructuralmente. Es un coqueteo claro con el célebre dictum borgiano: “Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos.”

Como si “el centro” no fuese ya un espacio notablemente ambiguo, los candidatos presidenciales Iván Duque y Sergio Fajardo se autodefinen en diversas entrevistas como de “extremo centro” (¿habrán leído al izquierdista Tariq Ali?), como lo hace Enrique Santos Calderón desde los años 90 y Noemí Sanín en las elecciones de 2002. Pero, ¿qué es el “extremo centro”? Sus voceros no han ahondado en una mayor clarificación conceptual: ha de suponerse que ambos carecen de “ideólogos”, pues ambos dicen haber abjurado de toda ideología. Por definición, el centrismo quiere denotar una moderación en la política, un distanciamiento de los extremos, esto es, izquierda y derecha. Sin embargo, la categoría “extremo centro” es un verdadero oxímoron, una contradicción en los términos, a no ser que pueda entenderse como una expresión involuntaria de aquello que uno quiere reprimir con todas las fuerzas, pero se desliza subrepticiamente en el lenguaje. O quizás podría entenderse mejor con lo que la cultura popular latinoamericana ha denominado “la filosofía de la Chilindrina”: “Pos ya sabes que yo como digo una cosa digo otra.”

El Centro Democrático

El autodenominado “Centro Democrático” (sic) es el partido que se ubica más a la derecha en el espectro político colombiano y cuyo nombre podría calificarse como el clímax del eufemismo nacional. Pese a los reiterados y hábiles intentos de Uribe por calificar su partido como de “centro”, voces más sinceras salen de cuando en cuando a flote. El exministro Fernando Londoño declaró en la segunda convención nacional del uribismo (2017): “Este partido se llama Centro Democrático por unas circunstancias ahí más o menos fortuitas, pero políticamente es todo, menos de centro. Este partido es de derecha, entiendo yo. Por lo menos, yo me declaro, sin ninguna vergüenza, de derecha dentro de esta confrontación política moderna.”

Con notable habilidad, Uribe ha logrado reunir en torno a su liderazgo caudillista a gente de derecha como Londoño y a renegados de la izquierda, reunidos todos en un visceral anti-izquierdismo. Quien repase las páginas de la Fundación Centro de Pensamiento Primero Colombia (filial del Centro Democrático) se encontrará con la difusión de columnas de muchos intelectuales (especialmente paisas), quienes en tiempos de juventud abrazaron alguna de las sectas del marxismo-leninismo, dedicaron muchos de sus mejores años a luchar por “la revolución”, pero luego consideraron que habían fracasado, así que abjuraron (en forma obsesivo-compulsiva) de todo aquello.

No es una casualidad que los escritos más feroces (en las páginas del CPPC) contra la izquierda provengan de quienes alguna vez recitaban con devoción las tesis filosóficas del Presidente Mao Tse Tung o luchaban por el advenimiento de un “hombre nuevo”. La ferocidad de los ataques contra la izquierda revela un mecanismo muy complejo de los conversos, que el psicoanálisis freudiano ha denominado sentimiento de culpabilidad y se manifiesta en autodesprecio y autocastigo. En el fondo, cuando los conversos atacan tan radicalmente a la izquierda, se atacan a sí mismos, atacan sus propias identidades juveniles del pasado que también abrazaron la causa revolucionaria y ahora quisieran borrar de un plumazo. Son obsesivamente anticomunistas, pero se niegan a ser calificados de derecha. Dicen ser liberales y centristas, pero si algo los define (como a sus antiguos camaradas de izquierda) es la ausencia de moderación.

Por eso no extraña que el Centro Democrático establezca una alianza con Alejandro Ordóñez, quien ha militado en grupos ultraconservadores y reaccionarios como la Fraternidad Sacerdotal San Pío X (defienden la misa en latín y se oponen a las reformas del Concilio Vaticano II), Tradición Familia y Propiedad (con quienes quemó libros en Bucaramanga de García Márquez, Marx y Rousseau) y en la Comunidad Tradicionalista (es Caballero de la Orden de la Legitimidad Proscrita). Ordóñez no es un conservador que quiere simplemente conservar las tradiciones. Es un reaccionario antiliberal y anticomunista que quiere volver atrás: se opone a la independencia de la Nueva Granada (hoy Colombia), anhela retornar a una monarquía borbónica y se opone a las conquistas de la modernidad: la secularización, la separación entre iglesia y estado, la igualdad de derechos.

