Veo que mucha gente cree que es posible un pacto nacional, en torno a la paz y a los cambios sociales y políticos que el país requiere entre las fuerzas que promovieron el Sí y el No. Yo también he tenido esa ilusión.
En noviembre de 2014 me invitó el entonces procurador Alejandro Ordóñez a su despacho y me propuso trabajar por un acuerdo de esta naturaleza. Santos acababa de ganar las elecciones y entraba en la fase final de las negociaciones de paz. Ordóñez decía que el proceso era irreversible y debíamos encontrar la manera de reunir a todo el país en torno a la terminación definitiva de la violencia. Decía que la distancia de Uribe y otras voces críticas frente a la paz se podían acortar hasta confluir en un mismo propósito. Me gustó mucho la propuesta.
Había invitado también a Marta Lucía Ramírez y a Clara López, candidatas con alta votación en la primera vuelta de las presidenciales; a Carlos Holmes Trujillo, fórmula vicepresidencial del uribismo; a David Barguil, dirigente conservador; al exfiscal Alfonso Gómez Méndez; al senador Luis Fernando Velasco; y al general Jaime Ruiz, presidente de Acore. Ordóñez mantenía enterado al expresidente Uribe. Santos y las Farc sabían del proceso.
Participé en cinco reuniones. Siempre se habló en un tono cordial y en los encuentros se veía un esfuerzo por buscar puntos de confluencia sobre la negociación de La Habana. Pero en los discursos públicos, Ordóñez, Uribe y algunos compañeros de la tertulia arreciaban las críticas y proclamaban diferencias a todas luces irreconciliables con lo se estaba acordando: con la justicia transicional, con la apertura política a los jefes guerrilleros, con las reformas al campo, con un nuevo enfoque en la política antidrogas. A la vez Ordóñez y Uribe se enfrentaban a la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras y a los derechos de las mujeres y de las minorías étnicas y sexuales.
La distancia en vez de aminorar crecía. Pero Ordóñez insistía en el pacto nacional. Era desde luego un engaño. El grupo se disolvió en silencio. Tengo la impresión de que ahora está en desarrollo el mismo libreto. Uribe, humilde, después del triunfo en el plebiscito, llama a la portería del Palacio de Nariño para reunirse con Santos; Uribe mismo encabeza reunión con Humberto de la Calle y demás voceros del gobierno, también participan Marta Lucía Ramírez y Ordóñez, hablan de acuerdo nacional, pero en cada discurso ante los medios reiteran que las diferencias son de fondo y que la revisión de lo pactado en La Habana será larga y detallada. Todo para prolongar la angustia y desgastar el proceso de paz.
En el tiempo de las visitas al despacho del entonces procurador Ordóñez las fuerzas del No acababan de perder las elecciones presidenciales, y se dirigían a sufrir una derrota estruendosa en la disputa por las alcaldías y gobernaciones; a pesar de eso mantenían una posición de hierro contra los cambios que venían con los acuerdos de paz. Creo que ahora que se encaminan hacia una nueva batalla por la Presidencia y han obtenido un triunfo en el plebiscito les resulta aún más difícil ceder en temas cruciales para Colombia. Tampoco es la tónica que he visto en las Farc. En declaraciones a Caracol Radio, el pasado miércoles, el principal líder de esta guerrilla, Rodrigo Londoño, manifestó que estaba abierto a los cambios, pero le parecía un exabrupto hablar de revisar el acuerdo sobre justicia y el de participación política de la insurgencia.
Algunos líderes políticos y varios columnistas están apelando al lado grande y noble de Uribe para que permita el cierre del conflicto armado y se disponga a facilitar este gran acuerdo nacional. Dudo mucho que estos llamados le ablanden el corazón a un hombre acosado por el miedo a la verdad que viene con la justicia transicional, y preso de la ambición de retornar al poder.
Otros creen que es posible dividir a los del No y atraer a un acuerdo a personas como Marta Lucía Ramírez o a los pastores de las Iglesias o al propio Ordóñez. No fue eso lo que vi en mi modesta experiencia de búsqueda de un pacto nacional. Es Uribe quien marca la pauta de estos sectores. Creo que a Santos le tocará en cuestión de días tomar uno de estos dos caminos: ratificar con algunos cambios y ajustes el acuerdo de paz con las Farc y buscar un nuevo escenario legal para implementarlo; o aceptar las exigencias del No y arriesgarse a que se rompa el acuerdo de paz suscrito en La Habana y se reanuden las confrontaciones armadas.
Cualquiera de estas dos alternativas es difícil y dolorosa. En la primera se apoya en la comunidad internacional que ha tenido la osadía de concederle el Premio Nobel de Paz después del plebiscito, en la institucionalidad nacional y local donde tiene mayorías y en el clamor de las movilizaciones ciudadanas que le piden acuerdo de paz ya. Pero se enfrenta a los resultados desfavorables de la consulta ciudadana del 2 de octubre.
En la segunda acepta el estrecho veredicto de las urnas–cuestionado por las declaraciones de Juan Carlos Vélez Uribe– y se apoya en la tradición del país que acude a pactos entre las elites políticas para resolver los enfrentamientos y las crisis.
Columna de opinión publicada en Revista Semana
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