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DEL CAMBIO A LA REVOLUCIÓN

  • Foto del escritor: Guillermo Linero
    Guillermo Linero
  • 30 may
  • 3 Min. de lectura

Por: Guillermo Linero Montes



Desde su campaña a la presidencia y durante un poco más de la mitad de su ejercicio de mandatario, el eslogan o la bandera del presidente Gustavo Petro, había sido la palabra cambio; pero, ahora último ha empezado a hablar de la palabra revolución, en respuesta a la desvergonzada oposición que se ha dispuesto a tumbar a ojos cerrados todo sus proyectos de reformas, y en respuesta a la guerra sucia de los medios de comunicación y de sus pervertidos periodistas.


En su acepción genérica la palabra cambio pareciera connotar el remplazo dramático de una cosa por otra (sustituir la constitución del 91 poniendo en su lugar una nueva carta progresista, lo ilustraría muy bien); sin embargo, en el contexto de lo político, solo connota la mera transformación de una cosa, haciéndole reformas sin destruirla. Desde esta perspectiva, la palabra cambio se entiende de igual forma como una modificación coherente de los modos y maneras de gobernar (de hacerlo en favor de las mayorías o en favor de unos pocos privilegiados), y se entiende también como la innovación de la estructura del estado, ya sea en favor de la armonía y el progreso social o en pro de la violencia retardataria.


En el contexto político, la palabra cambio, única y estrictamente refiere la acción de reformar; lo cual es muy distinto a lo entendido con la palabra revolución que es clara en describir todo lo contrario a la realización de modificaciones e innovaciones a nada de nada: toda revolución política es irrestrictamente un nuevo comienzo. En tal suerte, el “cambio” ofrecido inicialmente por el presidente no ameritaba ni amerita el temor de sus opositores políticos, pues este ocurriría dentro de la “organización” -que es la estructura social del estado y sus políticas públicas-, y ocurriría con la completa participación ciudadana.


Ningún cambio político pretende necesariamente destruir la organización, ni hacerla trizas como las revoluciones lo hacen, porque los cambios apenas pueden deconstruirla; es decir, semejante a como lo entienden los filósofos, los cambios solo pretenden deshacer la organización analíticamente (estudiando, por ejemplo, la inequidad social existente) para luego renovar su estructura (digamos que haciendo una nueva reforma laboral, justa y eficaz). En efecto, el cambio en el ámbito de lo político no tendría por qué ser dramático, si consideramos que este proviene del consentimiento lícito de la ciudadanía, si esta lo ha decidido así por medio de la votación popular. En tal razón, constituye un grave delito impedirle al presidente que propicie el cambio y lo ponga en práctica.


Lo cierto es que, en esa estrategia de tumbarle al presidente “a ojos cerrados todos sus proyectos de reformas”, le han dejado un condicionado camino, invocar al pueblo, y si en verdad nos movemos en una democracia, resulta bastante lógico que así sea, pues el pueblo y la rama ejecutiva son el motor de cualquier cambio político: y no el régimen, conformado por unos pocos adinerados sin escrúpulos, ni tampoco las ramas del poder, integradas en buena parte por los tramposos del congreso y por los carteles de la toga.


No obstante, es dable reconocer que la advertencia de un cambio no proviene exclusivamente del presidente Gustavo Petro, sino de las bases populares desligadas del poder oficial, que históricamente lo han demandado en manifestaciones, huelgas y paros cívicos, pero siempre en contracorriente de los gobiernos. Esta vez, cuando se ha presentado la rareza de una concordancia entre el gobierno y los gobernados, era de esperar un mejoramiento en la calidad de vida.


Sin embargo, lo que ha visto el pueblo es que la oposición y el “poder oculto” que la acompaña -el poder del régimen- han obstaculizado al presidente en detrimento de la equidad social. Un “poder oculto”, tan visualizado en el presente que las bases populares ya saben contra quien dirigir las manifestaciones, las huelgas y los paros cívicos, como aparentan no saberlo algunos malintencionados de la oposición y ciertos obtusos periodistas que se preguntan -no es posible precisar si con maldad o ignorancia- cómo al presidente se le ocurre proponerle al pueblo que se levante contra el mismo gobierno.


Finalmente, valga decir, que si bien las revoluciones, por la historia que se tiene de ellas, están relacionadas con lo cruento, la propuesta por el presidente Petro consiste en una manera de actuar tan pacífica como cargada de nuevas energías. Sus recientes alusiones a la palabra revolución implican algo muy diferente al cambio, aunque muy parecido a la imposición de la voluntad del pueblo, que es la parte más importante en la constitución de un estado.

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