Por: León Valencia, director – Pares
La historia es así. Había ocurrido algo excepcional: al cumplir cien días de gobierno, Duque tenía una favorabilidad promedio de 30% en las encuestas y no tenía mayorías en el Congreso y decidió, por sugerencia del expresidente Uribe y de su partido, el Centro Democrático, emprender una fuga hacia atrás.
Esa fuga lo ha llevado a convertir la política exterior en un mero insumo para la política doméstica; a proclamar estrategias de seguridad y defensa ancladas en los postulados de la seguridad democrática de principios del siglo; a volver a la discusión sobre la existencia o no del conflicto armado; a las disputas sobre el resultado de las negociaciones de paz con las Farc; a insistir en el uso del glifosato en las fumigaciones y a incentivar la polarización del país.
Duque había logrado ilusionar a los sectores que acompañaron a Santos en su gobierno y a muchos formadores de opinión con ideas de pasar la página de la polarización, no dividir el país entre partidarios de la paz y partidarios de la guerra, unir a Colombia en torno a nuevos propósitos de equidad, emprendimiento y desarrollo, llevar a una nueva generación al gobierno y desterrar la mermelada y el clientelismo de su administración. Desafortunadamente nada de eso está ocurriendo.
Ha llevado a Colombia al borde de una confrontación bélica con Venezuela y se ha puesto bajo el alero de Donald Trump en las disputas que atraviesan a Latinoamérica, poniendo en práctica una diplomacia al servicio de la seguridad y la defensa interna. Para ello, se ha inventado una peligrosa retórica de amenaza externa juntando a Venezuela, a Cuba y a las fuerzas irregulares que hacen presencia en la frontera con el vecino país. Los medios de comunicación, aún los más sofisticados, están haciendo eco de esta locura.
De la mano de Rafael Guarín, asesor de seguridad nacional, se lanzó recientemente la política de seguridad y defensa citando expresamente el ejemplo de Uribe en sus dos mandatos y, a su estilo, hacer una nueva versión de las redes de informantes, las zonas de rehabilitación y la ocupación militar del territorio. En un país que empezaba a acariciar la idea de una intervención del Estado en el territorio en clave de posconflicto, reconciliación y convivencia, con ambiciosos programas sociales, con estrategias para romper las brechas entre regiones marginadas y desarrolladas y con la apuesta de fortalecer a la sociedad civil.
Volvieron al despropósito intelectual de negar el conflicto armado después de que la comunidad internacional, en pleno, les dio el aval a las negociaciones de paz de La Habana y de que se produjo la desmovilización, el desarme y la conversión en partido político de las Farc. En esa disputa han dispuesto todo para cercar a la JEP, a la Comisión de la Verdad y al Centro Nacional de Memoria Histórica con la expresa intención de enterrar la verdad y conjurar la esperanza de no repetir, una y otra vez, la tragedia de la guerra en Colombia.
Quieren además retroceder a las fumigaciones con glifosato de los cultivos de uso ilícito, a la persecución a los campesinos cocaleros, a poner el acento en la represión y en el castigo al consumo. Es el retorno a una política que fracasó y dejó una estela de muertes, golpes a la democracia y a la naturaleza.
En estas lides, Duque ha encontrado en Néstor Humberto Martínez, Fiscal General de la Nación, un aliado fundamental. Entre ambos están combinando todas las formas de lucha. Las artimañas judiciales, la deslegitimación pública de los acuerdos, la desfinanciación de los compromisos, la contrarreforma de las medidas ideadas para el postconflicto.
En esta fuga hacia atrás a Duque le ha ido bien en los primeros kilómetros. Se le ve feliz con los nuevos aliados internacionales. Feliz con algún repunte en las encuestas. Feliz con titulares de prensa que hablan del nuevo Duque. Feliz con la aprobación del expresidente Uribe y con el aplauso de los sectores más radicales de la derecha.
Pero es probable que en esa carrera hacia atrás se estrelle con la nueva realidad del país. Un sector importante de las élites que saborearon los réditos de la disminución de la violencia en Colombia, que se sentían cómodos con una política exterior más independiente y plural, no quieren acompañar a Duque en esa marcha hacia atrás. La izquierda tiene un respaldo que nunca había tenido, ha madurado, y está buscando alianzas con esas élites propensas a la reconciliación. Las fuerzas sociales, empezando por los campesinos cocaleros, los maestros y los estudiantes están en camino a la protesta.
Comments