
“¡Que viva el pueblo del Tolima Grande! ¡Que viva el bunde y la revolución! Que levantemos de nuevo la bandera de la vida, que no nos la han quitado, no pudieron, y ahora sí vamos a hacer que la bandera de la vida gobierne cada rincón de Colombia y se instale en la casa de Nariño y en la plaza de Bolívar como el poder fundamental del pueblo. Gracias por su presencia, gracias por este momento histórico”.
Con estas palabras, el presidente Gustavo Petro terminaba su discurso ante las bases sociales y políticas del progresismo del Tolima, en la plaza Murillo Toro de Ibagué, el pasado 3 de octubre de 2025. Tras haber hecho un recorrido personal con la historia de Tirso, el guerrillero que antes había sido bandolero conservador y al que mostró como ejemplo de reconciliación y paz, habló, de nuevo, de la necesidad de defender su programa de gobierno y llevarlo al poder en 2026, a través de una nueva Asamblea Nacional Constituyente que reformara la Constitución de 1991.
Con este regreso a las plazas públicas, Gustavo Petro está buscando tanto mantener viva la radicalización democrática en las calles, con la finalidad de traducir las movilizaciones en plaza pública con votos, como construir una narrativa de refundación política que consolide el mito fundacional del progresismo de cara a 2026 y lo articule discursivamente ante la carencia de un programa político fijo, el desagravio frente al Plan Nacional de Desarrollo de su gobierno y la pasividad con la que los candidatos del Pacto Histórico están asumiendo la campaña hacia el 26 de octubre, de donde saldrá el próximo candidato presidencial del bloque progresista.
Ibagué, esta vez, fue el siguiente escenario.
—El cuarto plazoletazo de Petro se da en una ciudad que le fue favorable en 2022

Aunque Ibagué ha sido el principal bastión disputado entre los grupos políticos de los Jaramillo (liberales) y los Barreto (conservadores), que son los clanes tradicionales de la ciudad y del departamento, es verdad que en 2022 pusieron entre el 50 % y el 70 % de los votos que tuvo Gustavo Petro, tanto en la consulta interpartidista de marzo de ese año, como en la primera vuelta presidencial. Del mismo modo que a las listas de Senado y Cámara del bloque de izquierdas ese año en el departamento del Tolima.
Según los datos de preconteo de la Registraduría, en Ibagué, Gustavo Petro fue la primera opción con el 35,09 % de los votos en primera vuelta. Tuvo el apoyo en esa ciudad de 96.574 personas de las 191.000 que le votaron en todo el Tolima. Así como también sacó 66.062 votos de los 120.665 que tuvo la Consulta presidencial del Pacto Histórico en marzo de ese año.
No es para menos. Ibagué tiene una fuerte base progresista que, a pesar de los resultados en las elecciones nacionales, no ha tenido buenos réditos a nivel local. En parte, el Pacto Histórico no pudo poner alcalde en esa ciudad en 2023, y el último alcalde que tuvo cercano al progresismo fue el hoy ministro de Salud, Guillermo Alfonso Jaramillo, quien gobernó la ciudad entre 2016 y 2019. Jaramillo, además, fue gobernador del Tolima entre 2001 y 2003 por el entonces Polo Democrático Independiente.
Esto es importante porque, en parte, explica la asistencia que tuvo la convocatoria del presidente a la plaza Murillo Toro de esa ciudad, a pesar de que la gobernadora del departamento, Adriana Magali Matiz, haga parte del bloque de alcaldes y gobernadores que se han declarado en independencia al gobierno, del mismo modo que lo hace la alcaldesa de esa ciudad, Johana Aranda. Ninguna de las dos asistió al plazoletazo, aunque Matiz se reunió brevemente con el presidente —según ella— para expresarle su desacuerdo frente a la política de paz total y al abandono en que tiene al departamento, según su propio concepto.
—¿A quiénes estuvo dirigido el discurso?

Tal y como lo habíamos señalado en este análisis del pasado mes de junio, Petro ha apelado a los plazoletazos como parte de su estrategia político-electoral de cara hacia las elecciones de 2026. Ante la falta de cuadros políticos, de un trabajo territorial estable y frente al riesgo de fracturas del experimento de unidad del bloque de izquierdas, Petro ha asumido tes roles en la fase final de su gobierno.
Por un lado, se ha convertido en el jefe de campaña del Pacto Histórico, incidiendo en el mismo proceso de selección de precandidatos a la presidencia y reuniéndose periódicamente con la bancada de gobierno para darle instrucciones sobre el proceso de unidad. En parte, esta presencia se manifestó en actos como llamar al orden tras el intento del Comité Político del Pacto de no lanzarse finalmente a la consulta, o la insistencia para que la precandidatura de Daniel Quintero fuera aceptada dentro de la colectividad. Inclusión que generó fuertes y agrias disputas al interior de las precampañas, como también lo señalamos en este análisis.
Este rol se ha sumado al de operador político, con el que el presidente ha buscado centralizar en su propio lugar el diálogo con su bancada en el Congreso para dar orientaciones y recuperar el control de las negociaciones frente su agenda legislativa, en un momento donde el Congreso sigue firme en mantener la dinámica de bloque político parcial como mecanismo de negociación.
Del mismo modo, el presidente también ha terminado siendo jefe de comunicaciones de su propio gabinete, al que le ha dado instrucciones de qué mensajes enviar y cómo hacer publicidad de sus logros, en medio de la disputa que tiene con los medios hegemónicos de comunicación, así como ha indicado que parte de esta difusión debe realizarse por parte de los medios alternativos cercanos al progresismo y a los influenciadores en redes sociales, quienes se han acercado más al gabinete y al presidente.
El riesgo de que Gustavo Petro siga consolidando estos roles, es que termina ocupando un lugar mucho más absoluto e indispensable dentro de la campaña, así como dentro de su partido y bloque parlamentario. Desde los atrios donde declama sus discursos, también envía mensajes que terminan anulando la autonomía discursiva dentro del Pacto Histórico, buscando reafirmar, de nuevo, lógicas de lealtad política.
Por eso, la audiencia primaria a la que estuvo dirigido el discurso presidencial en Ibagué fue a sus propias bases políticas y sociales, a quienes busca cohesionar y ofrecerles un marco interpretativo de su proyecto político y electoral, con tres grandes fines:
- Generar una masiva movilización hacia la consulta del 26 de octubre.
- Preparar el camino de la campaña política articulado a la idea de una Constituyente
- Reafirmar las lealtades y fronteras discursivas dentro de su propio bloque, señalando antagonismos políticos.
Petro espera, en cierto sentido, redefinir las nuevas coordenadas de la discusión pública en el país para contener cualquier disidencia interna dentro del progresismo, pero también para brindarle herramientas discursivas a sus seguidores para que hagan campaña en territorio. Igualmente, en la medida en que concentra en sí mismo la función política, comunicativa y simbólica del proyecto, Petro empieza a encarnar no solo un liderazgo, sino el relato mismo de la refundación progresista.
—El mito fundacional del Pacto Histórico va tomando forma

