Por: Guillermo Segovia Mora Politólogo, abogado y periodista
Ante la crisis interna que acarrea Venezuela hace varios años, luego de una década de liderazgo chavista que impulsó el estatismo, adelantó proyectos sociales de impacto, mantuvo una activa e influyente política internacional —en particular en América Latina y El Caribe— y reivindicó como símbolo para su proceso al Libertador Simón Bolívar (al punto del cambio constitucional y de nombre del país como República Bolivariana de Venezuela), hay quienes presumen que la vigencia histórica del patriota independentista quedó petrificada en las estatuas. De nuevo, como tantas otras veces, se equivocaron.
De manera inesperada —sobre todo por el país anfitrión, que no tiene hechos significativos que lo aten a la figura celebrada—, el 238 aniversario del natalicio de Simón Bolívar en Caracas (el 24 de julio de 1783) no fue fiesta grande en su país ni en Colombia, Venezuela, Perú o Bolivia, naciones que liberó al mando del ejército patriota, sino en México. La celebración fue impulsada por la Presidencia de la República con importantes eventos precedentes (organizados por el Fondo de Cultura Económica) y con un acto solemne que tuvo al presidente Manuel Andrés López Obrador (AMLO) como orador principal, y a la escritora chilena Isabel Allende como invitada especial.
Asistieron representantes del Gobierno mexicano y algunos cancilleres de la región —entre estos, la vicepresidenta de Colombia— participantes de la reunión periódica de Comunidad de Estados de América Latina y El Caribe (Celac), bajo presidencia pro témpore de México desde 2020. Así, el país azteca redondea un año de efemérides de alta carga nacionalista al conmemorarse, también, los 500 años de la caída de Tenochtitlán a manos de los españoles y los 200 años de la Independencia (ocurrida el 27 de septiembre de 1821).
Isabel Allende, en bellas palabras, resumió: “La historia de México, como de toda Latinoamérica, es un mural de claroscuros, de esperanzas y fracasos, de héroes y villanos, de ideales y de traiciones, de caudillos brutales y de revolucionarios, de grandes pensadores y de una multitud de saboteadores; pero, sobre todo, es un mural de brillantes colores, luminoso, magnífico.”
Y a tono con la convocatoria a la unidad bajo el estandarte bolivariano, expresó: “Nuestras similitudes como latinoamericanos son muchas más que nuestras diferencias. Podemos y debemos enfrentar los desafíos del futuro como una sola potencia, es nuestra mejor opción. Otras naciones, que tienen menos en común, lo han logrado.”
El discurso de AMLO, aparte de la necesaria y justificatoria referencia a la biografía del Libertador, apeló a la integración (uno de los ideales bolivarianos) para plantear la necesidad de un nuevo organismo regional que reemplace la cuestionada y derechizada OEA —“lacaya”—, y de unir esfuerzos continentales en la mira de un organismo similar a la Unión Europea. Al tiempo que condenó el intervencionismo, las invasiones, los bloqueos y las sanciones —solidarizándose con Cuba—, llamó a los Estados Unidos a una nueva era de cooperación en el espíritu del libre comercio (ante las acechanzas chinas), a la resolución pacífica de los conflictos y el respeto a la autodeterminación de los pueblos.
Con distancia respecto a la posición de muchas de las personas representantes de los Estados que asistieron a la reunión, afirmó: “Podemos estar de acuerdo o no con la revolución cubana y con su Gobierno, pero el haber resistido 62 años sin sometimiento es toda una hazaña. (…) creo que, por su lucha en defensa de la soberanía de su país, el pueblo de Cuba merece el premio de la dignidad. Y esa isla debe ser considerada como la nueva Numancia, por su ejemplo de resistencia”. La referencia a este aguerrido pueblo en su resistencia al imperio romano, remite a la que Bolívar hiciera a los pastusos y a su obcecación contra los patriotas, a tono con la conmemoración.
Consecuente con el propósito del encuentro, que a la vez refleja la intención del presidente de México de impulsar la nueva corriente de izquierda integracionista a la que se suman Bolivia, Argentina y, ahora, Perú, concluyó: “Lo aquí planteado puede parecer una utopía; sin embargo, debe considerarse que, sin el horizonte de los ideales, no se llega a ningún lado y que, en consecuencia, vale la pena intentarlo. Mantengamos vivo el sueño de Bolívar.” Por supuesto, las críticas de la derecha continental y europea no se han hecho esperar.
Apenas cuatro días después, el nuevo presidente del Perú, el maestro campesino Pedro Castillo (quien ha despertado tanto expectativas populares como rechazos en la derecha) asumió el cargo como primer mandatario en la fecha conmemorativa de los 200 años de la declaración de Independencia por el argentino José de San Martín (el 28 de julio de 1821). El discurso de posesión de Castillo tuvo un acento social y de cambio. No obstante, no reivindicó en especial la efeméride. La Independencia peruana y de América Latina se consolidó por los ejércitos patriotas bolivarianos al mando de Antonio José de Sucre, con la Batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.
Reivindicando a los pueblos indígenas que nutrieron esas tropas y sus siglos de frustraciones y dolores, Castillo afirmó: «Juro por dios, por mi familia, por mis hermanos y hermanas, campesinos, ronderos, pescadores, docentes, profesionales, niños, jóvenes y mujeres, que ejerceré el cargo de presidente en el periodo constitucional 2021-2026. Juro por los pueblos del Perú, por un país sin corrupción y por una nueva constitución». Y sentenció: «Este Gobierno ha llegado para gobernar con el pueblo y para construir desde abajo. Es la primera vez que nuestro país será gobernado por un campesino. (…) Yo también soy hijo de este país fundado sobre el sudor de mis antepasados».
En materia internacional, Héctor Béjar, canciller, escritor y exguerrillero, no dejó duda sobre la nueva orientación del Gobierno tanto en la toma de posesión como en pronunciamientos posteriores. Perú respaldará la plena vigencia de los derechos humanos, los compromisos sociales de Naciones Unidas y el respeto a la soberanía de los pueblos. En particular, para el caso de Venezuela, habrá un giro frente al “Grupo de Lima”, liderado, entre otros, por el Gobierno Duque, y enfilado, a la cola de los Estados Unidos, a dar al traste por cualquier medio con el Gobierno de Nicolás Maduro. En este aspecto, se debe señalar que los Gobiernos de derecha de Latinoamérica (Piñera de Chile, Macri de Argentina, Bolsonaro de Brasil, Moreno de Ecuador y Duque de Colombia) fueron entusiastas aliados para acabar con el prometedor y autonomista proceso de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), menguar al Mercado Común de Suramérica (Mercosur) y activar una proestadounidense e intrascendente Prosur.
Por cerca de 200 años, la unidad e integración latinoamericana propuesta por Simón Bolívar, el hombre más importante de la historia de América Latina y El Caribe, plasmada en la Carta de Jamaica de 1815 y buscada en el Congreso Anfictiónico de Panamá (frustrado por el sabotaje de portadores de pequeñeces y enajenaciones), ha sido un ideal aplazado. En la Carta de Jamaica, Bolívar expresó: “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria”. La integración de inspiración bolivariana parece estar tomando un nuevo aire.
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