
Cada vez que llega octubre la ilusión se enciende, sobre todo la ilusión de los que seguimos inclaudicables en el oficio de la lectura. Se le prenden las velas en este lado del continente ya no tanto a los novelistas que nacieron en estas tierras -después de la generación del boom solo el argentino César Aira suena en las apuestas para obtener la medalla en Estocolmo- sino para que se lo gane uno de los autores conocidos por acá. Murakami, Mircea Cartarescu, Margaret Atwood, Cristina Rivera Garza, están sonando en los últimos años y, al parecer, las puertas permanecen cerradas para ellos. En Latinoamérica el último Nobel de literatura que se ganó fue ya en el lejano 2010 con Vargas Llosa. En este continente sólo han ganado los siguientes escritores: Miguel Ángel Asturias, el Guatemalteco ya prácticamente olvidado, Gabriela Mistral, chilena cuya obra poética se deshace con el tiempo, Pablo Neruda, inmortal, García Márquez, inmortal, Octavio Paz, inmortal y Mario Vargas Llosa inmortal. Los argentinos no lo han ganado una sola vez. Es difícil validar un reconocimiento que no lo ganó ni Cortázar, ni Borges, ni Arlt lo ganaron. Pero así es la anarquía organizada de los premios.
Lo peor es que nos levantamos temprano -viene pasando hace unos años, al menos esta década- y nos encontramos con que ganó alguien que no está en nuestro radar latinoamericano. El húngaro Lázló Kraznahorkai -del cual no se bien ni como se pronuncia su nombre-, se ganó el Nobel este año. Figuraba en las casas de apuestas en el segundo lugar. Sólo lo superaba el australiano Gerald Murnane, otro ilustre desconocido en el país.
Sobre Kraznahorkia se habla de su polifonía de voces, de su estilo. La academia vuelve a escoger otra vez a un vanguardista, a un hombre que prima la forma sobre la narración. Tiene 71 años y tuvo un pasado bien interesante en la Hungría comunista, fue vigilante y minero. Además estudió Andragogía, enseñanza de adultos y también filología húngara. Esta lengua es una de las más difícil de aprender porque no tiene raíces comunes con casi ningún otro idioma.
La obra de Kraznahorkia se dio a conocer en todo el mundo gracias al director de cine, también húngaro, Bela Tarr. Con él adaptó su primera novela, Tango Satánico, en los años ochenta y pudo salir de lo que se consideraba, La cortina de hierro, membrana política soviética a la que pertenecía su país. Según un artículo que acaba de publicarse en la DW “Ya en sus primeras obras utilizaba larguísimas frases subordinadas que parecen amasar el lenguaje con la intención de capturar las emociones y el pensamiento en toda su profundidad”.
Las librerías pronto sacarán las traducciones al español de sus libros. Una cantidad de fans se crearán por unos meses, comprarán masivamente los ejemplares y, cuando la fiebre del Nobel vaya bajando, los dejarán otra vez en los anaqueles, manoseados y absolutamente inacabados. Viva el Nobel.