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El bárbaro que derrotó a Adolfo Hitler

  • Foto del escritor: Iván Gallo - Coordinador de Comunicaciones
    Iván Gallo - Coordinador de Comunicaciones
  • 9 may
  • 3 Min. de lectura

Por: Iván Gallo - Coordinador de Comunicaciones




Se cumplen 80 años del día en el que la Unión Soviética derrotó a los nazis. Desde entonces soviéticos y desde 1992 los rusos, salen a las calles a celebrar su día de la victoria sobre la Alemania nazi. Tienen mucha razón en sentir orgullo. Su determinación fue fundamental para derrotar la mayor amenaza que ha tenido la humanidad: el régimen nazi. Esta es la historia.

 En 1939 Adolfo Hitler invadió Polonia. Antes de hacerlo estableció un pacto de no agresión con Stalin. Se repartirían Europa oriental. No conforme con esto Hitler, adicto a la expansión, se apoderó de Francia, su gran rival continental. Estados Unidos se mantenía neutral -incluso buena parte de su sociedad veía con buenos ojos a Hitler- y en Inglaterra sólo la determinación de Winston Churchill mantenía viva la lucha. Pero la historia marca que los nazis estuvieron muy cerca de apoderarse del mundo. En 1941 las potencias del eje, como eran conocida la alianza entre Alemania, la Italia fascista y Japón, cometieron dos errores que marcarían el devenir de la Segunda Guerra. La primera fue el ataque de Japón a Pearl Harbor que significó la inclusión de Estados Unidos en el conflicto. Esto le generaría al Tercer Reich un contratiempo al mantener una guerra en dos frentes, el oriental y el occidental. El segundo sería un error de exceso de confianza de Hitler: creer que podría vencer a la URSS.


Con su narrativa de que ellos eran la raza superior y los soviéticos sólo eran eslavos sucios y famélicos, estaba confiado en que podría dar un golpe fulminante a Stalin. El dictador comunista cometió varios errores, cegado por el fanatismo a su propia persona descabezó a generales vitales para el ejército rojo. Los reemplazó con mandos medios. Su producción de tanques parecía atascada. Hitler creía que el oso ruso se tambaleaba y que sólo era cuestión de darle un empujón para que se cayera.


 Así que en junio de 1941, en pleno verano europeo, lanzó la Operación Barbarroja. El estimado era llegar a Moscú antes del invierno y evitar el error que le costaría la derrota a Napoleón. Y empezaron arrasando. En noviembre ya se encontraban a 90 kilómetros de Moscú. Fue una invasión de un movimiento demencial. Tenían días que la cabeza de frente avanzaba 150 kilómetros. A los soldados, en la comida, les daban unas vitaminas que resultaron siendo metanfetamina. Toda la industria química alemana estaba al servicio del ejército alemán. Pero se reventaron.


Stalin, aprovechando las interminables estepas, decidió implementar la táctica de la tierra arrasada: por donde pasaran los nazis lo único que encontrarías sería poblados quemados, cultivos en llamas. Corrieron tanto en su frente que perdieron conexión con la retaguardia, esto desencadenó una escasez de suministros que empezó a afectar a los soldados. En diciembre de 1941 ya caían los primeros copos de nieve. Había aparecido para Stalin su principal aliado: el general invierno.


Los alemanes llevaban en la sangre la fiereza prusiana. Soportaron lo indecible, temperaturas de hasta menos cuarenta grados. Tenían todo para haber ganado. El pueblo en la Unión Soviética estaba cansado con la tiranía de Stalin. Cuando llegaban -fotos y películas lo demuestran- los recibían como si fueran los liberadores. Pronto se dieron cuenta que Hitler podía ser tan cruel como el dictador comunista. Indomables, los eslaves crearon guerrillas y fueron combatiendo a las tropas alemanas. Mientras tanto el oso ruso se reaprovisonaba.


Tomaba aire para el contraataque. Y fue fulminante. Sobre 1942 ya los cañones no se escuchaban en Moscú. En el verano de ese año, dentro del mismo Reich, se sabía que la guerra estaba perdida. Era cuestión de tiempo que los nazis cayeran. En julio de 1943 los aliados entraron por Italia a Europa, se perdió el mediterráneo africano y los rusos se imponían en Stalingrado. El único camino que tendría la Wehrmacht era la de retroceder. Hitler, convertido ya en un héroe wagneriano, asumió que si no podía ganar la guerra era por culpa de la cobardía de su pueblo, así que Alemania también tenía que hundirse con él. El 30 de abril, ya con los tanques rusos en Berlín, se suicidó junto a su amante, Eva Braun, y su perro Blondie.

Putin, 80 años después, recibe en Moscú a presidentes como Nicolás Maduro para celebrar los 80 años de la histórica victoria de Stalin sobre Hitler. Porque a pesar de ser un asesino, un bárbaro temible, Stalin fue el único que pudo derrotar al tirano austriaco.

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