
En su juventud, Mario Vargas Llosa adoraba a Sartre. Con la fiebre de los años cincuenta, despertada en parte por la euforia desatada por los barbudos cubanos, Vargas creía firmemente en que el escritor tenía un compromiso político. Al pasar el siglo XX, y después de la desilusión que sobrevino luego de lo que se conoció como “el caso Padilla”, cuando en Cuba detuvieron por cuestiones ideológicas al poeta Heberto Padilla, el peruano decide bajarse de ese barco y ya jamás fue conocido como ”el sartrecillo valiente”. En lo que siempre fue coherente fue por su pasión a Borges.
Borges contradecía ese precepto que afirmaba que Hispanoamérica era tierra de narradores y no de filósofos. Es que el pensador más conocido era, precisamente, un literato, Ortega y Gasset. Pero la concreción de Borges, su erudición desmedida —que lo llevó a conocer idiomas tan improbables como el islandés—, la precisión de cada una de sus frases que hizo que la novela le pareciera un género menor acaso porque tenía demasiadas palabras, asombró a seres tan racionales como los franceses. No existe un escritor latinoamericano que los franceses respeten más que a Borges. Y Vargas Llosa toda la vida, lo que quiso fue ser un francés.
La primera vez que entrevistó a Borges fue en París en 1963. Vargas Llosa tenía 30 años y el argentino más de sesenta. Vivía aún con su madre, veía ya muy poco y su consuelo era la lectura de Gibbon y Flaubert. Vargas Llosa ya había escrito Los jefes, la colección de cuentos por la que obtuvo una beca para vivir en París, cliché de cualquier escritor, y se preparaba para terminar su gran primera novela, La ciudad y los perros. Veinte años después, en 1981, Vargas Llosa ya era una figura mundial y Borges un monstruo sagrado. Así que planearon verse en el apartamento del autor del Aleph en Buenos Aires, exactamente en la calle Maipú.
El artículo se llama “Borges en su casa”. El respeto que siente el alumno hacia el maestro es casi reverencial. Tanto que, evidentemente, se excede un poco, y si algo le molestaba a Borges eran los excesos. Todo el tiempo Vargas Llosa recalca la frugalidad espartana del argentino. Describe los pocos libros que hay en la casa y que no haya ninguno sobre Borges o de Borges le aterra. Pero lo que terminó enfureciendo al padre de Funes el memorioso fue el que su entrevistador y visitante destacara dos aspectos de la casa que un ciego no debe tener demasiado en cuenta: la humedad que se hacía en una de las paredes de la sala, una gotera cayendo sobre el comedor y la cama de niño, casi infantil, en la que dormía Borges.
La anécdota, la contó el propio Vargas Llosa en una feria del libro de Buenos Aires en 2022. Incluso recordó el párrafo del artículo en el que se centra en los detalles “inmobiliarios” del apartamento: “Recuerdo clarísimamente que había una gotera y que nos interrumpía constantemente la conversación. Se me ocurrió en ese artículo, que era muy entrañable y de gran admiración y cariño hacia la figura de Borges, mencionar ese detalle”, explicó. De hecho, el artículo que redactara en aquel ya lejano 1981 incluía el siguiente párrafo: “Vive en un departamento de dos dormitorios y una salita comedor, en el centro de Buenos Aires, con un gato que se llama Beppo (por el gato de Lord Byron) y una criada de Salta, que le cocina y sirve también de lazarillo. Los muebles son pocos, están raídos y la humedad ha impreso ojeras oscuras en las paredes. Hay una gotera sobre la mesa del comedor”.
Vargas, ya con el Nobel en su cuello, un premio que nunca recibió Borges porque, como lo dijo él mismo “la academia sueca tiene exactamente la misma opinión que tengo yo de mi obra”, recordó que este comentario enfureció al argentino. Después de que alguien le leyera el artículo —a los periodistas que iban a visitarlo a su apartamento en la calle Maipú les pedía que les leyera un verso de Byron o las noticias del día— trató con desdén al escribidor de La Tía Julia y sobre él dijo lo siguiente: “Ese es un peruano que tendría que haber trabajado en una inmobiliaria, estaba obsesionado con que me cambiara de casa, le aterraba que mi casa tuviera goteras”. Las letras son muchas veces una traición y lo más seguro es que, con el humor macabro de Borges, lo hubiera dicho con una sonrisa trazada en la cara, pero lo que es seguro, como lo dijo Vargas Llosa, tres años antes de su muerte, es que se alejó “de esa cosa pequeñita que era yo”.
Recordamos esta anécdota porque Borges murió el 24 de agosto de 1986 y porque la realidad a veces es un yunque muy pesado de llevar.
