Por: Igor Parma, Internacionalista
“La integración es más retórica que otra cosa, la integración europea es concreta, la integración de América del Norte es concreta, concretísima, la integración latinoamericana es discursiva”, dijo Petro en su discurso en la Cumbre Iberoamericana el pasado 25 de marzo. La integración latinoamericana siempre ha estado marcada por las desigualdades, los conflictos y la inestabilidad de la región. La Cumbre Iberoamericana fomenta un encuentro de los gobernantes de países de lengua española y portuguesa en una plenaria en donde puedan acordar estrategias de integración. Incluso actores políticos de fuera de América Latina —además de España y Portugal, miembros de la Conferencia Iberoamericana— pueden participar, como pasó en esta cumbre con la presencia del jefe de diplomacia europea, Josep Borrel, rompiendo una secuencia de ocho años sin presencia europea en la cumbre.
En esta XXVII Cumbre, las expectativas para una América Latina ideológicamente cohesionada, con las mayores economías regionales con gobiernos de izquierda, creó altas expectativas políticas. Temas como la crisis climática, la inmigración, la seguridad alimentaria, los cuestionamientos sobre el sistema financiero actual y los derechos humanos son algunos de los temas que acercan a estos gobiernos ideológicamente similares en Latinoamérica. Incluso antes de la Cumbre ya se habían anunciado movimientos políticos que señalaban a un nuevo impulso de reintegración latinoamericana, como la declaración de que Argentina volverá a integrar la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), y anunciando la expectativa de que Brasil ratificaría en la Cumbre que seguiría esos mismos pasos.
La Cumbre Iberoamericana parecía así un evento de demostración de fuerza de América Latina, en donde sería posible ver un ensayo de un nuevo impulso de reintegración latinoamericana. Desafortunadamente, lo que se pudo constatar fue un ensayo de ausencias, choques y diferencias entre los gobiernos, un escenario que demostraron, más que el potencial de integración latinoamericana, los retos que enfrentará la región en los próximos años.
Ya en las presencias de los 22 estados miembros se pudo notar cierta diferencia de prioridades en algunos de los gobiernos. Lula, presidente de Brasil, confirmó su presencia a un viaje oficial a China, no a la cumbre, aunque la aplazara después cuando se enfermó el presidente brasileño. Su representación fue hecha por el Canciller Mauro Vieira. Además de la no presencia de Lula, ni el mandatario de México, Andrés Manuel López Obrador, ni su canciller, Marcelo Ebrard, asistieron a la cumbre, con la presencia mexicana representada por el subsecretario mexicano Maximiliano Reyes. Por más que la presencia de las dos economías latinoamericanas más grandes se ha hizo sentir, su diferente jerarquización de representantes señala las diferentes prioridades de esos dos países en el escenario de integración iberoamericana. La ausencia de Nayib Bukele y Nicolás Maduro también se hizo sentir, con la representación salvadoreña hecha por el vicepresidente, Félix Ulloa, y la venezolana por el ministro de Relaciones Exteriores, Yván Gil.
Entre los presentes, la cumbre trajo a la luz la diferencia entre los conceptos de izquierda en América Latina. En tonos conflictivos entre discursos, las sospechas y diferencias entre gobiernos furtivamente fueron introducidas en la agenda Iberoamericana. Boric, presidente chileno, dejó claro su aversión a la práctica de cancelación de ciudadanías a opositores políticos, conducida por el presidente nicaragüense, Daniel Ortega. En su discurso, tras hacer un recordatorio de la dictadura chilena, afirmó que “por eso, estimados colegas, no es aceptable de parte nuestra callar ante la dictadura familiar de Ortega y Murillo en Nicaragua que acaba de privar de su nacionalidad a 94 opositores y deportar a más de 200 presos políticos. Lo hemos dicho antes, pero bien vale recordar que pareciera no saber, Ortega, que la Patria se lleva en el alma y en la sangre y no se quita por decreto”.
Otra intervención del presidente chileno señala otro punto de conflicto entre las distintas izquierdas latinoamericanas. Gabriel Boric siguió su acusación a Ortega afirmando que “hoy vemos en el mundo entero nuevos riesgos y amenazas que acechan a la democracia que tanto ha costado construir […] los problemas de la democracia se solucionan con más democracia y no con menos”. Esta posición, por mucho que sea directamente asociado en contexto con sus acusaciones a Nicaragua, señala también una divisa entre las izquierdas históricas de América Latina y las izquierdas modernas. Esta oposición se hace notar en una comparación con el discurso de Miguel Díaz-Canel Bermúdez, presidente de Cuba. El gobernante cubano afirmó que “reiteramos nuestra firme solidaridad con los legítimos gobiernos de Venezuela, Nicaragua y Bolivia, sometidos a persistentes intentos de desestabilización. Porque también los ha sufrido y conoce sus costos humanos, políticos y sociales, Cuba condena y rechaza el injerencismo que fractura los consensos.”
Vemos en esos dos discursos los diferentes encuadramientos que ponen en cierta oposición diferentes izquierdas en América Latina. Tradicionalmente, tenemos las izquierdas herederas de los socialistas tradicionales, representados históricamente por Cuba y Venezuela, pero que vienen debilitándose ya desde hace una década. En oposición, con nuevas formulaciones teóricas y coyunturales, tenemos a ejemplo Chile, con Gabriel Boric, e incluso Lula que, por mucho que sea parte de las izquierdas tradicionales en su época de sindicalista, ablandó su discurso revolucionario con fines de ser elegido en su primer gobierno y, en esta nueva elección, se eligió por una coalición que lo obligará a renunciar al modelo tradicional y acercarse a las nuevas izquierdas. Otro atrito que se hizo fuerte en la cumbre fue entre Colombia y Perú, en lo que Petro defendió el expresidente Pedro Castillo, encarcelado desde su intento de disolver el congreso peruano. Petro afirmó que “Pedro Castillo debería estar aquí, el golpe se lo dieron a él”. Esta intervención culminó a que Perú retirara de forma definitiva a su embajador de Colombia.
Las diferentes conceptualizaciones de izquierdas, sumadas a sus diferentes prioridades, se tradujeron en dos resultados que muestran que un nuevo ensayo de integración latinoamericana tiene todavía muchos retos a resolver. En primer lugar, los dos diferentes proyectos latinoamericanos: uno dirigido por la Celac, en el cual México buscaba junto con Argentina una hegemonía regional, pero que hoy es cuestionada por la actuación presidencial mexicana frente a Iberoamérica. El segundo dirigido por Argentina y Brasil con la revitalización de Uasur, con la expectativa de que Brasil vuelva a la organización en los próximos días. Esa revitalización significaría una integración más acelerada, no de la América Latina, sino de la América del Sur. El segundo resultado, más bien clasificado como una deficiencia, fue la imposibilidad de la cumbre lograr un acuerdo sobre su propuesta de reforma del mercado financiero mundial, que sería planteada por el gobierno brasileño en el encuentro del G-20 el año próximo. Este acuerdo fue delegado a los ministros de Hacienda y Finanzas de los Estados miembros.
Por más que lograron plenamente acuerdos en tres de sus cuatro objetivos principales —clima, seguridad alimentaria y brecha digital—, la cumbre reveló que una posible integración latinoamericana tendrá necesariamente que afrontar diversos retos. Las diferencias ideológicas de los mandatarios regionales son todavía profundas y pueden descarrilar el proceso de integración latinoamericana, tornándolo difuso y poniéndole escollos que se volverán insuperables.
Comments