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El abogado que convirtió a Donald Trump en un hombre despiadado

Por: Redacción Pares




Donald Trump es homofóbico. Siempre lo ha sido. Cuando supo que su abogado y mentor Roy Cohn, considerado el abogado más perverso sobre la tierra, tenía SIDA, Trump simplemente le cerró la puerta de su amistad en la cara. Creía, en 198, 6que una persona podría contagiarse de VIH simplemente por darle la mano a un enfermo. Así que, cuando decidió invitarlo a su mansión en Mar-a-Lago, en los últimos días de su vida, el magnate mandó a fumigar el cuarto, los platos, todo lo que había tocado su abogado.

 

Trump no era nadie cuando conoció a Cohn. Bueno, era el hijo de Fred Trump, uno de los magnates de las inmobiliarias en Nueva York pero poco más que eso. Los Trump tenían un caso muy complicado para ganar, habían sido acusados de discriminación por negarle arrendar apartamentos a negros. Cohn ya había estado sentado en todas las mesas, desde la Cosa Nostra hasta Richard Nixon. Tenía su propia moral, era indestructible.

 

Cohn le enseñó a Trump a atacar, contratacar y jamás reconocer un error ni pedir disculpas. Vale la pena recordar que el abogado murió de SIDA en 1986 y siempre negó ante las cámaras que padecía, lo que en ese entonces, en medio de una ignorancia malvada, los medios se referían como “el cáncer de los gays”. Cohn se sostuvo en que padecía era cáncer de hígado.

 

Era un tipo de cuidado. Implacable, despiadado. Se dio a conocer oficialmente a los 22 años cuando, como fiscal, ayudó a ejecutar a los esposos Julius y Ethel Rosemberg, acusados de ser espías soviéticos. Además fue el artífice de la Caza de Brujas, la persecusión que inició el senador Joseph McCarthy contra todo lo que oliera a comunismo en Estados Unidos. Se creó incluso una lista negra y el que cayera ahí sería destruido. Sin importar que fuera una estrella de Hollywood. Entre los 70 y los años ochenta, según lo reseña en un perfil la BBC, en los años setenta y ochenta se entregó con desenfreno a la noche de Nueva York. En esa época el lugar que mandaba la parada era el Studio 54. Era el epicentro de la rumba en la Gran Manzana. Allí conoció a celebridades como Barbara Walters, Andy Warhol y la mismísima Nancy Reagan, quien desde 1980 fue la primera dama de Estados Unidos. A todos los representó. Nunca perdió un sólo juicio.

 

Trump fue quien se acercó a él y le rogó para que fuera el abogado de cabecera de su familia. Era un tiburón. Fue Cohn quien moldeó a Trump a su gusto, y lo convertió en lo que es, un tiburó para los negocios, capaz de lograr lo impensado, como ser presidente de los Estados Unidos sin tener ninguna virtud política. Bueno, a lo mejor ser implacable, ser una especie de Terminator para arrodillar al otro, sea la principal virtud para ser un político. Cohn siempre se jactaba de que sus clientes pagaran fortunas para que él los representara ya que él sabía lo que significaba “el valor del miedo”.

 

Cohn llegó a admirar tanto a Trump que jamás quiso cobrarle un peso por sus asesorías. Creía que podía ser un hombre realmente grande y que algún día le devolvería los favores. Pero no fue así. Trump literalmente se olvidó de él. Se burlaba, le escupió en la cara su desprecio. Terminó odiándolo. Sin embargo siempre se preguntarán en el círculo de Trump quien será el próximo Roy Cohn. Igual no importa, siempre terminará mandando alguien con esas dotes maquiavélicas.

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