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La operación Jaque y los 11 meses que estremecieron al país

Por: León Valencia, director – Pares


El profesor Gonzalo Medina hace un recuento minucioso, utilizando fuentes militares, de la que fue quizás la operación de mayor impacto político y militar en la confrontación entre las FARC y el Estado colombiano. Reconstruye paso a paso las pacientes labores de inteligencia que llevaron a la infiltración y al engaño de una unidad del Frente uno de las Farc que tenía en sus manos a los quince secuestrados más relevantes para la opinión pública nacional y la comunidad internacional.


Con mucha razón, todos los actores políticos y militares han dedicado grandes esfuerzos a exaltar este triunfo y a destacar su contribución personal en la victoria. El expresidente Uribe lo pone en el corazón de su libro “No hay causa perdida”, el expresidente  Juan Manuel Santos le dedica un libro completo, los generales que estuvieron al frente de la operación se han referido en múltiples artículos  a este acontecimiento.


En este libro de Medina se puede ver también la versión complacida y orgullosa de los mandos medios. El éxito lo amerita. Arrancarle de las manos, a una guerrilla poderosa y experimentada quince secuestrados, en la selva profunda, sin que se produzca una sola muerte, es una proeza con muy pocos  antecedentes en Colombia y en el mundo.  


El impacto de la operación en el desenvolvimiento de la guerra fue definitivo, pero el impacto en la transformación del escenario político no fue menor. Las exitosas estrategias militares con las que Uribe había golpeado y contenido a las FARC se estaban agotando en ese primer semestre de 2008. Las FARC se habían empezado a disolver en pequeños grupos para evadir la ofensiva militar por aire a que fueron sometidas durante 6 años, conservaban buena parte de su mando central y estaban resistiendo con algún éxito la penetracion en sus territorios.


El gobierno y las Fuerzas Militares se esforzaban para mostrar que estaban en el ‘fin del fin’, pero la valoración entre los analistas y  sectores de la opinión pública informada era distinta: las Farc estaban vivas y avanzaban hacia una recomposición de su estrategia. El golpe modificó esta percepción. Las grietas de la guerrilla se hicieron visibles.


Pero la influencia sobre el escenario político fue tal vez mayor. El presidente Uribe estaba viviendo un momento excepcionalmente preocupante y angustioso. Tenía encima la mayor tormenta de sus dos mandatos. En septiembre de 2007 el escándalo de la parapolítica había llegado a su punto culmen con el llamado a indagatoria de Mario Uribe, primo del presidente y compañero inseparable de sus batallas políticas y con la imputación de más de 60 parlamentarios en el mayor escándalo político de todos los tiempos.


Esto acrecentó la confrontación entre el presidente Uribe y la Corte Suprema de Justicia. El acuerdo de desmovilización y desarme de los paramilitares había entrado en una crisis irreversible y el debate público entre los firmantes del acuerdo tomaba caminos bastante espinosos, el gobierno acusaba a los jefes paramilitares de seguir delinquiendo desde las cárceles y estos acusaban al presidente de traición y empezaban a contar verdades muy incómodas para las élites políticas.

En abril de 2008 estalló el escándalo de la ‘Yidispolitica’ que implicaba al Presidente en el delito de cohecho con el fin de conseguir mayorías parlamentarias para la aprobación de su reelección. A finales de 2007, la tensión entre el Uribe y Chávez había escalado y Colombia enfrentaba el aislamiento y la  crítica de los gobiernos vecinos. El gobierno francés, preocupado por la suerte de Ingrid Betancourt, había establecido relaciones con las FARC al margen del gobierno colombiano y lo propio estaban buscando un grupo de parlamentarios de los Estados Unidos que trabajaban en la liberación de los tres contratistas gringos en manos de la guerrilla. La operación jaque fue el punto de llegada de una serie de acciones que le devolvieron la tranquilidad al gobierno y pavimentaron el camino para un final especialmente exitoso del segundo mandato de Uribe.


Las controversias posteriores no le restan méritos a la victoria. El 16 de julio de 2008 apareció en CNN una información crítica que hablaba de la utilización indebida de los símbolos de la Cruz Roja Internacional como parte del engaño a los guerrilleros de las FARC. No se necesita una gran pesquisa para comprobar que la noticia tiene mucho de cierta, pero en el contexto de las graves transgresiones al Derecho Internacional Humanitario que se han producido en nuestra guerra, este es un hecho menor.


También se dijo que uno, o los dos jefes -Alias César y Alias Gafas- de la guerrilla habían sido comprados y las mismas FARC le dieron cierta credibilidad a esta acusación señalándolos en algún comunicado de traidores. Eso aún no se ha demostrado. Pero si la acusación fuera cierta, sólo le restaría un poco de brillo a la estratagema.


