No se ve por ningún lado la irrupción del Centro Democrático en las grandes ciudades. Ninguno de sus candidatos está en la punta de las encuestas de las diez primeras ciudades del país. De las capitales de departamento puede ser que en Manizales gane Adriana Gutiérrez, en las demás hay muy pocas posibilidades. En muchos sitios no tienen candidatos propios y se han resignado a buscar alianzas y a apoyar a candidatos de otras fuerzas. Tampoco les irá muy bien en las gobernaciones.
Se esperaba mucho más de este partido. Sobre todo esperaban mucho más los seguidores del expresidente Uribe. Habían logrado arrastrar un 20 por ciento del electorado en las elecciones parlamentarias y se encumbraron en la segunda vuelta presidencial hasta un 45 por ciento de la votación. Ahora estarán en un 10 por ciento o un poco más, según cálculos de Paloma Valencia, destacada parlamentaria de esta fuerza política.
Dado el buen desempeño en Bogotá en las elecciones parlamentarias y la gran influencia de Uribe en Medellín y Antioquia se pensaba que este partido tendría candidaturas muy fuertes en estos lugares. No ha resultado así. En la capital Francisco Santos está en el cuarto lugar en las mediciones con pocas posibilidades de dar alguna sorpresa, y en Medellín Juan Carlos Vélez arranca de muy abajo y a una distancia considerable de Alonso Salazar quien hasta el momento puntea en los sondeos de opinión.
Son varias las razones para un pobre desempeño, especialmente en las grandes ciudades, en las próximas elecciones. Carecen de un discurso urbano; aparte de Uribe no tienen líderes de opinión importantes; tampoco tienen el paraguas del gobierno nacional para ofrecer recursos y aceitar las maquinarias locales; y para completar se han enfrascado en graves disputas internas en la definición de los candidatos.
La exaltación de la seguridad como respuesta a la amenaza guerrillera, la crítica a las negociaciones de paz y la dura oposición al presidente Santos resultaron eficaces a la hora de competir por el Congreso y por la Presidencia, pero se convirtieron en argumentos precarios a la hora de convocar al electorado urbano y buscar la gobernabilidad local. Es más, resulta un poco cómico oír a Pacho Santos proponiendo las líneas de la seguridad democrática para afrontar los miedos de los habitantes de Bogotá.
Por más que se ha esforzado Uribe no ha logrado transferir a los candidatos el respaldo que recibe en algunos lugares del país. En cambio, el antiuribismo, que ha crecido bastante en estos cuatro años, sí perjudica de manera notoria a quienes levantan las banderas del Centro Democrático. De otro lado, los graves escándalos y las investigaciones judiciales han sacado del juego a líderes importantes de esta corriente política y se han convertido en una barrera para que entren a las filas nuevas figuras.
La pelea entre grupos al interior del partido también ha hecho su agosto. En Antioquia sacó del ruedo a Liliana Rendón protegida de Luis Alfredo Ramos, que se perfilaba como una candidata con alguna opción de ganar la Gobernación. El incidente fue vergonzoso. A sabiendas de los cuestionamientos que sectores del empresariado y de la opinión antioqueña tienen sobre Rendón los directivos del Centro Democrático y el propio Uribe impulsaron una encuesta que debía definir la postulación. La señora ganó, pero le birlaron el triunfo y no le entregaron el aval.
Otro baldón fue la deserción de Alicia Arango, exsecretaria privada de Uribe, quien se retiró acusando a Fabio Valencia Cossio de malos manejos en la conducción del partido.
La inscripción de candidatos se ha cerrado. El cupo de cada partido ya está definido. Retirar candidaturas y pactar nuevas alianzas son las únicas cosas que se pueden hacer de aquí en adelante y esas decisiones son muy difíciles sino imposibles.
Pero el Centro Democrático sí puede hacer cambios en su discurso en la coyuntura y también puede y debe reflexionar sobre su futuro habida cuenta de la importancia que tiene su voz en el escenario político colombiano.
Puede, por ejemplo, hacer ajustes a su posición y a su actitud ante las negociaciones de paz. Sin declinar críticas y observaciones podría apoyar el acuerdo para un cese bilateral definitivo de las hostilidades y asumir una actitud positiva ante la firma del acuerdo final de paz que se está cocinando en La Habana. Se sintonizaría así con las nuevas realidades de esa negociación.
Puede renovar su proyecto político poniendo el ojo en los retos del posconflicto, especialmente en las demandas sociales y en la atención a las angustias de seguridad y de convivencia en las grandes ciudades, tan distintas a las vicisitudes del conflicto armado.
Puede repensar las reglas del juego en la toma de decisiones del partido para conjurar con respeto y democracia las graves disputas que se presentan bajo la férula exclusiva de Uribe.
Columna de Opinión publicada en Revista Semana
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