Por: Guillermo Linero Montes. Columnista Pares.
El expresidente Juan Manuel Santos, al ser elegido Premio Nobel de la Paz en octubre de 2016, cumplía cabalmente con dos de los tres requisitos necesarios para merecer el preciado premio, tal y como lo dejó escrito en su testamento Alfred Nobel. El primero de esos requisitos, es que el optado sea una persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones. Requisito que Juan Manuel Santos poco o nada suplía.
El segundo, es haber contribuido con la abolición o reducción de los ejércitos alzados. Requerimiento que Santos satisfizo al desmontar a las Farc, cuyo número de tropa y capacidad armamentística le daban traza de ejército alzado, reduciendo con ello a un 30 o 20% el número de combatientes en conflicto contra el estado). Y el tercer requisito de los establecidos por el fabricante de armas noruego, es la celebración y promoción de acuerdos de paz. Requisito que Santos saldó al firmar el acuerdo de paz con las Farc.
Con todo, cuando pienso en el Premio Nobel de la Paz, y en el papel que naturalmente deben desempeñar los privilegiados que consiguen semejante reconocimiento, como es velar por la paz del mundo, siempre me pregunto por qué Juan Manuel Santos se muestra tan pasivo en dicho papel. Me explico: no se le ve en la primera fila de los debates internacionales que tratan conflictos entre naciones, precisamente donde los nobel de paz tienen mucho para hacer y dar, ni se le ha visto protagonizando críticas al autoritarismo actual del gobierno, o exigiéndole con vehemencia al presidente Duque que persiga y capture a quienes están asesinando a los líderes sociales.
Sin embargo, tampoco hemos visto noticias sobre soldados mutilados por minas antipersonales y el hospital militar permanece vacío. Las estadísticas de personas asesinadas en combate contra el ejército son, gracias a su labor de pacificador, las más bajas de la reciente historia de Colombia, y es seguro desplazarse por la mayoría de las carreteras del país que antes permanecían vedadas; y, desde luego, no han vuelto a ocurrir las desapariciones extrajudiciales, llamadas “falsos positivos”. Tampoco hoy son noticias los secuestros masivos, como los realizados por las Farc antes del acuerdo; ni vivimos diariamente las angustias de percibir que la guerra en Colombia no tendrá fin.
Por todas estas razones -las del apartado inmediatamente anterior- fue precisamente por lo que el comité sueco le otorgó el premio nobel de paz en el 2016 a Juan Manuel Santos. Y no existe quien tenga dudas acerca de que los miembros del comité sueco –que investigan el contexto social de aquellos a quienes piensan premiar- hayan desconocido los falsos positivos, pues para entonces ya estaban denunciados públicamente; y tampoco es creíble su desconocimiento de que Juan Manuel Santos, durante esos asesinatos extrajudiciales, era uno de los ministros de defensa del entonces presidente Álvaro Uribe, a quien hoy la comunidad de cuerdos y de entendidos le consideran responsable directo.
Aun así, hay quienes piensan –en la línea de la senadora María Fernanda Cabal y del uribismo- que el nobel de paz otorgado a Santos es inmerecido, y por ello han dirigido una carta a la academia sueca solicitando que se lo retiren, arguyendo que durante su segunda campaña a la presidencia, Santos recibió dinero de Odebrecht para hacerse reelegir. Esto último, por cuenta de la reciente declaración del exsenador Bernardo Elías sobre detalles del mentado escándalo de corrupción que involucra, supuestamente, a la campaña de Santos. No obstante, dicha declaración ha sido refutada por la defensa del expresidente, dando a conocer una grabación telefónica realizada por el anterior Fiscal, donde al parecer se habla de un complot que tendrían contra él Musa Besaile y Bernardo Elías, para empapelarlo ante la justicia y desprestigiarlo ante la opinión pública.
No es ni siquiera necesario conocer el contenido de dicha carta, firmada y promovida por la senadora Cabal, para saber que tiene más talante de exabrupto que de indignación sensata. No solo por los palmarios beneficios que ha dejado el acuerdo de paz impulsado por Santos, sino también porque ya el comité sueco ha fallado en situaciones similares; y así como no ha permitido que le rechacen los concedidos. De estos últimos sobresalen los premios nobel de literatura Jean Paul Sartre en 1964 y Boris Pasternak en 1958; y el premio nobel de paz Le Duc Tho en 1973, tampoco ha retirado premios otorgados.
Al nobel de literatura de 2019, por ejemplo, el escritor austriaco Peter Handke, le acusaron ante la academia sueca por sus continuos panfletos antisemitas y por su defensa de los genocidas en la ciudad de Bosnia durante el año de 1995, y nada pasó. Del mismo modo el nobel de medicina James Dewey Watson, fue acusado de racismo tras decir en una entrevista que los negros eran menos inteligentes que los blancos; y aunque fue despojado de todos los títulos honoríficos que había recibido en vida, no le quitaron el premio nobel que recibió en 1962 por sus estudios sobre el ADN.
Pero, tal vez, el caso más diciente sea la petición que hicieran ante el comité sueco organizaciones de derechos humanos para que le fuera retirado el premio nobel de paz a la líder del gobierno birmano, Suu Kyi; porque, al decir de su gente, se ha hecho la de la vista gorda ante el atropello que les causan de continuo los militares a las mujeres y niños de su pueblo y porque ha negado el genocidio de las minorías musulmanas.
Con todo, y pese a que dicha petición ha sido respalda por varios premios nobel de paz, la respuesta del comité sueco ha sido negativa, aduciendo que los premios nobel, hasta ahora, no se les han concedido a ninguno por lo que haya dejado de hacer después de la fecha de entregado el premio, sino por lo que haya realizado antes de que se le entregara.
De tal manera que Juan Manuel Santos es merecedor del premio nobel de paz, por lo que hizo específicamente con el desmonte de la Farc y por la firma del acuerdo de paz, y no lo es por lo que dejó de hacer en otros asuntos o por lo que hizo en términos de acción política perversa, si lo hubiera hecho. De tal suerte, es muy predecible que el comité sueco va a responderle a la senadora Cabal y a los uribistas, con un grandísimo NO.
Comments