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El 2022 y los medios

Por: Guillermo Segovia Mora. Columnista Pares.


Para nadie es un secreto la concentración de medios masivos de comunicación en manos de los grandes grupos económicos en el país y el mundo y, si bien, ya es recurrente el debate sobre la conveniencia de que la producción y difusión de información y opinión sea tratada desde un concepto mercantil, más preocupante es que, además, se hayan convertido en factor determinante en la inclinación ideológica y política de las audiencias, hecho tampoco nuevo, pero cada vez más cuestionado por la manera en que afecta la disponibilidad de oportunidades mediáticas para todos los actores de la vida política, es decir, es crítico para la democracia.


Tras la experiencia de una prensa militante que acicateó la violencia de conservadores y liberales contra sus adversarios políticos, el acuerdo del Frente Nacional (1958-1978 y unos años más), permitió una alternación pacífica en el poder por los partidos señalados, que para el caso de los medios se tradujo en el alineamiento editorial incondicional con el poder. Así lo expresaron, en distintas épocas, el exdirector de El Tiempo, Hernando Santos, del noticiero de la cadena radial Caracol, Darío Arizmendi, y el codueño de la revista Semana, Felipe López: los medios son gobiernistas y del establecimiento.


La polarización ideológica que implicó la irrupción derechista de Álvaro Uribe, no obstante, ha marcado algunas diferencias acentuadas en las posiciones de los medios frente a temas como la pobreza, la exclusión y la paz, antes, con ligeros matices derechistas en contra, considerados causa problemática y objetivo plausible.


El mandato uribista (2002-2010) replanteó el relato histórico de los orígenes sociales de la confrontación e impuso una narrativa de guerra contra el terrorismo, intentando arrebatar a la insurgencia su carácter político y extendiendo el etiquetamiento a la protesta social, forma tradicional de control en el país. El nuevo lenguaje y mensaje fue comprado y divulgado -unos más otros menos- por los medios, en los que el contraste lo hicieron las denuncias e investigaciones sobre los desmanes de la “seguridad democrática” o las opiniones críticas al populismo de derecha.


Cuando al asumir la presidencia Juan Manuel Santos anunció portar las llaves de la paz, buena parte de la sociedad lo rechazó, estaba con el discurso de la guerra. No obstante, los medios liberales (casi la totalidad de la radio, la prensa y los informativos de televisión) retomaron la línea de una solución negociada y con el avance de los acuerdos con las Farc hicieron esfuerzos periodísticos para llevar a sus audiencias y lectores las emociones y testimonios de la desmovilización de la guerrilla.


Pero un sector, en particular, algunos columnistas de opinión y el canal de televisión RCN de la Organización Ardila Lulle, tomaron una posición editorial contraria a las negociaciones guiados por el discurso del expresidente Uribe, adversario de hacer concesiones, con un cubrimiento dirigido a reforzar en la memoria las aberraciones de la insurgencia para cuestionar la voluntad de paz de la guerrilla y la posibilidad de verdad, justicia y lugar al perdón, en los términos del acuerdo, y de legitimación acrítica de la contrainsurgencia. Con esa misma orientación trataron la jornada plebiscitaria de los acuerdos de paz, dando juego al no promovido por el uribismo, a través de una agresiva campaña de distorsión, que resultó imponiéndose.


Las elecciones presidenciales de 2018 se inclinaron a favor el candidato del uribismo, Iván Duque, al lado del cual se colocaron afanadas todas las fuerzas políticas tradicionales -salvo el santismo pro paz- ante la posibilidad de una victoria de la convergencia de centro izquierda liderada por Gustavo Petro. En ese resultado tuvo peso probado el papel de los medios de comunicación que, entre el favoritismo sin tapujos a Duque y la animadversión sin disimulo a Petro o un neutralismo fingido, contribuyeron a cerrarle el paso a una propuesta reformista.


La polarización ideológica que implicó la irrupción derechista de Álvaro Uribe, no obstante, ha marcado algunas diferencias acentuadas en las posiciones de los medios frente a temas como la pobreza, la exclusión y la paz, antes, con ligeros matices derechistas en contra, considerados causa problemática y objetivo plausible. Foto: Pares.

