
Las circunstancias no son las mismas. No hay nada que pueda justificar la evidente represión hacia la oposición y la prensa libre por parte de Nicolás Maduro en Venezuela. La misma sociedad civil ha denunciado esa persecución. Pero lo que no se ha podido comprobar es que Maduro sea el capo de un cartel de la mafia llamado de los Soles. Si hay casos de oficiales del chavismo que han estado envueltos en escándalos de narcotráfico, no se puede afirmar que existe un cartel estructurado para cometer este crimen. Y esa es la principal excusa con la que Trump ha puesto buques de guerra en el Caribe y con los que amenaza invadir Venezuela. Haber afirmado, además, el pasado domingo 19 de octubre, que Gustavo Petro es narcotraficante, es otra muestra más que desde Estados Unidos se está buscando la manera de invadir Colombia. Ha sido aterrador cómo políticos de la extrema derecha han invitado a Donald Trump a hacerlo y lo ven como el gran salvador de nuestras libertades.
Hace unos cincuenta años, todo el Cono Sur estaba gobernado por dictaduras militares. Argentina, Chile, Brasil, Bolivia y Paraguay eran dirigidos por oficiales del ejército que habían depuesto a sus respectivos presidentes, elegidos de manera democrática. La influencia de la CIA en los golpes en Bolivia, Chile y Brasil se pudo comprobar casi de manera inmediata. Esta característica les sirvió a los militares para crear un plan conjunto llamado Operación Cóndor. El 27 de mayo de 2016 se cerró en Buenos Aires uno de los capítulos más aterradores de las dictaduras del Cono Sur. Ese día se emitió sentencia a 18 militares que pertenecían al Plan Cóndor, con el que persiguieron y aniquilaron a buena parte de la oposición. Fue un plan concebido para inventarse y combatir a “un enemigo interno” y este era el comunismo. En plena Guerra Fría, gobiernos como el de Richard Nixon intentaban que ningún gobierno virara hacia el comunismo por el temor que en este hemisferio la URSS pudiera tener satélites.
En medio de ese juicio, el Centro de Estudios Legales y Sociales, CELS, de Argentina, describió en esta frase lo que era la Operación Cóndor: “un sistema formal de coordinación represiva entre los países del Cono Sur que funcionó desde mediados de la década del 70 hasta iniciados los años 80 para perseguir y eliminar a militantes políticos, sociales, sindicales y estudiantiles de nacionalidad argentina, uruguaya, chilena, paraguaya, boliviana y brasileña”.
Aunque nunca se ha podido probar en un juicio la injerencia de los Estados Unidos en estos golpes de Estado, hay escritores tan respetados como Christopher Hitchens que investigan la responsabilidad que tuvieron diplomáticos como Henry Kissinger -quien fue otro de los controvertidos personajes que recibió el Premio Nobel de paz- y el FBI en el derrocamiento y posterior entronización de despiadados dictadores como Videla o Pinochet.
Las víctimas del Plan Cóndor van entre 30.000 y 60.000, y las más sonadas fueron el carrobomba en Washington al exministro estrella de Salvador Allende, Orlando Letelier, hasta la desaparición del hijo y la nuera del poeta argentino Juan Gelman. El Plan Cóndor apoyaba la tortura de jóvenes estudiantes a la junta militar en Argentina y una de las tácticas que usaban era la de los vuelos de la muerte, en los que dejaban caer desde alturas estratosféricas a los ciudadanos que estaban presos por sospecha de sedición.
Estos casos también sucedieron en Uruguay y en Brasil. Los tiempos han cambiado, y ya es inviable que existan dictadores militares, pero el discurso negacionista de Milei en Argentina y de Bolsonaro en Brasil, además de las súplicas que personajes como Vicky Dávila hacen a diario para que Trump intervenga en Colombia, hacen que el panorama se llene de niebla y que sea imposible no pensar en que la historia siempre se repite.