Cien años de soledad y La vorágine impidieron que se borrara de nuestra historia dos hechos horrendos

La idea no es mía, por supuesto. La acabo de leer en La historia de las oligarquías en Colombia, de Antonio Caballero, quien se da cuenta de que dos de las masacres más escabrosas que ocurrieron en nuestro país no se fundieron en la lava del olvido gracias a dos de nuestros novelistas: Gabriel García Márquez y José Eustasio Rivera. En Cien años de soledad, José Arcadio segundo, uno de los gemelos, es sindicalista. Él está el día en el que el ejército dispara sobre un grupo de trabajadores que se manifestaban buscando mejorar sus condiciones. José Arcadio Segundo sobrevive porque se hace el muerto y así lo suben en un vagón lleno de cuerpos. Cuando regresó a Macondo y contó que cientos de personas habían sido acribilladas por el ejército que protegía la United Fruit Company creyeron que estaba loco, que deliraba.

La masacre de las bananeras ocurrió entre el 5 y el 6 de diciembre de 1928. Jorge Eliécer Gaitán fue el primer político en denunciarlo. Al periodismo le faltó firmeza para confirmarlo. Porque, en la historia oficial, aparece un número indeterminado que va entre 45 y 2.000 personas masacradas. Incluso, recientemente una senadora negó que estos hechos hubieran sido ciertos. En 2024, una corte en Estados Unidos condenó a la descendiente de la United Fruit Company, Chiquita Brands, por financiar grupos paramilitares en el Urabá antioqueño.

Hay que recordar que a estas repúblicas del trópico las llaman “bananeras” porque los gringos, dueños de las empresas que explotaban esta fruta, quitaban y ponían presidentes a su antojo. Fue muy importante para la memoria de este país que García Márquez en su obra más global, le dedicara unas páginas a este crimen.

La otra pesadilla que se dio a conocer gracias a una novela fue el exterminio de los huitotos en el Caquetá, más precisamente en la Casa Arana. En pleno Putumayo, Julio César Arana, político y empresario peruano, puso su fábrica para explotar caucho a principios del siglo XX. Entonces, hizo una casa en un lugar llamado La Chorrera, en medio de la nada, y esclavizó indígenas de la etnia huitoto y los explotó con la crueldad que tuvieron los primeros españoles y mató a 80.000 de ellos. Fue un cónsul británico quien primero hizo la denuncia, pero, en su novela La vorágine, José Eustasio Rivera pone como uno de los personajes de la historia al mismísimo Julio César Arana y lo muestra como un ser monstruoso, sin alma y frío, empecinado en sacarle el máximo provecho al Amazonas, sin importar pasar por encima de sus bosques y su gente.

Sin La vorágine es muy difícil que hubiera persistido en el tiempo la oscura historia de la explotación cauchera, algo que retoma Ciro Guerra en 2015, en su majestuosa El abrazo de la serpiente.

Sin Gabo, el recuerdo de la masacre de las bananeras se hubiera perdido como lágrimas en la lluvia y sería una leyenda en el Putumayo la masacre que generó la desesperación por el oro que tenía Arana. La única forma de que la voz de los hombres perdure es por medio de la literatura.