Por: María Victoria Ramírez
En el año 2008, en el marco del IV Encuentro de Mujeres en Escena: Margaritas y la Guerra, proyecto ejecutado por la Asociación Cultural Palo Q Sea de la ciudad de Pereira, en concertación con el Ministerio de Cultura, se presentó el libro El Errar del Padre de la filósofa y escritora feminista antioqueña Marta Cecilia Vélez Saldarriaga.
Reconstruyendo las notas que hice en el evento y en la lectura del texto, no pude más que sobrecogerme. El libro ofrece una nueva interpretación, a la luz de la guerra interna que ha vivido y que, pese a la firma del Acuerdo de Paz, sigue viviendo Colombia, de nuestra realidad, del mito de Edipo Rey, columna vertebral de la cultura de occidente y de su comprensión del deseo y de la muerte.
Nos dice Marta Cecilia que con el holocausto nazi occidente mostró el cobre, es decir, develó su verdadero proyecto patriarcal y de guerra. La modernidad que prometía orden, equilibrio, seguridad y paz no logró romper el círculo de violencia. Considero que Colombia es un ejemplo desgarrador del fracaso de occidente como proyecto humanizante, pero no es el único. Los tiroteos en los Estados Unidos y la falta de voluntad política de sus líderes para controlar las armas en ese país, también lo son.
Nos dice Marta Cecilia, y con ello me vuelvo a estremecer, que las mujeres víctimas del conflicto son mujeres y niñas rotas, robadas como Antígona que fue arrastrada por Edipo, su padre, al destierro; quien fue condenado por haberse enamorado, sin saberlo, de su madre. Ella, Antígona, se convierte en su bastón, sus ojos, sus piernas. En una cultura en la que las mujeres no pueden decidir, es sobre los hombros de la niña Antígona que se descarga la responsabilidad de la suerte de su padre.
El libro es dedicado “a las mujeres colombianas quienes contra todas las formas de terror defienden la vida y la reclaman en la muerte misma”.
Los guerreros de las sombras, los señores de la guerra, como ella los llama, quieren imponer el olvido, el desarraigo y la muerte. Pero el concepto de ciudad (polis), como la conciben desde la antigüedad, se funda en la huerta y los cementerios, es decir, en el ciclo de la vida: sembrar, crecer, morir y enterrar a los muertos.
Por eso Antígona, desafiando a los dioses, entierra a su hermano. Por eso hace un llamado, casi una exigencia, a que nuestros muertos y desaparecidos tienen que aparecer, porque de lo contrario peligra la ciudad, es decir, peligra la civilización.
Pero la autora no nos deja en las tinieblas y nos propone una salida al horror: el rescate de la lengua (no del lenguaje). La lengua materna como tejido imantando que nos acerca por primera vez a otro cuerpo, no a otro amenazante, sino al otro que nos presenta la realidad.
En un país donde las mujeres sufren mayoritariamente el desplazamiento, la violencia sexual, la pobreza, la pérdida de sus hijos y compañeros, ellas mismas han desarrollado formas inimaginables de resistencia, mecanismos simbólicos de sanación y, por qué no, de maldición de la guerra que nos dan esperanza.
La Colombia de 2022 pasa por un enorme desafío político en el marco de las elecciones presidenciales. Rodolfo Hernández, el candidato con la segunda mayor votación en la primera vuelta, que en balbuceos vetustos pretende relegar a las mujeres al espacio doméstico, presenta una enorme contradicción, porque quiere que las mujeres se queden en casa, pero necesita sus votos para ganar. Me trajo a la memoria el texto de Marta Cecilia Vélez Saldarriaga y a Antígona. Siento en el ambiente que las Antígonas se están rebelando, que van a desobedecer el dictamen de devolverse al pasado, que no aceptarán mansamente que se les destierre de la política. Como alguien lo dijo en un mensaje de Whatsapp, siento que “van a parir el país aplazado en las próximas tres semanas”.
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