Por: Carlos Castelblanco Pinedo – Redacción Pares
«Cerrarle el paso a un escritor o a un académico en un festival cultural es una señal de torpeza y de una absoluta ignorancia. Ni siquiera el gobierno de Uribe fue así, es decir, durante esos ocho años se hizo la ley del cine, se respetaron a funcionarios que no pensaban como el gobierno. Esto que ocurrió en Grecia, o antes el suceso con el director de RTVC, es señal de una gente que llegó al poder sin estar preparada para ello y con una vocación de vengar o de restaurar una causa que creen que fue traicionada. Están siendo más uribistas que Uribe y olvidan que el oficio de un gobernante es permitir la convivencia, todo lo que tiene que hacer un gobernante es desactivar violencias, y eso no está ocurriendo.»
Pares habló con el escritor Ricardo Silva Romero, autor de la obra de teatro Podéis ir en paz (1998), el libro de cuentos Sobre la tela de una araña (Arango, 1999), el poemario Terranía (Planeta, 2004, premio nacional de poesía), y ha publicado las novelas Relato de Navidad en La Gran Vía (2001), Walkman (2002), Tic (2003), Parece que va a llover (2005), Fin (2005), El hombre de los mil nombres (2006), En orden de estatura (2007), Autogol (2009) y el díptico Érase una vez en Colombia que conforman El Espantapájaros (2012), Comedia romántica (2012), El libro de la envidia (2014), Historia oficial del amor (2016) y Cómo perderlo todo (2018). Comentarista de cine y autor de la columna Marcha fúnebre del periódico El Tiempo desde mayo de 2009.
Pares: Esta semana se conoció que la embajadora de Colombia en Italia, Gloria Isabel Ramírez, negó el apoyo a un festival cultural por encontrarlo ‘fuera de las líneas de pertinencia’, esgrimiendo el argumento de que el festival había invitado el año pasado a escritores importantes de Colombia que han criticado al actual Gobierno. ¿Cómo analiza esa situación?
Ricardo Silva Romero: A mí me impresionó la noticia, aunque me parece que va de acuerdo con una línea de comportamiento que ha sido evidente en este primer año de gobierno. Ha sido claro que muchos funcionarios se siente con la responsabilidad de defender al gobierno de todo lo que suene distinto a lo que ellos consideran que es lo correcto, a todo lo que suene a paz, por ejemplo.
Estas declaraciones de la embajadora en Italia, a raíz de lo ocurrido en el Festival Cultural en Grecia, van en consonancia con lo que pasó hace unos meses con Bieri, quien fue gerente de RTVC, y con los candidatos que propusieron para dirigir el Centro Nacional de Memoria Histórica. Es una actitud de defender ciegamente al gobierno como si fuera una campaña presidencial y no un gobierno, como si no fuera el Estado lo que se está construyendo, sino un grupo de personas que se están defendiendo de quienes los critiquen o de quienes piensan diferente o hacen oposición.
Es ridículo, más que otra cosa. Son tiempos en los que todo el mundo tiene acceso a lo que sucede, en los que todo el mundo tiene la posibilidad de opinar por las redes sociales y que un gobierno se siga comportando como cuando ellos podían lanzar versiones oficiales, imponer ideas a la brava es sintomático de un grupo de personas que a pesar de ser jóvenes no entienden los tiempos que corren, no ven que la sociedad, el país cambió y no se han enterado. Son una cantidad de gente incompetente que creen que pueden decretar lo que las personas deben pensar.
Pares: En ese sentido, si quienes nos gobiernan son incapaces ¿cómo podríamos los ciudadanos, en un esfuerzo doméstico, íntimo, contrarrestar la violencia?
R.S.R: Siempre he tenido sensibilidad por los temas políticos y sociales, pero me parece que en los últimos años ha habido muchos llamados de alerta sobre nuestra incapacidad de conjurar una violencia que es típica de Colombia, que es específica de Colombia. Si los humanos tienen siempre ese riesgo, que es el riesgo de la violencia, en Colombia es una realidad y tiene una serie de razones y de causas que no hemos logrado desactivar. De tal modo que la gente puede tener ideologías diferentes o clases sociales diferentes, pero lleva esa violencia consigo y eso me impresiona mucho.
