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El círculo de los afectos

Por: María Victoria Ramírez. Columnista Pares.


Sé que estoy vivo en este bello día

acostado contigo. Es el verano.

Acaloradas frutas en tu mano

vierten su espeso olor al mediodía.

Antes de aquí tendernos, no existía

este mundo radiante. ¡Nunca en vano

al deseo arrancamos el humano

amor que a las estrellas desafía!

Hacia el azul del mar corro desnudo.

Vuelvo a ti como al sol y en ti me anudo,

nazco en el esplendor de conocerte.

Siento el sudor ligero de la siesta.

Bebemos vino rojo. Esta es la fiesta

en que más recordamos a la muerte…

Poema Sé que estoy vivo de Jorge Gaitán Durán.

Tomé el título de esta columna del subtítulo de un libro de fotos y documentos inéditos sobre Frida Kahlo, de Luis-Martín Lozano. Es un regalo que llegó a mis manos hace algún tiempo y que recordé por estos días en que, gracias a la pandemia, me enteré por las redes de que exhibiciones sobre la obra de Frida como la que realizaría este año el Cleve Carney Museum of Art de Chicago, se pospuso hasta abril de 2021.


Luis Martín-Lozano es historiador del arte y escribe sobre los procesos de la creación estética en México, fue director del Museo de Arte Moderno de México entre 2001 y 2007, y ha realizado exposiciones sobre la obra de grandes artistas mexicanos alrededor del mundo.


En la portada del libro de fondo amarillo, aparece una fotografía de Frida en blanco y negro, tomada en 1937, de autor desconocido. En ella, Frida está sentada en una especie de cama sol rayado, bajo un árbol; viste una falda larga de un calado laborioso, un huipil mejicano, su cabello está recogido en una trenza que se enreda alrededor de la cabeza como en una corona.


El libro abre con la siguiente frase de Frida: “Lo único que quiero en la vida son tres cosas: vivir con Diego, seguir pintando y pertenecer al Partido Comunista”, pronunciada pocos días antes de su muerte, expresaba sus tremendas ganas de vivir. Una vida por demás difícil debido a grandes limitaciones de salud, pero cargada de proyectos artísticos, políticos y personales.


Me resulta un poco extraño adentrarme en la intimidad de alguien a quien siempre he admirado por haber inspirado a muchas feministas. Los retratos, 133 en total, de Frida desde su infancia, su familia, sus amigos, y por supuesto Diego Rivera, su esposo, me revelaron unas profundas relaciones entre ella y su familia, especialmente con sus hermanas. La imagen que tenía hasta el momento de esta pintora, era la de una mujer cuya obra pictórica estuvo aguzada por el dolor físico permanente que le dejó un accidente a los 14 años y por un amor indestructible a Diego Rivera; nunca la había percibido en su papel de tía preocupada y amorosa.


Muchas de las fotografías de este libro son de autor desconocido y expresan melancolía, a pesar del aspecto festivo de los trajes mejicanos y las los accesorios llamativos con que se vestía y que le dieron un sello único a Frida.


Frida haciendo la primera comunión, Frida a los 18 años, Frida en Nueva York, Frida recostada en un sillón, Frida con una muñeca en la Casa Azul de Coyoacán, Frida con su sobrina Isolda, Frida recostada en el pecho de su hermana Cristina, Frida fumando, Frida con la mirada perdida en el claustro del Instituto de Artes de Detroit, Frida junto a sus obras, Frida en silla de ruedas.


Frida a los 18 años. 7 de febrero de 1926. (con dedicatoria ilegible, “Coyoacán, nov 2, 1926.

Nada podría llamarse más humano y ‘femenino’ que la obra de una mujer que fue parida en el dolor y, sin embargo, Frida fue también testimonio de rebeldía contra el eterno femenino. Yo me regodeo hojeando el libro e imaginando los últimos minutos de la vida de Frida, pues se especula sobre las verdaderas causas de su muerte, ya que nunca se realizó una autopsia. Sin embargo se adivina en las últimas palabras que consignó en su diario: «Espero alegre la salida y espero no volver jamás», que el dolor que padeció toda su vida pudo haberle hecho percibir la muerte como su único rescate y haber encontrado ayuda para cruzar ese umbral en el círculo de sus afectos.


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