Por: León Valencia, director – Pares
Si nos atenemos al tipo de oposición que le hizo el uribismo al gobierno de Santos, a lo que el presidente Iván Duque anunció en la campaña electoral y a la composición del gobierno que se inicia, en los próximos cuatro años tendríamos continuidades macroeconómicas y fiscales, en la inversión social y en la distribución de recursos vía mermelada, aunque en este campo habría destinatarios distintos.
Pero tendríamos rupturas en los Acuerdos de Paz, en las relaciones con la región latinoamericana, en las líneas de la lucha contra el narcotráfico y en la actitud ante las cortes. Estas son, desde luego, cábalas donde no es posible tener completa certeza, la realidad política es siempre muy fluida en Colombia y las cosas pueden cambiar mucho con el paso del tiempo, pero corro el riesgo con estos pronósticos.
Las audacias de Santos no fueron de carácter económico y social, allí mantuvo con rigor la ortodoxia y cumplió a cabalidad la regla fiscal que rige al país hace ya muchos años. Nada de aventuras reformistas y de grandes esfuerzos en la redistribución del ingreso. De Alberto Carrasquilla, nuevo ministro de hacienda, y del equipo económico nombrado, no se puede esperar algo distinto, los primeros anuncios de reforma tributaria así lo confirman.
Pese a las reiteradas declaraciones de que no habrá mermelada, las necesidades de los grupos políticos que componen el gobierno empujarán a Duque en esa dirección, aunque el destino de los recursos sea distinto. El Centro Democrático, la facción conservadora de Marta Lucía Ramírez y las iglesias evangélicas que están en el corazón de la coalición, tienen muy poca representación en las regiones. De hecho, el uribismo sólo alcanzó en las elecciones de 2015 cincuenta y una de las 1122 alcaldías y una de las 32 gobernaciones. Para cambiar esta situación en el 2019, los uribistas utilizarán todas las palancas del gobierno nacional en detrimento de los partidos que acompañaron a Santos y de la oposición de izquierdas, de eso no quepa la menor duda. El esfuerzo por cambiar la relación de fuerzas políticas en los departamentos y municipios será enorme.
Las rupturas vendrán por los lados de la seguridad y la paz. En los últimos veinte años, en Colombia han competido con ardor dos mitos: el de la seguridad y el de la paz. Esa competencia no ha cesado. Con Santos el mito de la paz con sus emblemas de negociación, verdad, reconciliación, convivencia, diversidad, ganó batallas decisivas, pero perdió un plebiscito clave y luego unas elecciones definitivas. Ahora regresa el mito de la seguridad con sus emblemas de mano dura, justicia, orden y autoridad. Sólo que en Colombia estas consignas no necesariamente están ligadas al cumplimiento estricto del estado de derecho, pueden estar asociadas a preocupantes fenómenos de ilegalidad y a trampas perversas en la trama política.
Cuán profunda será la ruptura, está por verse; pero la posible extradición de Santrich, ligada a una probable renuncia definitiva de Iván Márquez a entrar en la política, el crecimiento de las disidencias de las FARC, la revisión de las negociaciones con el ELN y alguna suspensión de estas conversaciones, el asedio a la Justicia Especial para la Paz y a la Comisión de la Verdad, la amenaza a la protesta, la continuidad de los asesinatos a los líderes sociales y la vuelta a las fumigaciones y a la represión sobre los campesinos cocaleros, no anuncian nada bueno.
La tensión con las cortes será otro signo de ruptura. Empezó con el anuncio de una sola Corte que muy pronto perdió fuerza, pero continuó con las graves presiones a la Suprema por el llamado a indagatoria del expresidente Uribe y con los cuestionamientos y consejas sobre la JEP. Santos había logrado una mayor armonía con los tribunales con la excepción de la Procuraduría en los tiempos de Alejandro Ordoñez, pero esa no parece ser la perspectiva en los años que vienen.
El otro campo seguro de cambio será la actitud frente a Latinoamérica y los Estados Unidos. Tanto por la variación del mapa político en la región como por la alineación de Duque con la administración de Donald Trump, tendremos nuevas tormentas con los vecinos. Estamos volviendo a narcotizar las relaciones con el norte y a profundizar las tensiones con Venezuela y Ecuador, estamos en el camino a liquidar los pocos avances logrados en la integración con el sur del continente. Alguna intervención militar en Venezuela puede generar un gran incendio que perjudicará sobre todo a Colombia.
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