En suma, el Centro Democrático es una convención muy peculiar de ultraderechistas e izquierdistas renegados, a quienes une el odio a la izquierda. El “centrismo” parece ser solo un velo para refugiarse en las categorías ambiguas que tanto gustan en la posmodernidad.

El centrismo de Fajardo

A diferencia de muchos del Centro Democrático, Fajardo no tiene un pasado de izquierda ni de derecha. El centrismo de Fajardo surge como expresión de un intento de modernización política frente al clientelismo paisa y en momentos en que se popularizó la idea de la tecnocracia como mejor forma de gobierno. En esta perspectiva, deben decidir los expertos, no los políticos clientelistas, con fundamento en la experticia, especialmente la científica, técnica o académica. Su idea de fondo es que la ideología (de izquierda o derecha) contamina todo e impide tomar las mejores decisiones. Pasa por alto que en una sociedad tan desigual, muchas decisiones de gobierno implican decisiones técnicas e ideológicas (al tiempo). Pero así se ha movido siempre en la escena política: ni de izquierda ni de derecha, ni uribista ni antiuribista (dice).

Se trata de un centrismo difícil de clasificar porque promueve una especie de vacío ideológico, un territorio muy ambiguo dónde ocultarse. Allí no hay certezas (como en la izquierda y en la derecha). Carece del sentido de utopía de la izquierda (una sociedad más igualitaria, un programa de reformas que libere de la actual opresión), pero también de la nostalgia propia del conservadurismo (recuperar los valores perdidos, defender la tradición que se encuentra en peligro). Es así un espacio moderado y racional, sin las emociones que despiertan la izquierda y la derecha. Eso le permite conectar con muchos sectores sociales (especialmente medios educados urbanos) agotados de la polarización y probablemente conecta con la ambigüedad política de muchos colombianos. Pero está por verse si ello funciona en un país tan emocional y apasionado.

Un ejemplo cumbre de la ambigüedad de este centrismo es un trino de la cabeza de lista en Bogotá a la Cámara de Representantes por la Alianza Verde, Juanita Goebertus, una notable jurista que asesoró el proceso de paz en La Habana: “¡Muchas gracias @sergio_fajardo por este reconocimiento tan especial! Yo tampoco creo que la forma de entender la realidad sea con rótulos de izquierda o de derecha que “le ponen un marco rígido a todas las discusiones”. Creo, como usted, en los principios.” El argumento central de este centrismo es que las categorías de izquierda y de derecha ya no sirven para explicar la realidad. Pero “los principios” serían las nuevas categorías. Ocurre que “tener principios” es una cosa para Alejandro Ordóñez y otra para Claudia López. Los principios se diferencian precisamente porque existe una concepción de sociedad diversa: unos quieren mayor igualdad, otros mayor libertad, los otros más seguridad y orden. Y es lo que clásicamente se entiende por principios de derecha e izquierda…

Paradójicamente, el movimiento de Fajardo alberga a muchos antiguos militantes de izquierda, en lo que se asemeja al Centro Democrático. Así fue en la Alcaldía de Medellín y en la Gobernación de Antioquia, cuando parecía la única opción para muchos realistas de izquierda, en un escenario caracterizado por la hegemonía del uribismo, el clientelismo corrupto, la marginalidad de la izquierda (a diferencia de Bogotá) y el proceso de conversión de muchos antiguos militantes de izquierda. Ello se acrecentó, por supuesto, en la Coalición Colombia, con movimientos que tradicionalmente han sido de izquierda, pero que hoy se ocultan en el centro.

Quizás no sea una casualidad que ambos “centrismos” (Centro Democrático y Coalición Colombia) provengan de la cultura paisa. Allí es aplastante el uribismo y la izquierda marginal. Ambos quieren escapar de la díada izquierda y derecha, pero albergan a muchos antiguos izquierdistas. La cultura política paisa es cualquier cosa menos centrista y moderada, pero allí se adora el eufemismo. Quizás por eso se entiende cuando Iván Duque y Sergio Fajardo dicen ser candidatos del “extremo centro”. Es una manera de ser moderados y extremistas al tiempo. Con ello expresan la confusión política del tiempo histórico.

Publicado en Razón Publica 

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