Por: Redacción Pares
Foto tomada de: Pulzo
En el 2007, poco después de terminar la investigación que partiría la historia de la política colombiana en dos, Laura Bonilla se encontró con Luis Alberto Gil en un foro organizado por el diario El Tiempo. La parapolítica había estallado y el partido con el que Gil llegó al Congreso, Convergencia Ciudadana, estaba en el ojo del huracán. El hombre, resentido porque Bonilla le había quitado la máscara, rompió en improperios contra ella y en medio de su andanada soltó una frase que veinte años después tiene vigencia: “Nadie tiene autoridad moral para juzgarnos, somos como cualquier partido político”. Premonitorio porque, a pesar de las condenas nunca llegó el castigo político.
Ese fue un gran año para Gil. Su partido ganó 74 alcaldías en 18 departamentos, 30 de ellas en Santander, 852 concejales, 26 diputados en asambleas departamentales y un gobernador. El pedazo de la torta estaba grande. En cambio, para la académica que puso la llaga en el problema estaba desesperada. Había sido amenazada de muerte junto a los otros investigadores de la Corporación Nuevo Arco Iris que develaron la ayuda de paramilitares a políticos consiguiéndoles votos en sus áreas de influencia, así que ya cargaba con el incómodo lastre de tener un esquema de seguridad. Por medio del correo electrónico la joven investigadora recibía mensajes como estos: “Se calla o la callamos”. A la propia oficina de León Valencia llegaba información desde la cárcel de Itagui sobre un plan para matarla a ella y a otra de las investigadoras de Nuevo Arco Iris, Claudia López. El círculo se hacía cada vez más estrecho. León Valencia y Laura Bonilla hablaron con la entonces directora del DAS, María del Pilar Hurtado y les constató de la gravedad de la situación. Valencia abordó a Bonilla y fue crudo:
“En este país ya no matan a las cabezas porque es un escándalo. Tampoco a los pies porque a nadie le importa. Matan al ombligo y yo creo, que en ese caso, el ombligo eres tú. Es mejor que te vayas” Así que, con el alma rota, Laura Bonilla tuvo que irse del país por haber cometido el pecado de contar la verdad sobre un político y mostrar la expansión paramilitar desde Barrancabermeja hasta el sur de Bolívar. Detrás de las amenazas estaba el Bloque Central Bolívar.
Luis Alberto Gil nunca fue un hombre brillante en el M-19. Nacido en Cite, corregimiento de Barbosa, hace 72 años, estudió licenciatura en Química en la UIS cuando ésta universidad vivía su época más convulsa, los años setenta. En la UIS es reclutado por el M-19. Le vieron dotes de líder así que lo envían a la Libia de Kadafi en donde se preparó durante seis meses en ciencia militar. Regresó para vincularse con el sindicato de profesores y una vez esta guerrilla se desmoviliza en 1990 se vincula al sector de la salud. Una de las EPS que encabezó, Solsalud, terminó siendo liquidada por malos manejos.
En 1997 crea Convergencia Ciudadana. Allí traicionó todos los principios que podía tener desde el M-19 y le abrió la puerta a los paramilitares y también al enriquecimiento ilícito. En el año 2000 Convergencia Ciudadana ganó diez alcaldías, dos de ellas en Santander, Lebrija y Barrancabermeja. Según Laura Bonilla en su capítulo Los mecanismos del sistema que favorecieron la parapolítica contenido en el libro Parapolítica, la historia del mayor asalto a la democracia en Colombia “la lista de Convergencia ciudadana fue una combinación de políticos profesionales, principalmente liberales, con ansias de autonomía y dispuestos a pagar por ella, con los recomendados del Bloque Central Bolívar”.
De la noche a la mañana Gil consiguió 82 mil votos para llegar al senado en el 2002. Tenía, además, dos de las siete curules a la Cámara en Santander. Su apoyo sería fundamental, un año después, para que Hugo Aguilar, quien sería condenado años después por haber tenido apoyo de los paramilitares, arrasara en las votaciones a la gobernación de Santander. En el 2006 repetiría curul en el senado pero ahí ya estaba cocinándose la investigación de Nuevo Arco Iris. La Corte Suprema de Justicia, en cabeza de Iván Velásquez, tomó esta investigación para seguirle el rastro a los políticos vinculados con paramilitares. Se presentaban pruebas de reuniones de Gil con Ernesto Báez y Julián Bolívar. El juicio duró cinco años y fue condenado a 90 meses de prisión.
Mientras tanto Laura Bonilla intentaba reconstruir su vida en España. La salvó la fe que da la juventud. Regresó al país en el 2013 y siguió siendo uno de los puntales de la investigación en Colombia. Hoy, desde la subdirección de la Fundación Paz y Reconciliación, sigue trabajando para poner en evidencia a los clanes políticos que se comen a Colombia.
La cárcel no fue el final para el Tuerto Gil quien renacía una y otra vez. Después de hundir Convergencia Ciudadana reencarnó en el Partido de Integración Nacional, el PIN, al nado de un hombre con un pasado oscuro como Juan Carlos Martínez. Mientras estuvo en la cárcel su esposa salió elegida senadora con 40 mil votos en el 2014. Ese mismo año salió de la cárcel pagando sólo una parte de su pena. Pero, en el año 2019 sería capturado por la Fiscalía por haber estado metido en supuestos sobornos para favorecer a Jesús Santrich. Fue condenado en el 2021 a cuatro años de prisión. Sin embargo, ya está libre, como si no hubiera ocurrido nada. Y la fiebre de poder permanece intacta.
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