Como padre de dos hijos es una pregunta que uno se hace: cómo hago para no contribuir a ese clima, cómo voy a lograr que mis actos y mis palabras lo desactiven, cómo voy a escribir columnas o novelas que las gentes que no están de acuerdo conmigo las puedan leer, cómo logro que mis escritos a favor de la paz no alienen a los que no están de acuerdo conmigo, cómo logro que ellos terminan de leer mis columnas.
Y eso tiene mucho que ver con ser padre, en cómo no estar creándoles prejuicios a los hijos, estigmatizaciones. Cómo mostrarles que los que no piensan como pensamos en nuestra casa, no son nuestros enemigos. Eso todo el tiempo me recuerda una película de hace 30 años que se llama Mississippi en Llamas que tiene una frase muy importante: nadie nace odiando, sino que se lo enseñan. Ningún niño viene al mundo violento, ni dispuesto a despreciar o menospreciar a los otros, y creo que ese es el origen de cualquier violencia.
Pares: Hace siglos, en la época del romanticismo alemán, se planteó la pregunta ¿Para qué la literatura y el arte en tiempos de penurias? ¿Es vigente hacer esa pregunta hoy en Colombia?
R.S.R: Yo pienso que sí, y que podemos diferenciar muchas cosas en un fenómeno tan complejo como el nuestro. Por un lado está la guerra tan relacionada con el narcotráfico, con la salida de las FARC como guerrilla, de los asesinatos contra líderes sociales; por otro lado está la llegada de una cantidad de políticos inexpertos que tratan de lidiar con semejante país tan complejo. Y el problema es que lo hacen de una manera tan obtusa, tan básica sobre una sociedad como la nuestra, con tantos pliegues y con tantas cosas por revisar y discutir; eso es un fenómeno que me parece claro cuando decimos que vivimos una época difícil.
Creo que quienes están ejerciendo las políticas no tienen la estatura para hacerlo y están tratando de reducir todo a dos miradas: blanco y negro o izquierda y derecha. En este contexto justamente la labor del arte es devolver los contextos a las cosas y matizar los asuntos, es decir, la literatura debe mostrar lo compleja que es la situación y devolverle los matices, recordar una y otra vez, por ejemplo, que una persona que va por la paz no es una persona que esté a favor de ningún actor del conflicto, devolverle poder a la gente.
La literatura y el arte existen para que veamos las verdaderas dimensiones del horror; retratar lo que sucede, porque por lo abrumadora que es esta realidad y por lo cobarde que ha sido nuestra dirigencia, en muchas ocasiones no es usual que entendamos las dimensiones de la guerra, y me parece que el arte, la literatura y los escritores han estado obligados, desde el comienzo de la República, a mostrar esas dimensiones con la ilusión que mostrarlas sea un primer paso hacia la justicia.
Son tiempos duros, pero el arte y la literatura colombianas siempre han sucedido en tiempos duros.
Pares: ¿Cuál es el compromiso de un artista, de un escritor hoy en Colombia con su realidad histórica?
R.S.R: El compromiso de un artista es no servirle a la guerra. El escritor, por ejemplo, debe desactivar violencias hacia cualquier persona de la sociedad, no servirle al odio. Todos los lugares de la sociedad deben ser matizados y revisados con compasión por el arte, que es justamente el lugar que lo puede hacer. Mientras desde el periodismo o desde la política a veces se pierden los matices de una sociedad como la nuestra y cae en enfrentamientos inútiles, muchas veces desde el arte sí se pueden mostrar, retratar las dimensiones de cada quien con compasión, con matices.
Yo creo que el escritor hace bien cuando se rehúsa a seguir las caricaturas y los lugares comunes y revisa los ángulos que no se han revisado, el arte y la literatura tienen paciencia, y están obligados a mirar todos nuestros pliegues con calma, con serenidad pero sin perder con eso la defensa férrea de lo humano, de la dignidad humana a toda costa. Ir de las caricaturas a los retratos. Es un deber no estigmatizar; en nuestra historia más reciente ni los ciudadanos que votaron por el sí en el plebiscito por la paz son unos instrumentos de la guerrilla, ni los que votaron por el no están sedientos de sangre y de muerte. Entonces, finalmente, el único compromiso del arte es dimensionar lo humano.
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