La imagen es patética, Cesar Gaviria, bordón en mano, rengueando, llega a la hacienda de Álvaro Uribe, en Rionegro Antioquia, a entregarle los restos del Partido Liberal; a él, precisamente a él, que ha hecho todo para destrozar esa fuerza política a lo largo de los últimos veinticinco años.
En las elecciones de 2002, con una ominosa trampa, Uribe la gana en primera vuelta las elecciones presidenciales a Horacio Serpa Uribe, candidato liberal. Ya nadie discute que más de ochenta parlamentarios, aliados con los paramilitares, en el ruidoso fenómeno de la parapolítica, le pusieron no menos de 1.800.000 votos a Uribe en esa competencia y sumieron al partido liberal en una crisis de la que nunca pudo salir.
En 2006 la derrota de los liberales a manos de Uribe fue aún mayor. Para ese momento, sin vergüenza alguna, la mayoría de los parapolíticos habían dejado las filas liberales y se habían trasteado abiertamente a las toldas de Uribe y, entonces, se repitió una gran votación por Uribe; y la izquierda, en cabeza de Carlos Gaviria, desplazó a un tercer lugar a Serpa.
Agitaba Uribe la bandera de la solución militar al conflicto con las guerrillas y la férrea oposición a las tentativas de paz con estas fuerzas. El Partido Liberal y el propio Cesar Gaviria, eran el blanco principal de sus críticas porque, después de haber adelantado un exitoso proceso de paz con el M19, persistían, contra viento y marea, en la búsqueda de acuerdos con las FARC y el ELN.
La fervorosa y desmedida oposición a la paz negociada le alcanzó a Uribe para socavar el segundo y más importante acuerdo de paz, el que llevó a las FARC a la desmovilización y al desarme, tejido por Humberto de la Calle, como jefe negociador, con el sustento de Juan Fernando Cristo como ministro del interior y de Rafael Pardo alto funcionario que dio inicio a la implementación del acuerdo, todos ellos actuando a nombre del Partido Liberal a cuya cabeza estaba Cesar Gaviria.
El acuerdo estuvo a punto de venirse al suelo por una agresiva campaña de Uribe que le dio el triunfo en un plebiscito a mala hora convocado por Juan Manuel Santos para refrendar los acuerdos. El auxilio de la comunidad internacional, la movilización ciudadana y una audaz propuesta de renegociación del acuerdo con concesiones al uribismo, permitieron salvar la paz que desactivó una gran amenaza contra la institucionalidad y abrió las puertas del postconflicto y la alternación política, claves para entrar de verdad en la democratización del país.
Fatigo a los lectores con estos recuerdos para que puedan ver la ironía que implica una alianza entre Uribe y Gaviria y la idea de convocar a todas las fuerzas de la derecha y del centro del espectro político con el sólo propósito de impedir el triunfo de la izquierda en las elecciones presidenciales de 2026. Uribe, desde luego, está en su ley, pero a Gaviria se le ven mal estas lides.
Daniel Coronell, después de hacer un recuento elogioso de la trayectoria política de Gaviria, dice en su columna, que le da tristeza verlo ahora rindiéndole tributo a Uribe. Yo creo que más que tristeza, su desvergüenza, produce repulsa y lástima. Alguna vez, Gaviria, no sin odio, señaló a Uribe como aliado de las mafias, las mismas que asesinaron a Luis Carlos Galán, su mentor.
En el mundo de la política se ven normales, corrientes y legítimas, este tipo de alianzas; se dice, incluso, que el buen político es el que pone los intereses por encima de los sentimientos; pero a mí me cuesta entender que personas que han tenido trayectorias contrapuestas y se han odiado con ardor en varios momentos de su vida, vengan ahora a buscar una alianza con el solo propósito de contener a una izquierda que no sin improvisaciones, errores y tropiezos, compite dentro de las instituciones democráticas por el favor del electorado para obtener una gran bancada parlamentaria y repetir el triunfo presidencial en 2026.
No se sabe el efecto que tendrá una alianza de esta naturaleza, si es que se logra. Puede ser que juntar tan diversos aparatos políticos les permitan multiplicar los votos y derrotar al candidato de la izquierda y sus aliados; pero también puede ocurrir que una parte del electorado, cansado de este tipo acuerdos contra natura, busque opciones independientes y que buena parte de los votantes de la izquierda en 2022 se mantengan firmes en la causa.
La derecha debería preocuparse en primer lugar por encontrar propuestas para competir con la izquierda en las reformas sociales y sacudirse las viejas ideas en seguridad que ahora responden muy poco al ascenso del crimen organizado; y preocuparse, también, por responder de verdad a Donald Trump que está arrasando con el derecho internacional y con las instituciones surgidas después de la segunda guerra mundial.
La diatriba permanente contra Petro, el discurso tremendista de que el país va hacia el despeñadero, la exageración de los errores del gobierno, la invocación de la ayuda de Estados Unidos para acabar a como dé lugar con el gobierno de izquierdas y la búsqueda de acuerdos entre liderazgos en franca decadencia, difícilmente le darán el triunfo a la derecha.