El chicote, el sonido de la Sierra Nevada, se hizo sentir en el Festival Aracataca

El sábado 2 de agosto, sobre las siete y treinta de la noche, Dugunawin Torres y su agrupación Duna se subieron al escenario principal de la concha acústica de Aracataca. Él es hijo del Mamo Zarwawiko Torres, uno de los personajes más respetados en la misteriosa Sierra Nevada de Santa Marta. Las gradas estuvieron desbordadas. Fue el gran clímax que tuvo el Festival cultura Aracataca, el primero de esta envergadura que se tiene en uno de los municipios más injustamente olvidados del país. Llegamos sobre la hora del concierto. Me acompañaba Edson Velandia. Nunca había escuchado hablar de la agrupación Duna, pero apenas sonaron unos acordes me contó la historia del chicote.

Kankuamos y Arhuacos, dos de las etnias que conviven en la Sierra Nevada, comparten muchas cosas, entre ellas el chicote. Antes de que los españoles llegaran en sus barcos esta era la música que se escuchaba en su territorio. Al principio se utilizaban dos carrizos, que vienen a ser instrumentos parecidos a las flautas, y unas maracas. Los carrizos pueden ser hembras o machos. Las primeras se distinguen porque tiene cinco huecos u orificios, el macho tiene uno. El carrizo es hecho de una caña muy fina que nace solo en la sierra. Por ese sonido, es único. Es como un son, un lamento. Con el paso del tiempo y de la tecnología, las cosas van cambiando. Al carrizo se agregaron otros instrumentos como la caja, y algo muy importante sucedió a finales del siglo XIX y es la incorporación del acordeón.

Jhovanny Izquierdo, uno de los músicos representativos de este ritmo dice que el primer acordeón que fue incorporado al chicote fue uno de marca Khorner. Otro exponente de este ritmo y uno de sus cultores, Benito Villazón, dice sobre los acordeones: “la historia de los abuelos indígenas kankuamos apunta que el acordeón nos lo traen aquí por primera vez los alemanes. Ellos no sabían qué hacer y acá nos lo trajeron con la idea de acabar nuestras tradiciones culturales al escuchar nuestra música con carrizo. Lo trajeron, le sacaron nota, le sacaron melodía pero no quedó acá porque siempre hemos sido guiados por los superiores de los pueblos indígenas, nuestros mamos vieron que eso estaba acabando con la tradición y dejaron que el acordeón saliera y quien le dio vida fue Valledupar”.

Horas antes de subirse a la tarima los Duna, liderados por Dugunawin Torres y Zarawin Suárez, un acordeonero de primer nivel, me expresaron las preocupaciones que ha traído la incorporación del acordeón al chicote. El miedo de la aculturación está allí siempre. Aunque son amantes de maestros más populares en Colombia, como Diomedes Díaz, saben que lo más importante y que la responsabilidad suprema que tienen es preservar su cultura. Dugunawin lo ha hecho, a pesar de que conoce medio mundo. Se educó en la ciudad, pero, después de los 17 años, regresó a la montaña y a su pueblo. En el momento en el que tocó en el festival Aracataca con su agrupación, un productor inglés le seguía sus pasos. Quieren grabar un disco, internacionalizarlo, propagar su mensaje sanador. “Esto no es vallenato, esto es chicote y el mundo lo debe saber”.

Y el mundo lo supo. Cuarenta minutos duró su presentación. Esa noche compartió en escenario con otros maestros ya consagrados en el país como Adriana Lucía, Sistema Solar, Edson Velandia, un pequeño Woodstock con la música nuestra, la de nuestros ancestros. Pero ver brillar a Dugunawin hizo que esta noche fuera distinta a todos. Era sentir cómo un sonido puede ser más fuerte que el ruido de cualquier espada, el dolor de cualquier conquista. Esa música tiene más de quinientos años y yo la estaba escuchando. ¿Acaso eso no es un milagro?

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Iván Gallo

Es guionista de dos películas estrenadas en circuito nacional y autor de libros, historiador, escritor y periodista, fue durante ocho años editor de Las 2 orillas. Jefe de redes en la revista Semana, sus artículos han sido publicados en El Tiempo, El Espectador, el Mundo de Madrid y Courriere international de París.