
En los ochenta, Colombia era sacudida por una oleada terrorista que pocos países en Occidente han podido soportar. La guerra que Pablo Escobar le juró al Estado con tal de tumbar la extradición de colombianos a EE. UU. hizo que los empresarios de los grandes shows mundiales tacharan al país como destino de sus giras. El Cartel de Medellín tenía como táctica de guerra poner carros repletos de dinamita en las salidas de espectáculos, en aviones, en plazas públicas.
Por eso, veíamos cómo Queen, U2 o los Rolling Stones se presentaban en Río, Buenos Aires o Caracas. Bogotá solo tragaba saliva. Fue en 1988 que el destino empezó a torcerse después de que se organizara el Concierto de conciertos. Durante 12 horas, el estadio El Campín se llenó para escuchar a los grupos más importantes en español, Miguel Mateos, Soda Stereo, Compañía Ilimitada marcaron un hito que se siguió repitiendo hasta el punto de que se creó, en 1995, el festival gratuito más importante de Latinoamérica: Rock al parque.
Y ya es una costumbre que cada año nos visite una figura mundial. Se consolidaron incluso festivales como el Estereo Picnic o el Cordillera. Bogotá, qué duda cabe, es una metrópolis cultural, de vanguardia, un punto obligado en cualquier gira de los artistas más importantes del mundo. Entonces el problema ya no fue que llegaran los artistas, sino que son tantos los conciertos que no hay dónde hacerlos. El gran escenario de la capital es el Campín, cuarenta mil personas le caben. Allí se presentaron en los últimos diez años artistas como Paul McCartney, Roger Waters, Shakira, los Rolling Stones, U2, Bad Bunny y toda la santa lista. El problema con el Campín es la recuperación de la cancha de fútbol. La grama tarda por lo menos un mes antes de estar completamente lista. Además, tiene unas fechas ya prestablecidas por el tema de fútbol.
El Movistar parece un escenario ideal, pero a veces se queda corto, caben 15.000 personas. Después de ver lo que pasó en el concierto de Damas Gratis, quedaron claras sus deficiencias en cuanto a la seguridad. El otro escenario es el Parque Simón Bolívar. Fue durante mi gestión como secretaria de Cultura, en la pasada alcaldía, que se aprobó la venta de alcohol -con consumo responsable- en este tipo de eventos, algo que beneficia tanto a los empresarios como a los fanáticos que pagan la boleta. Tardé tres años para lograr esa gestión. El anuncio de la apertura del Vive Claro creíamos que sería la solución definitiva para resolver el problema, pero, al contrario, lo que reveló es que hace falta organización, más agendas programáticas, mayor previsión. No puede ser que se estén pidiendo permisos diez días antes del evento.
Las boletas para ver a Kendrick Lammar se pusieron a la venta el 1 de julio a través del servicio de Ticketmaster. Solo hasta el 15 de septiembre se hizo la solicitud por parte del empresario para autorizar el evento. Cuatro días después, es decir, el 19 de septiembre, se negó el permiso. A los promotores les quedaba una carta por jugar y era el recurso de reposición, pero, aun así, no acreditó el cumplimiento de los requisitos legales exigidos en la Ley 1493 de 2011, el decreto distrital 599 de 2013, el decreto distrital 622 de 2016. El 27 de septiembre, en cumplimiento de la norma de la Secretaría de Gobierno se confirmó la negación del evento.
Los asistentes al primer show que se dio en el Vive Claro reportaron inestabilidad en las graderías metálicas que, al parecer, fueron confirmadas en una revisión posterior. Lo que parecía una solución se convirtió en un nuevo problema. Y esto es una lástima. Cuando empezábamos a ver que Bogotá se convertía en una de las capitales de la música mundial, viene este golpe que se debe a una mala previsión tanto a la hora de construir este tipo de escenarios como a la logística que conlleva por parte de los empresarios. Se necesitan urgentemente escenarios que cumplan con todos los requisitos, que no tengan detrás problemas ambientales, de quejas de ruido y, lo elemental, que no traigan encima el fantasma del riesgo. Ya nos ganamos el respeto, un nombre sostenido desde hace más de veinte años. Bogotá no puede verse expuesta a un ridículo de esta magnitud ni mucho menos a una tragedia. En eso tenemos que ser inflexibles.
Y las medidas deben tomarse ya. Para el primer fin de semana de octubre están programados 27 eventos para la capital. Acá es necesario hacerse estas preguntas ¿el Distrito sí tiene la suficiente capacidad operativa para cubrir y hacer seguros estos espectáculos? Después de lo que se vio en el fallido concierto de Damas Gratis en donde hubo incluso un muerto y varios heridos ¿Hay suficiente fuerza pública para cuidarnos? Y más allá de esto, si tenemos ya una tradición de treinta años de grandes concierto -contando el primero de Guns N’ Roses en noviembre de 1992- ¿Ya tenemos la cultura de conciertos que hay, por ejemplo, en Buenos Aires? Buena parte de estas preguntas deben ser contestadas por el alcalde Galán, quien no puede pasar de agache ante un ridículo tan monumental como el que dio la ciudad el pasado 27 de septiembre.