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El día que el congreso se arrodilló ante Mancuso y echó a los empujones a Iván Cepeda

Por: Iván Gallo - Editor de Contenidos





Se cumplen 20 años de uno de los episodios más aberrantes de nuestra historia política, algo que fue calificado por León Valencia en su último libro con la potencia de sus palabras: fue el mayor asalto a la democracia colombiana. Una fuerza armada ilegal, dedicada al narcotráfico y al despojo decidió, a punta de plata, de sus armas, cooptar una buena parte de los padres de la patria para acoplarlos a sus necesidades, legitimar sus fortunas obtenidas a sangre y fuego. Y mientras tanto Iván Cepeda, creador del MOVICE, quien había visto como fuerzas de la extrema derecha asesinaban a su papá, el senador Manuel Cepeda, a mansalva, era expulsado del recinto. Así era la Colombia en épocas de Uribe. Este 28 de julio se conmemora en acto máximo del mayor asalto de la democracia colombiana, el culmen de la parapolítica. Para la gente que no lo vivió hay que repetirlo hasta la saciedad: Mancuso fue aplaudido en el Congreso.


Iván Cepeda nunca volvió a ser el mismo desde el 9 de agosto de 1994. Ese día fuerzas oscuras de la ultra derecha colombiana y del Ejército asesinaron a su papá, el senador Manuel Cepeda Vargas. Era una de las miles de vidas arrebatas a militantes de la UP. Diez años después la infamia contra Iván Cepeda y la memoria de su padre se ahondó aún más cuando uno de los hombres que formaban parte del grupo que lo asesinó, Salvatore Mancuso, fue recibido con vítores en el Congreso. Incluso senadores como Carlos Moreno de Caro le hicieron fila para tomarse fotos con el comandante. Mancuso no llegó solo, lo acompañaban Ernesto Báez y Ramón Isaza. La intervención del comandante de las AUC duró 45 minutos. Presentó en sociedad el proyecto político de las Autodefensas. El haberle permitido entrar al Congreso fue un espaldarazo del gobierno del momento, el de Álvaro Uribe Vélez. Apenas terminó su intervención Mancuso recibió una salva de aplausos. Una de las pocas voces discordantes venía desde la baranda donde estaban apostados los periodistas.


Allí habían ubicado a Iván Cepeda quien era conocido por su columna en El Tiempo y ese día llevó una foto de su papá para que no se le fuera a olvidar que sus verdugos habían arrodillado a los mal llamados Padres de la Patria.


 Un año atrás, en el 2003, había creado contra viento y marea el MOVICE, Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado, agrupando a familiares de personas que habían sido desaparecidas, torturadas o asesinadas por pensar diferente al control establecido. Pero su compromiso político arrancó cuando tenía 13 años, a esa edad ya formaba parte de las Juventudes Comunistas, JUCO. Después de estudiar filosofía en Bulgaria, país que pertenecía a finales de los ochenta al Telón de Acero, regresó al país y le puso toda su energía a la candidatura de Bernardo Jaramillo Ossa. En Bulgaria había visto que los tiempos de la URSS y su dogmatismo se estaban acabando. Muchos dirigentes de izquierda seguían pegados a la egida de Moscú. Jaramillo Ossa era diferente. Representaba un ala despapajada, práctica, lejos de cualquier doctrina.


Pero la ultraderecha asesinó a Jaramillo Ossa como mató a Pardo Leal, a Pizarro, a su padre. Acaso por equivocación las cámaras de televisión enfocaron por unos segundos a Iván Cepeda y a la foto de su papá. Mancuso, según la inolvidable crónica que hizo de ese capítulo de la Infamia Universal Hector Abad Faciolince para la revista Semana, lo miró con el rabillo del ojo. En ese momento Salvatore Mancuso había realizado la sangrienta toma a La Gabarra para quedarse con el control de la coca en el Catatumbo, destruyó la esperanza de los Montes de María, permitió que sus hombres acabaran a garrote limpio a cientos de vidas en el Salado. Todo con la excusa de que los paras estaban ayudándole al ejército a limpiar el país de guerrilla y de sus simpatizantes. Todo eso lo hicieron para incrementar sus fortunas, para obtener control político, para legitimarse.


La popularidad de Álvaro Uribe superaba el 70% y el libro que un periodista le hizo a Carlos Castaño y que se convirtió en su autobiografía, Mi confesión, se vendía como pan caliente. Pocos alzaban la voz, había miedo y también incredulidad. Iván Cepeda era una de esas pocas voces valientes. Iba acompañado de Lilia Solano, quien ha denunciado con fuerza la constante violación de los Derechos Humanos y que, veinte años después, fue nombrada por Gustavo Petro viceministra para la participación de la igualdad y los derechos en Colombia. Solano tampoco se callaba. Y entonces la policía se incomodó y los sacó del recinto. Nunca se sabrá pero acaso Mancuso se habría molestado por tanto ruido. Su pose imperial, quedó impresa en tantas fotos, demostraba que en julio del 2004 estaba en la cima del mundo.


El tiempo pasó, ocurrió la traición de Uribe a los paras, la extradición de Mancuso y ahora su regreso al país. Los mismos que alguna vez no les pareció demasiado grave las masacres para militares, los que aplaudieron en el Congreso al comandante Paramilitar ahora se rasgan las vestiduras por la intención del gobierno Petro de convertirlo en gestor de paz.  En cambio, víctimas como Iván Cepeda, están de acuerdo que en el camino a la verdad hay que tragarse muchos sapos. Ese es el precio que se paga por estar del lado correcto de la historia.

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