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«El uribismo está en graves aprietos»

Por: Redacción Pares


Hay un oasis en el desierto. El domingo 27 de octubre se produjo una de las más grandes derrotas del uribismo en unas elecciones, como se dice popularmente, les fue como a los perros en misa. El partido de Gobierno se encuentra fracturado internamente y todos los sectores buscan culpables. Será un mapa que marcará las presidenciales del 2022 y que deja un balance complejo. El líder del partido, el actual senador y expresidente Álvaro Uribe reconoció rápidamente el fracaso, aunque algunos de sus seguidores hacían todo tipo de cuentas para matizar el revés. Un análisis postelectoral de Ariel Ávila, Daniela Gómez y con la moderación de Juan Diego Castro.


Al revisar números y distribución política del territorio, no es solo un mal resultado, es una terrible derrota, pues, por un lado, se trata del partido de Gobierno y solo lograron un par de gobernaciones de 32 en disputa; de ellas, ninguna importante. Además, lograron 120 alcaldías de más de 1.100 que estaban en juego.


Por otro lado, el objetivo del expresidente era llegar a más de una decena de gobernaciones y 500 alcaldías, al final, se logró muy poco. Por si fuera poco, el partido de Gobierno, el Centro Democrático, perdió en sus bastiones políticos, territorios emblemáticos para este movimiento le dieron la espalda.


Por ejemplo, perdieron Medellín, la capital del uribismo; perdieron el departamento de Caldas y su capital Manizales, ambas estaban aseguradas días antes de elecciones. Fueron derrotados en el departamento del Huila; en la ciudad de Florencia, en el Caquetá; quedaron últimos en Bogotá y apenas lograron mantener la gobernación de Casanare y el selvático departamento del Vaupés lo conquistan por primera vez.


Internamente el partido se encuentra fracturado y todos los sectores buscan culpables. El sector más radical manifiesta que el actual presidente, Iván Duque, no “ayudó”, es decir, que no hizo presión otorgando cargos burocráticos o proyectos de inversión a sectores políticos para lograr apoyos hacia el partido.


En Colombia, tales prácticas son ilegales y antiéticas, pero muy normalizadas en el mundo político. Por su parte, los sectores moderados y autocríticos ven el problema en la forma como se escogieron los candidatos. Lo cierto es que, al hacer un análisis pausado, se podrían dar cuatro explicaciones.

En primer lugar, la ciudadanía le está cobrando al uribismo lo mal que ha gobernado Iván Duque. En campaña para las elecciones nacionales de 2018 prometieron un país imposible, pero aun así convencieron a millones; manifestaron que solucionarían un montón de problemas casi que de forma milagrosa y no lo han logrado hacer.


Por el contrario, una fracasada reforma tributaria y el anuncio de otras dos reformas, la pensional y la laboral, han disparado las críticas ciudadanas. Igualmente, la situación de seguridad en el país no mejora, y la estrategia de atacar el proceso de paz, evitar la “invasión” castrochavista y revivir a las FARC como el fantasma de la inseguridad les ha fracasado. La imagen del presidente Duque está en el 30% y solo lleva poco más de un año en el Gobierno.


En segundo lugar, en Colombia se podría decir que la estrategia de ser más uribistas que el propio Uribe no es exitosa. Un sector de la población colombiana ve al expresidente Uribe como un héroe y le perdonan casi todo, además le creen casi todo. Pero eso no pasa con sus candidatos uribistas. Muchos de ellos tienen discursos extremos, poco estructurados y muestran un radicalismo que asusta al país. Los discursos del odio y del miedo esta vez no lograron convencer a los ciudadanos.

En tercer lugar, no se escogieron bien los candidatos. En Medellín, escogieron a un hombre sin carisma, poco estructurado e hijo de una persona envuelta en varios escándalos como el de la parapolítica y el cartel de la Toga.


En Cúcuta, escogieron al dueño de una empresa que al parecer había financiado grupos paramilitares, y cuando fue denunciado por un periodista la única defensa fue acusar a dicho periodista de guerrillero.


Por último, los problemas judiciales del expresidente Uribe le han mostrado al país la otra cara del exmandatario. De una popularidad cercana al 70% ha pasado a menos del 40%. Esto significa que la derecha y la derecha radical deben comenzar a pensarse más allá de Álvaro Uribe, de cualquier otra forma solo les queda decrecer. A todo lo anterior se le debe sumar la guerra interna que afecta al partido, una verdadera batalla campal.


