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El realismo pastuso y la cruel navidad de 1822 (II)

Por: Guillermo Segovia Mora

Politólogo, abogado y periodista

Lea la primera parte de esta columna aquí.


El repudiable episodio de la “navidad sangrienta”, como tantos otros que degradan al ser humano en medio de la bestialidad de las guerras, ha servido en Pasto para fundamentar hasta el presente en el imaginario de algunos publicistas y jóvenes rebeldes, ávidos de héroes y mitos fundacionales propios, un contradictorio y obcecado antibolivarismo, a veces extremado con nostálgicas evocaciones monarquistas, y la exaltación fantasiosa de las hazañas de Agustín Agualongo.


En la trampa antinómica cayó la regional sur de la guerrilla bolivariana Movimiento 19 de Abril, al sustraer de la Iglesia de San Juan Bautista los supuestos restos del valiente, leal e intransigente líder realista para reivindicar su rebeldía, en un operativo similar a la “recuperación” de la Espada de Bolívar en Bogotá con la que se dio a conocer esta guerrilla en 1974. Estos elementos antagónicos en su significado fueron devueltos por el M19 al gobierno con la firma de la paz en 1989.


Antonio Navarro, mando del grupo y luego Constituyente, al parecer partícipe del mencionado “operativo”, en una iniciativa inexplicable como alcalde de la ciudad, propuso cambiar el nombre de la Plaza de Nariño (en honor al prócer traductor primigenio de los Derechos del Hombre y el Ciudadano) para honrar al caudillo monarquista y logró que así se nombrara una avenida vial. Y, en 2010, en la conmemoración del Bicentenario de la Independencia Nacional, siendo gobernador, Navarro decretó el “Año Agualongo”, en cuyo acto central se rindió homenaje a la urna mortuoria, retirada de la iglesia —a donde Navarro la había regresado— y trasladada, en desfile encabezado por él, a la plaza en la que se realizó una programación artística y académica y una misa campal bajo la enseña “Por nuestra tierra ¡Agualongo vive!”.


Esa visión reivindicativa anacrónica de ribetes pasionales renace de cuando en cuando en el arte y la literatura, como en el caso de la novela La carroza de Bolívar de Evelio Rosero, publicada en 2012, en la que el escritor hermana al revolucionario Carlos Marx con el ultraconservador pastuso Rafael Sañudo —ambos autores de cuestionadas biografías por sus exageraciones y animadversión— para fundamentar la “desacralización” del patriota venezolano, desaprobar su causa, mermar su hazaña y cobrar cuenta de sus desafueros.


La carroza “El Colorado”, del artesano Carlos Riberth Insuasty, ganadora de los Carnavales de Blancos y Negros de 2018, apela al nombre de un barrio, supuestamente llamado así por el río de sangre derramada aquella Navidad, para nombrar un motivo plagado de referencias condenatorias a Sucre y Bolívar y sus subalternos, aunque para otros no es más que la referencia al color del suelo de origen volcánico en las laderas del Galeras. Algunas canciones del grupo folk Bambarabanda, una cantata de Apalau motivada en el hecho y temas de otros conjuntos de música andina, son expresiones de protesta sobre la realidad actual, pero no dejan de reclamar a Agualongo como inspirador de su inconformidad.


Desde la propia Pasto son ingentes los esfuerzos de intelectuales y académicos por orientar una apreciación que, más allá de los incidentes, a veces imposibles de eludir o justificar, como la “navidad triste”, valore la magnitud del empeño bolivariano por la libertad de las colonias americanas de España, sin dejar de censurar las tropelías de esa obsesión intransigente. Libertad que los pastusos de entonces identificaban con el derecho a proclamarse súbditos de la monarquía y algunos hoy reclaman para fundamentar una beligerancia progresista. Un oxímoron en una historia patria plagada de falsedades y contradicciones.


Una nueva corriente de historiadores profesionales envía otras señales. Los indios de Pasto contra la República (1809-1824), de Jairo Gutiérrez, premio Alejandro Ángel Escobar de Ciencias Sociales en 2007, desentrañó las raíces de la subordinación y la resistencia, con relación a la propiedad y los arreglos sociales en torno a la explotación de la tierra, en donde la defensa del haber comunitario se mantiene hasta hoy.


Marcela Echeverry, a partir de las negociaciones y acomodos al interior de las relaciones monarquía-súbditos, señala que la de los indios pastusos realistas “estaba lejos de ser una actitud ‘ingenua’ y conservadora. Fue una opción política que los beneficiaba según sus posiciones de clase al interior de las comunidades”. De paso, refuta la historiografía patriótica que alimentó la escuela primaria de los colombianos, construida a partir de la discriminación y el supremacismo de la imposición republicana, basada en relatos de protagonistas parcializados como José Manuel Restrepo o José María Espinosa.


Como sorpresa, en el bicentenario de la “navidad negra”, la historiadora pastusa Isabel Arroyo, con Pasto. Al borde de la Nación al centro de la historia (1822-1839), tesis doctoral y mención de honor 2020 del premio Alejandro Ángel Escobar, inscrita en las nuevas perspectivas de la historiografía, da un vuelco a la interpretación tradicional del realismo pastuso y de la forma como la región, que abarca a la ciudad, en sus demandas propias o como escenario de las reyertas políticas caudillistas, se integró, desde la periferia y, en muchas ocasiones, como epicentro, a la historia nacional. Da sustanciales pistas para comprender las motivaciones de las que un ilustre republicano calificó como “masas ignorantes y fanáticas”.


Si se atienden bien los nuevos hallazgos, no tiene por qué extrañar que Pasto, y el departamento de Nariño, tras un exasperante conservadurismo, sean en la última media centuria, y a pesar de los hondos conflictos que los atormentan, un importante bastión electoral de izquierda y progresista, cada vez más abierto al país y al mundo, desde la revitalización orgullosa de su idiosincrasia y valores. Es hora de aceptar, que la “navidad sangrienta” es un hecho del pasado y que, como parte de Colombia, nos unen luchas por un mejor destino común.


 

*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.

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