La constituyente es una idea atractiva para Gustavo Petro, porque le permite canalizar en su interior la potencia del mito fundacional con el que espera articular a todas las subalternidades y a todos los sectores políticos de izquierda dentro de un gran proyecto, al que le ha llamado “Frente Amplio”.
Lo es, en tanto la Constituyente se convierte en la materialización de un proyecto común que el presidente, en su discurso, lo relacionó con dos grandes categorías.
Por un lado, la idea de la Paz Social, que va más allá de los diálogos con actores armados para resolver el conflicto, sino como la resolución última de las necesidades del “pueblo”, a las que observa como la causa fundamental para que el conflicto perviva y perdure, a pesar de los procesos de negociación y la firma del Acuerdo de Paz de 2016.
Por otro lado, la idea de Justicia Social, en la que intenta articular de manera equivalente las demandas y exigencias de grupos sociales tradicionalmente excluidos, como los campesinos (reforma agraria); los jubilados y ancianos (reforma pensional); los jóvenes (reforma educativa); los grupos étnicos (justicia racial y entrega de tierras a comunidades indígenas); los grupos ecologistas y las comunidades afectadas por el cambio climático (transición energética); así como a los trabajadores (aumento salarial, reforma laboral), y a la totalidad de estos grupos en su conjunto (reforma a la salud).
Es por ello por lo que la Constituyente adquiere fuerza, en tanto materializa las soluciones a esta exclusión que, según la narrativa del gobierno, no se han podido concretar por los llamados intereses oscuros de los sectores políticos que hacen parte de la oligarquía: los grandes gremios económicos, los partidos tradicionales y la oposición de derechas, a las que, en este discurso, el presidente buscó confrontarlas con nombre propio para deslegitimarlas frente a su audiencia primaria, que es el “pueblo”.
En cierto sentido, la Constituyente se convirtió en un nuevo ritual colectivo de soberanía popular, con la que el presidente busca repolitizar la democracia (que está tensa desde marzo con la convocatoria de la consulta popular, que puso de relieve la discusión entre representatividad y participación política) y relocalizar la soberanía, desde las instituciones hacia las masas populares.
—A modo de cierre
El presidente ha reactivado los plazoletazos luego de que hiciera su última aparición en una ciudad capital en Medellín, el pasado 21 de junio, cuando lanzó la propuesta de la “octava papeleta” y tuvo varios choques con el alcalde de la ciudad, Federico Gutiérrez, y con el gobernador Andrés Julián Rendón, por la presencia de varios de los capos y líderes de las bandas con las que el gobierno está haciendo el proceso de paz urbana en la capital paisa.
También lo hace luego de su gira por Estados Unidos, donde hizo su última declaración como presidente ante la Asamblea General de la ONU, en Nueva York, y terminara siendo expulsado posteriormente por el presidente Donald Trump, tras haberse manifestado a favor de Palestina y haber pedido a los soldados del ejército de los Estados Unidos que no obedecieran órdenes de su presidente frente a acciones militares en Gaza.
A solo tres semanas de la consulta del Pacto Histórico, sus candidatos a la presidencia no logran un nivel de convocatoria similar en plaza pública, aun a pesar de que tienen suficiente peso dentro de las redes sociales y algunos de ellos cuentan con una base electoral fuerte, como es el caso de Iván Cepeda, que tiene el apoyo de la mayoría de los precandidatos que decidieron retirarse de la consulta (Gustavo Bolívar; Susana Muhamad; Gloria Flórez; Gloria Inés Ramírez; María José Pizarro). No obstante, que sea el presidente el que esté impulsando desde su cargo la campaña a nivel discursivo pone en riesgo la posibilidad de que estos candidatos, quien sea que gane, logren canalizar el mensaje más allá de la figura de Petro.
Siendo así, Petro busca revivir en las plazas la épica que lo llevó al poder, pero el riesgo de su estrategia es que la movilización termine orbitando de nuevo alrededor de su figura personal y no de un proyecto político capaz de trascenderlo. El 26 de octubre habrá una primera fotografía de ese escenario.