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Auge y caída del Stalin de la salsa en Bogotá

Por: Iván Gallo -Editor de Contenidos




Bogotá era una ciudad donde llovía todos los días, no había mujeres en sus calles y los hombres iban vestidos de negro hasta el año 1978. Allí empezaron a llegar los colores. Y todo fue gracias a la salsa. Habían antecedentes de bares de salsa, por supuesto. El mejor de todos era el Mozambique, un bar que abrió Senén Mosquera, leyenda del arco de Millonarios, en 1969, ubicado frente a la iglesia de Lourdes. Aprovechando sus viajes internacionales defendiendo a los Embajadores, el chocoano empezó a atesorar discos. Otro jugador del Santa Fé, el Mono Tovar, también abrió un grill, la Gaité, en donde sonaban los discos de Eddie Palmieri, de Ray Barreto. Pero fue César Pagano quien cambió todo.

 

Si, ya sabemos que el trío que hizo las noches bogotanas más calientes fueron Gustavo Bustamante, quien falleció en noviembre del 2018, Juan Gaviria y César Villegas, creadores del Goce Pagano. Pero yo sólo quiero hablar de César Pagano. Gracias a un amigo en común pude visitar en su casa en el 2019. Decían que tenía la dureza de un general en retiro, que ya no prendía su tabaco, que no chupaba ron. Ya no tenía esas camisas maravillosas llenas de colores ni los collares de piedras redondas. Pero esa tarde fue muy generoso. En su apartamento en Pablo VI reposan 17 mil discos y vinilos. Escogió uno de ellos, uno del Conjunto experimental nuevayorkino, un grupo hecho a punta de disidentes de grupos famosos de esa época, finales de los setenta, que no quería claudicar ante el sonido comercial de la salsa romántica que al final terminaría aplastando al último gran movimiento cultural de Caribe. No se mucho de salsa, ni vayan a esperar un texto de erudición. No sé mucho de salsa pero me acuerdo de la canción, se llamaba Se me olvidó que te olvidé. Esta no es la historia de un hombre sino de la creación de un lugar para bailar y escuchar música que cambió a la ciudad.

 

Los tres amigos antes mencionados encontraron un local, escuchen bien, de ochenta metros cuadrados, ubicado en la carrera 13 A con 23. La primera noche en la que abrieron tenían 38 discos, poco a poco irían comprando más. Pero el disco era dificil de conseguir y caro. Los primeros tres meses era difícil. No ceder, tener principios, siempre cuesta. Y si algún rumberto llegaba con una lista de canciones Pagano -que era César Villegas- le contestaba “usted puede pedir lo que quiera, nosotros ponemos lo que nos dé la gana- Esto, como estrategia de negocios no sería reomendable ahora, pero a finales de los setenta todos los sueños podrían hacerse realidad.

 

El nombre surgió porque Enrique Santos Calderon, quien compartía con César Villegas la pasión por la salsa, dirigía en esa época la casi subversiva revista Alternativa. Le mandó a escribir un artículo sobre salsa. Villegas lo bautizó “La salsa, ese goce pagano” y se autoplagiaron y le pusieron ese nombre. Al cabo de tres meses llegaron los primeros periodistas, profesores de la Nacional, estudiantes, poetas, pintores y el chisme se regó. Es cierto, la salsa en Cali ya la escuchaban niños bien como Andrés Caicedo pero en 1978 el angelito empantanado acababa de morir y su mito apenas nacía. Pero en Bogotá era un género reservado para ladrones y prostitutas. Los primeros que la escucharon y que la amaron en la capital fue Bertha Quintero, quien después formaría parte y sería cocreadora de Yemayá, el primer grupo salsero integrado solo por mujeres. Después haría Cañabrava. Bertha, sus primeras presentaciones con este grupo, las hizo en el Goce.

 

Rubén Toledo, otro personaje de la rumba salsera bogotana, quien haría en los ochenta Rumbaland, un elegante sitio en el sur de la ciudad que se transformaría en un templo de la salsa, criticaba al Goce por su descuido y falta de elegancia y porque la gente que iba allá no eran verdaderos conocedores de salsa, bailadores expertos, sino intelectuales contemplativos que iban a conversar y no a bailar.

 

La verdad es que decidieron alumbrar con velas, poner en las paredes fotos de figuras de la farándula colombiana, unas mesas, unas sillas y llenarlo con discos maravillosos. Entre sus clientes estaba Juan Manuel Roca quien, cuando se pasaba de rones, empezaba su sarta de retruecanos que iluminaba la barra, su lugar favorito dentro del bar. De esto es testigo uno de los barman que tuvo el Goce, Tomás González, eminente escritor quien tenía 30 años cuando pasaba sus noches de viernes lidiando borrachos brillantes. Fue gracias a César Villegas y a David Bustamante que publicó su primera novela. Porque, enfocados en la cultura, el Goce también fue una editorial -se llamaba Los papeles del Goce- un cine club y hasta foco de conjuras. Entre sus clientes no sólo estaban Gabo -quien coincidió una noche con Dámaso Pérez Prado, creador del Mambo- Enrique Santos Calderón, quien fue quien le puso a Villegas el sobrenombre del Stalin de la salsa, por su intransigencia en los gustos, sino que también muchos aseguran haber visto, en más de una ocasión, a Jaime Bateman, creador del M-19 gozando con las descargas de Mongo Satamaría. Y todo en apenas 80 metros cuadrados. Antonio Morales recuerda que fue la primera vez que comprobó que no era una metáfora de escritor alucinado eso de que las paredes sudan.

 

A César Villegas terminaron apodándolo César Pagano y así se presentaba en sus programas en Caracol Radio. Alguna vez hizo dúo con Jaime Ortiz Alvear en Salsa con estilo, el famoso espacio radial que tenía un eslogan que funcionó montones: “El único show que no tiene cover”, pero terminaron peleando por los gustos musicales. Pagano consideraba que los de Ortiz eran insoportablemente comerciales. César se mantuvo vigente en Javeriana Stereo en donde hizo conocer a las nuevas generaciones frases maravillosas como “Salsa y cultura hasta la sepultura”. Ha entrevistado a todos los protagonistas del fenómeno y parte de esos documentos le sirvieron para lanzar en el 2019 El Imperio de la salsa. Por esa época también lanzó una historia sobre los Van Van. Se puede registrar que, gracias a su curiosidad, este sabio fue el primero en traer esos sonidos al país.

 

Esta semana César Pagano cumplió 83 años. Aún conocedores del medio como Fernando España lo invitan y lo tratan como lo que es, no el Stalin de la salsa sino el sumo sacerdote de estos sonidos que cambiarían para siempre Bogotá. Ameniza las fiestas tomando ocasionalmente el micrófono entre canción y canción, dando contexto, educando.El reggetón y otros males ha hecho que los lugares de salsa declinaran. Pero hay indicios de que volverá. La salsa siempre volverá. Ojalá vuelva antes del Armagedón.

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