Por: Redacción Pares
En la mañana del 5 de agosto nos despertamos con la noticia de que había fallecido Wilson Borja. Perdía la batalla contra una enfermedad degenerativa que lo atormentaba desde hace años. Bueno, decir que atormentaba es una exageración. Lucho Celis, quien era su vecino en la Soledad, afirma haberlo visto rebozante de energía, siempre con una sonrisa. Sus amigos recuerdan su generosidad, lo buen cocinero que era, sus paellas legendarias, así como su compromiso por la paz, el amor que le tenía a Nubia, la compañera de sus últimos años.
Otro amigo, Antonio Sanguino, describió, en una maravillosa crónica publicada en la Revista Cambio, las bromas que le hacía por su cuidada cava, llena de vinos caros. Borja, con su humor costeño, le contestaba de la siguiente forma o joda, si luchamos pa que todo el mundo viva bien, porque nosotros no?”
Wilson Borja fue de izquierda en uno de los momentos más álgidos del conflicto colombiano, cuando la extrema derecha decidió ripostar y lanzó un plan de ataque contra todo lo que a ellos les olía a guerrilla. A Wilson Borja buena parte del país le tenía desconfianza porque tenía opiniones tajantes, duras. Lo que no sabían era que se jugaba la vida en cada declaración.
En 1999, el mismo año en el que fue asesinado Jaime Garzón, José Miguel Narvaez se reunía con Carlos Castaño en la finca Las Tangas para instigar asesinatos. Para los que no recuerdan, Narváez fue el jefe de inteligencia del DAS en la época de las chuzadas, cuando Jorge Noguera, bendecido por Uribe, convirtió ese organismo en un aparato contra la oposición a la Seguridad Democrática. Narváez le llevaba listas a Castaño en donde aparecían supuestos colaboradores de la guerrilla. Allí aparecía gente como Piedad Córdoba, quien incluso estuvo secuestrada y a punto de ser asesinadas por las AUC, Garzón, que fue asesinado por sicarios, Gustavo Petro, Alvaro Leyva y Borja. Estos señalamientos contra Narváez fueron hechos por ex comandantes paramilitares como Raúl Hasbún o el propio Salvatore Mancuso.
El 15 de diciembre del 2000, en el parqueadero Bochica, Wilson Borja recibió un ataque por parte de sicarios. Le dieron en las piernas. Desde entonces tuvo problemas para caminar. Paradójicamente, como señala Sanguino en su crónica en Cambio, lo salvaron en el hospital militar, a pesar de que el atentado vino desde la extrema derecha. Su recuperación completa sobrevino en la Cuba de Fidel Castro. A Wilson Borja le cobraban su interés por hacer la paz con el ELN, el haber participado en las negociaciones de Maguncia y, sobre todo, el ser un sobreviviente de la UP.
En la época dura del uribismo, cuando la imagen del expresidente superaba el 70 por ciento y su idea de darle plomo a las guerrillas sin tener espacio para la negociación era abrazada por buena parte del pueblo colombiano, Wilson Borja, con su típico sombrero, abogaba por el intercambio humanitario. En ese momento eran más de 2000 los colombianos secuestrados por las FARC. Esto le granjeó enemistades terribles. No le hizo caso a esto. Le pudo más su amor a la vida.
Pero, antes de ser un mamerto, era un gozón. ¿De qué otro material podría estar hecho un hombre nacido en Coloso Sucre y radicado en Cartagena? Los que intimaron con él sabían de su fiebre salsera. La salsa, en los años setenta, en la voz de Héctor Lavoe, Ismael Quintana o los Bam Bam, significaron una música no sólo para bailar sino de resistencia. Si tienen alguna duda pongan ya, de banda sonora de este escrito, el inmortal Hacha y Machete.
Wilson Borja murió como vivió. Fue un tipo consecuente, que la cava de vinos finos no los confunda. Borja incluso cometió errores que no es este espacio para juzgarlos, como hundirse con el Polo democrático cuando el escándalo del carrusel de la contratación. Entonces, desapareció. Petro le agradeció su compromiso con la izquierda y recordó la importancia de su trabajo para que el país pudiera tener un presidente de izquierda.
Se fue un guerrero de los trabajadores, un hombre de causas justas.
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