El panorama nacional , ganaron las viejas élites políticas


Tal vez la primera conclusión es que pierden estruendosamente los dos ganadores del 2018. Por un lado, el partido de Gobierno, el Centro Democrático, sufrió una debacle impresionante. Lo perdió casi todo. Por ejemplo, perdieron la ciudad de Medellín y el departamento de Antioquia, la casa del uribismo. Igualmente, perdieron la gobernación de Caldas y la ciudad de Manizales, así como el derechista territorio del Huila y el departamento del Meta.


De las gobernaciones importantes solo conservan Casanare. Todo lo demás lo perdieron. Apenas logran más de 100 alcaldías de las más de 1.100 que tiene el país. La meta del senador Uribe era la de ganar en 500 alcaldías. El otro gran perdedor es Gustavo Petro. No logró nada y en su bastión, Bogotá, su candidato quedó tercero con poco más de 400.000 votos.


Los ganadores tienen una doble cara. Por un lado, las fuerzas progresistas (Centro izquierda y Centro) lograron triunfos increíbles. Una mujer por primera vez fue elegida alcaldesa en la capital del país; además lograron Manizales la capital de Caldas; Florencia, la capital del sureño departamento del Caquetá.


También, consiguieron arrebatarle al cuestionado clan político de los Cotes la gobernación del Magdalena. También están los triunfos de Medellín y Cali, la segunda y tercera ciudad del país. Todas estas victorias muestran una ciudadanía nueva, progresista y diversa, que se preocupa por el ambientalismo, el animalismo, la lucha por los derechos de minorías sexuales, que entraron de forma fuerte en la política.


Los otros ganadores, son las viejas élites políticas de varias regiones del país. Los Char lograron controlar el departamento del Atlántico y la ciudad de Barranquilla; Dilian Francisca Toro colocó sucesora en el Valle del Cauca. Los Gnecco mantuvieron el control del Cesar; los Aguilar conquistaron de nuevo el departamento de Santander. Todas estas élites políticas se recuperaron de la derrota en 2018, se aliaron y ganaron en varias zonas del país. Ahora apostarán para las presidenciales del 2022.


Una tercera conclusión, además de los perdedores y los ganadores, se refiere al impacto del proceso de paz sobre el ejercicio electoral. Hace 20 años, centenares de puestos de votación debían ser trasladados. En muchas zonas rurales se quemaba el material electoral y miles de ciudadanos se quedaban sin votar.


Las guerrillas saboteaban el ejercicio electoral. Esta vez fue diferente. Solo se presentó un hecho de violencia en el departamento del Meta y un puesto de votación debió ser trasladado a la cabecera urbana del municipio de La Macarena. La paz rindió sus frutos y fueron las elecciones más tranquilas de los últimos años.


En el tema de todo el calendario electoral, sí fueron elecciones muy violentas, sobre todo violencia selectiva. más que en el 2015. Más de 230 víctimas de violencia política, se produjeron 190 hechos y 24 homicidios. Esa violencia selectiva tiene una explicación como el uso de la violencia como una herramienta de competencia política, una situación muy complicada para el gobierno nacional.

La cuarta conclusión se refiere al voto en blanco. En varios departamentos del país, allí donde ganaron las viejas élites políticas, el voto en blanco fue segundo o tercero en las votaciones. La población no tenía por quién votar, pues en muchos de estos departamentos estas élites ponían candidatos bisagras, es decir, de las mismas estructuras.


O, en otros casos, promovían indirectamente candidaturas inviables. También cabe la posibilidad de que estos niveles de voto en blanco en muchas zonas sean una expresión de rebeldía e inconformidad y muestran una población asqueada con la corrupción.


En definitiva, el mapa electoral de las locales arroja un panorama de nuevas ciudadanías, una derecha que debe pensarse más allá de Álvaro Uribe, viejos clanes renovados y autoritarismos regionales. Para las elecciones presidenciales de 2022 irían Federico Gutiérrez, una candidatura de los Char, Juan Manuel Galán va a jugar, Petro, Fajardo o Robledo -quien salga de la Alianza Verde- algún candidato del uribismo -Rafael Nieto Loaiza o Paloma Valencia – y Martha Lucía Ramírez también va a jugar de cara al 2022. Pero ojo, hay un cansancio del modelo de la democracia liberal en todo el mundo, y Colombia no sería la excepción.



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