Por: Iván Gallo - Editor de Contenido
Los que estaban en la convención liberal el pasado jueves 1 de noviembre describieron a César Gaviria como un emperador. Sentado en su silla, con un look con el que pretende verse más jóven, el expresdiente reafirmaba el liderazgo en su partido. Ni Luis Fernando Velasco, que representaba el ala más progresistas de la colectividad, ni Alejandro Carlos Chacón pudieron hacerle sombra al experimentado político. Una vez más movía sus fichas a su mejor conveniencia. Era otra partida ganada. Ahora se apresta a hacer alianzas que, seguramente, no hubiera hecho su mentor político, el inmolado Luis Carlos Galán Sarmiento: intentar hacer coaliciones con uribistas como Paloma Valencia, cuestionados conservadores como Efraín Cepeda, o el ex ministro Mauricio Cárdenas, todo para evitar que la izquierda vuelva a ganar las elecciones del 2026.
Gaviria lleva treinta y cinco años apareciendo diariamente en titulares de la prensa nacional. Después del asesinato de Luis Carlos Galán a manos del cartel de Medellín, en agosto de 1989, convenció a Juan Manuel, el hijo mayor del candidato presidencial, para que le cediera las banderas de la candidatura. En el discurso que dio en el entierro de su padre sorprendió a todo el mundo cuando anunció que él tomaba las postas del Nuevo Liberalismo. La primera que giró la cabeza sin saber qúé era lo que pasaba era su madre, Gloria Pachón. Décadas después la viuda del caudillo liberal afirmó que Juan Manuel lo hizo en un arrebato juvenil: “fue algo sorpresivo, espontáneo y en cierta forma impensado”. Gloria, aún ahora, a sus 89 años, piensa que César Gaviria no encarnó nunca los valores liberales por los que su esposo dio su vida. Hay que recordar que en el momento del magnicidio en Soacha, Gaviria era el jefe de debate de Galán y, a sus 38 años, había sido ministro de Gobierno de Virgilio Barco en donde demostró ser un eficiente tecnócrata. Fue elegido presidente en 1990 cuando el país estaba en llamas.
El saca pecho porque fue en su presidencia en donde se le dio caza a Pablo Escobar, pasando por alto todas las gavelas que dio. En 1991 el capo de la mafia se entregó después de que lograra convencer al entonces presidente Gaviria que le adecuara una cárcel hecha a su medida. La Catedral tenía salas de cine, canchas de fútbol, jacuzzi, piscinas, iban a jugar con él futbolistas de la selección Colombia, hacían fiestas con prostitutas e incluso llegó a matar a sus enemigos allí. Más de un año duró este ridículo internacional. Había presión para que sacara al capo de ese resort y lo pusiera en una cárcel común. Fue cuando asesinó al Negro Galeano y a Kiko Moncada cuando decidió intervenir. En ese momento el Bloque de Búsqueda, una unidad élite de la policía creada en 1989, se unió con enemigos de Pablo Escobar como el Cartel de Cali y los hermanos Castaño que habían creado el grupo los PEPES, enemigos de Pablo Escobar. El gobierno Gaviria, presionado por Estados Unidos, necesitaba tener la cabeza del capo. Jamás se ha podido establecer algún vínculo del gobierno Gaviria con el Cartel de Cali, pero si sucedió que miembros del Bloque de Busqueda se aliaran con los Rodríguez Orejuela para detener a Escobar. El resultado fue que el dos de diciembre de 1993 en un techo en Medellín cayó Escobar pero a cambio se fortaleció el paramilitarismo. Fidel y Carlos Castaño creyeron tener patente de corso para hacer lo que quisieran. Gaviria decidió, cuando cayó Escobar, enfocarse en destruir a los de Cali empezando otra guerra.
En el 2017 el ex presidente dijo algo sensato: él, que vivió lo más álgido de la guerra, propuso legalizar las drogas en una entrevista al Mundo de Madrid afirmó que esta era una necesidad inapelable. Pero Gaviria cambia con el tiempo, se transforma, y su ´versión 2024, en donde pide que Petro se dedique a gobernar, parece más reaccionario que el más radical de los políticos conservadores. Ha olvidado que durante buena parte de su mandato fue Pablo Escobar quien lo puso de rodillas y también Estados Unidos. El jamás será el mejor ejemplo de gobernabilidad.
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