La diferencia de enfoque frente a los acuerdos, que tienen respaldo mayoritario en los medios, se esfuma frente a Uribe, su partido y el gobierno Duque, a los que son ostensiblemente reacios a cuestionar y frente a los cuales hacen eco amplio de sus mensajes disociadores y sus propuestas dirigidas a sepultar componentes fundamentales del pacto de La Habana, atacar las cortes y vetar antidemocráticamente a sus adversarios políticos. Esa disonancia está ligada al interés empresarial de no confrontar una fuente de poder e ingresos y, para algunos más reaccionarios, asegurar una opción frente a riesgos de cambios.


Por los fines económicos de los medios de comunicación, por la alineación política editorial con el establecimiento, por las ideologías profesionales que comporta mayoritariamente el periodismo espectáculo -con una dirigencia política reacia al cambio y una violencia destinada a aniquilar el liderazgo social y popular- al final solo propuestas que comulguen con el decálogo gremial y terrateniente en forma abierta o velada, tendrán su favor. En los medios hay periodismo progresista, cada vez más, pero en general está condicionado desde arriba. Es una enorme desventaja que cuestiona los derechos a la participación, elección, libertad de opinión, expresión y sufragio y, de fondo, la democracia.


Si bien el ánimo de lucro a veces permite experiencias novedosas como el espacio “El Poder” de Ariel Ávila, audaz formato de periodismo en profundidad y análisis crítico en la plataforma virtual de Revista Semana, en la búsqueda de audiencias segmentando la programación según interés de los auditorios, al momento de la valoración política del 22 la mordaza fue implacable. Ya el peso de la gerencia uribista se había hecho sentir al clausurar la columna de Daniel Coronell, caracterizada por denunciar en forma valiente el sistema de corrupción imperante en el país. Los dos casos, y varios recientes, son lamentables muestras de censura, aunque otros dirán que más bien una expresión de libre empresa


Por la distorsión ya inoculada en la mente de periodistas con pretensiones de empresarios, guardianes de la moral e ideólogos del desarrollo, de que son neutrales pero no apolíticos, que son capaces de repetir que un programa de reformas progresistas es en realidad un pase al socialismo -al “castrochavismo”- con mucha dificultad un candidato alternativo, liberal de los de verdad, socialdemócrata, en fin progresista, tendrá un trato equilibrado, más allá de los espacios obligados de ley o las simulaciones de las salas de redacción, que terminan en un corrillo de diatribas apenas se ausenta.


Las nuevas TIC y las redes sociales se han convertido en poderosos instrumentos de denuncia, contra información, movilización, y hasta organizativos, pero aun no desbancan la popularidad de los medios masivos, que por el confinamiento y restricciones de la pandemia han recuperado audiencias en desbandada. Además, también son campos de confrontación en los que la ultra derecha cuenta con portales de desinformación y ejércitos de tuiteros que reparten, de manera mendaz pero eficaz, noticias falsas y propaganda sucia. También del otro lado, muchas veces, hay cabezas calientes y dedos necios que enturbian.


Las propuestas alternativas, las organizaciones políticas, los movimientos sociales dispuestas a un acuerdo de centro izquierda con un programa de reformas progresistas, la intelectualidad y el periodismo independiente y crítico tienen un gran desafío de audacia, agencia y efectividad para juntar esfuerzos de medios alternativos y comunitarios ya creados y nuevas propuestas y tratar de balancear la cobertura que, desde los medios empresariales, será siempre desfavorable, a pesar de las apariencias de pluralismo y objetividad.


Las nuevas TIC y las redes sociales se han convertido en poderosos instrumentos de denuncia, contra información, movilización, y hasta organizativos, pero aun no desbancan la popularidad de los medios masivos, que por el confinamiento y restricciones de la pandemia han recuperado audiencias en desbandada. Imagen: Pares.

A menos que el fenómeno político sea de tal magnitud inatajable y los temores se disipen para que pase a ser aceptado como una nueva realidad o, que por lo mismo, lleve a los medios a no disimular partido y a la oposición desestabilizadora que niega la democracia fingiendo su defensa, para contrarrestar la cual, en parte, es fundamental la democratización de la propiedad y acceso a los medios masivos, el espacio radioeléctrico y las tecnologías de la información y la comunicación. Desafío también inaplazable ante una eventual derrota. Para que se fortalezca la democracia hay que democratizar los medios.

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