
Se develó esta semana una lista de cuatro mil libros, en donde están dos títulos de Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera y Cien años de soledad, que están siendo vetados en escuelas de los estados más conservadores de los Estados Unidos, estos son Texas, Tennesse y Florida. Esto recuerda épocas más oscuras de la humanidad, una de ellas, sin duda, la de las quemas de libros organizadas por los nazis cuando llegaron al poder en 1933. Incluían temas que para ellos eran considerados “degenerados”, “desviacionistas” o simplemente “judíos”. En la nueva andanada oscurantista gringa los títulos que se han vetado, en donde se incluyen varios de Stephen King, el amo del terror, o de Isabel Allende, se ha tenido en cuenta mandar al ostracismo libros que reivindiquen el amor, las luchas sociales y valores que a los conservadores les resultan una tabla de lanza para lo que ellos más odian: la diversidad sexual.
En Colombia han existido personas influyentes que han promovido ese crimen que es quemar libros. Este, sin duda, es uno de los actos más violentos que puede haber en la cultura occidental. Uno de ellos es el infaustamente recordado exprocurador Alejandro Ordóñez, el hombre que hizo hasta lo imposible para que Petro no pudiera gobernar en Bogotá mientras fue alcalde.
Hace unos años, cuando el uribismo decidió que Ordóñez, hombre de camándula batiente, podría ser un buen candidato a la presidencia, tuvo una entrevista con Yolanda Ruiz y ella, hábil y con buena memoria, le recordó uno de los episodios más vergonzosos que un hombre que aspirara a cargo público en Colombia hubiera podido cometer: el de quemar libros que él considerara peligrosos. Esto ocurrió el 17 de mayo de 1978 y ahí se fueron varias biblias protestantes, novelas y ensayos de Jean Paul Sartre y Albert Camus, y también varios libros de Gabriel García Márquez. Por un momento, Bucaramanga pareció convertida en Berlín en 1934. Según reveló en una columna del 2013, en Semana, el acucioso Daniel Coronell, Ordóñez en ese momento pertenecía a una sociedad llamada San Pio X, que trataba de seguir las tres palabras que combinaban los fascistas para imponer su modelo de convivencia: Tradición, Familia y Propiedad.
Cuando en la citada entrevista, Yolanda Ruiz le recordó este episodio penoso y medieval, el procurador Ordóñez estuvo lejos de negarlo: “Es un acto pedagógico, es simplemente pura pedagogía, ahora intentaré construir políticas públicas”. En 1978, la sociedad San Pio X sacó volantes en los que exponían las razones por las que quemarían estos libros, por ser “pornográficos”, y “corruptores de menores”, en la hoguera. Por supuesto, también se fueron varios libros de Karl Marx.
No existe un atentado más vil a la cultura que la quema de libros. Es algo que raya con lo diabólico. En Estados Unidos, las organizaciones de extrema derecha, esas que comulgan tanto con Trump, están a un paso de hacerlo. Las esvásticas vuelven a asomarse al final del camino.