En un lugar de este libro, el general en retiro Andres Zuluaga, quien jugó un papel clave en la planeación y la ejecución de la operación, dice que el presidente Uribe y el ministro de defensa Juan Manuel Santos conocieron la operación y sus detalles unos días antes de su ejecución. Que la idea y su planeación les pertenece a los altos mandos militares. Tengo otro versión bastante distinta y seguramente controversial.


He analizado durante varios años el periodo de la vida colombiana que va de septiembre de 2007 a Agosto de 2008. Le he dado vueltas a los acontecimientos de esos once meses. He hablado con actores políticos nacionales protagonistas de esa época y con facilitadores y mediadores internacionales en las labores humanitarias y de paz. Con esas informaciones he llegado a la siguiente hipótesis:


El presidente Uribe  tuvo la idea de que estaba en curso una gran conspiración nacional e internacional contra su gobierno, sintió -lo cual puede sonar muy extraño para un presidente tan seguro de su popularidad- que incluso podían tumbarlo a punta de procesos judiciales, presiones internacionales y acciones de periodistas, políticos de izquierdas y fuerzas ilegales.

Creyó que todos los hechos estaban conectados y obedecían a un maquiavélico plan de sus enemigos: las decisiones de la Corte Suprema y de la Fiscalía sobre él y sus aliados políticos; la proliferación de denuncias en la prensa nacional e internacional sobre corrupción o violaciones de los derechos humanos; la facilidad con la que las guerrillas pasaban las fronteras y se establecían en Venezuela y Ecuador; la disposición del gobierno brasileño a prestar el territorio para el plan de liberación humanitaria de Ingrid que estaba cocinando el gobierno francés; el activismo en Estados Unidos y en Colombia de un grupo de parlamentarios demócratas que no ahorraban críticas contra el gobierno colombiano y propendían por el intercambio humanitario y la apertura de negociaciones de paz; y la creciente hostilidad con la que recibían a Uribe en los organismos y en los foros de la región suramericana.


Con esta visión -seguramente infunda, pero saturada de indicios realmente preocupantes- el presidente Uribe y su círculo más cercano se embarcaron en acciones tan temerarias como audaces: en septiembre de 2007 el abogado Sergio González, en un avieso complot,  va hasta la cárcel y le hace firmar una carta al paramilitar alias ‘Tasmania’ acusando al magistrado Iván Velásquez de presionarlo para declarar contra Uribe y el Presidente anuncia al país el grave delito que implica a la Corte Suprema de Justicia.


Al tiempo, la propia Corte, los magistrados y algunos dirigentes políticos y periodistas son objeto de sofisticadas labores de espionaje por parte del DAS; se desata una campaña de desprestigio contra líderes de oposición que acaba con la carrera política de Piedad Córdoba, quizás la más férrea crítica de Uribe; el 1 de marzo de 2008 la Fuerza Aérea Colombiana ataca un campamento guerrillero en la provincia de Sucumbíos en Ecuador y da de baja a 22 guerrilleros, entre ellos Raúl Reyes, segundo al mando en las Farc, desatando una dramática crisis diplomática que involucra a toda la región.

Dos meses después, el 13 de mayo, Uribe ordena la extradición hacia Estados Unidos de la cúpula de los paramilitares y cierra abruptamente el proceso amigable de desmovilización de los paramilitares; y el dos de julio culmina con un éxito espectacular la operación Jaque.


La hipótesis pura y dura es que el presidente Álvaro Uribe Vélez respondió a lo que creía era una compleja conspiración contra su gobierno con otra conspiración que combinaba acciones legítimas y fundadas en la Constitución, como la operación jaque, con diversas  acciones indebidas e ilegales.

Los militares, sin duda alguna, tenía plena conciencia de las implicaciones bélicas de la operación jaque y se aplicaron a ella con toda la pasión y la disciplina que relata este libro de Medina, pero Uribe tenía una comprensión más integral del significado de esta operación y de las actividades colaterales y aprovechó su resultado a fondo. Con el éxito de su estrategia logró reducir al mínimo el costo directo de la parapolítica,  se deshizo de las interferencias y presiones extranjeras, sepultó la ‘Yidispolítica’, canceló todo arreglo humanitario con las Farc y  proclamó la derrota de la guerrilla, acalló las verdades que empezaban a brotar de los labios de los paramilitares, aplacó las críticas a la corrupción y a las violaciones a los derechos humanos, y estrechó aún más los lazos con Estados Unidos.


La hipótesis es desde luego muy discutible como lo son todas las teorías conspirativas, pero esta mirada puede darle elementos al lector para comprender la compleja situación que vivieron  el presidente Uribe, el país y los actores internacionales en los 11 meses que van de septiembre de 2007 a Agosto de 2008.


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