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¿El fin del Uribismo?

Por: Luis Eduardo Celis


Las elecciones presidenciales del pasado 29 de mayo dejan por fuera del escenario presidencial al uribismo, la principal fuerza política de las dos últimas décadas. Sin duda una buena noticia.

El uribismo es la fuerza política más retrograda, la que está abiertamente ligada a los clanes políticos que se han construido vía corrupción y apropiación del Estado para sus intereses, sin mencionar sus abiertos, o velados, vínculos con las mafias que se han articulado con la política, lo que en su momento conocimos como la parapolítica y que en parte fue judicializado por un aparato de justicia probo y comprometido con el Estado de derecho.

El declive del uribismo viene desde 2010, cuando el presidente Juan Manuel Santos se desmarcó de la política guerrerista con la que Álvaro Uribe Vélez ofertó la derrota de unas FARC persistentes en su proyecto armado. Santos tomó el camino de la solución negociada, camino que dio sus frutos en 2016 y por el cual se logró que las FARC firmaran un Acuerdo de Paz (acuerdo incumplido y que sigue siendo un compromiso de Estado a volverlo plenamente realidad).

Durante los años más duros de la violencia, entre 1992 y 2005, algunos analistas afirmábamos que esa extendida crueldad era una capa de humo sobre los verdaderos conflictos que tenía, y sigue teniendo, la sociedad colombiana, y el tiempo nos ha dado la razón. Luego del Acuerdo de Paz firmado en 2016, hemos vivido las más extendidas y masivas protestas sociales ante un orden de exclusiones, inequidad y vulneración de derechos. Esos son los verdaderos conflictos a superar y que han estado invisibilizados ante una violencia que, desde los años ochenta y hasta hace muy poco, se tornó en el principal tema de la agenda nacional y que afortunadamente ya no lo es, aunque seguimos con un fenómeno de violencia preocupante, pero que ya no copa la agenda nacional, como lo hizo en el pasado reciente.

El uribismo viene en declive. Álvaro Uribe tiene que defenderse ante la justicia, su partido, el Centro Democrático, perdió la mitad de su bancada en el senado e igualmente decreció en la Cámara de Representantes. Es un partido sin rumbo compartido en sus liderazgos más visibles. No tuvo candidato propio en estas elecciones presidenciales y adhirió al débil liderazgo de Federico Gutiérrez, quien aún con el apoyo de todos los clanes políticos tradicionales y del apoyo silencioso del expresidente Uribe, otrora poderosa voz, en estas elecciones obtuvo el tercer puesto y está por fuera de la segunda vuelta presidencial, no es protagonista de manera formal, así todos sus votos vayan con seguridad a la candidatura de Rodolfo Hernández, que está dispuesto a recibir ese caudal electoral, pero sin foto con ningún integrante de esa derecha maltrecha.

El uribismo no está liquidado políticamente, cuenta con un importante apoyo político y social, y si bien va en descenso, y quizás no vuelva a ser protagonista de primera línea, está lejos de desaparecer del escenario político colombiano, porque representa auténticos intereses del viejo orden político afincado en las políticas de exclusión y autoritarias que existen en la sociedad colombiana. Ahora el uribismo constituye minorías que se han sintonizado con una cultura política que le teme a la izquierda y considera que otro orden social y político, que promueva derechos y haga crecer esta precaria democracia, son propósitos políticos inconvenientes, que tal y como están las cosas están bien y que no se requieren nuevas políticas y nuevos derroteros para la vida nacional. Es un conservadurismo que se resiste al cambio, un cambio que es necesario y está a la vista, que entiende que este orden de inequidades y exclusiones debe ser superado.

El uribismo no es recibido por un impredecible Rodolfo Hernández, pero ellos saben muy bien que son una fuerza política nacional, en declive, pero nacional. Ya veremos cómo se mueven en un escenario de la política colombiana, que el pasado 29 de mayo, les dijo que hay un anhelo de cambio frente a lo que ellos han representado y defendido en las últimas dos décadas.

 

*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.

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