BARRANQUILLA, LABORATORIO SOLAR: UNA APUESTA POR LA TRANSICIÓN ENERGÉTICA CON ROSTRO SOCIAL

La decisión del Gobierno nacional de convertir a Barranquilla en ciudad piloto del programa “Colombia Solar” representa una apuesta interesante por la transición energética con un matiz de justicia social. En esencia, la iniciativa busca reemplazar los tradicionales subsidios eléctricos dirigidos a hogares de estratos 1 y 2 mediante la instalación de paneles solares en sus viviendas, lo que implica dos grandes ejes: ahorro directo para los hogares más vulnerables, y una transformación más profunda del modelo energético nacional.

Por un lado, el componente social es claro: muchas familias de bajos ingresos invierten una parte significativa de su presupuesto en el servicio de electricidad o dependen de subsidios que, por su naturaleza, perpetúan una dinámica de asistencia más que de empoderamiento. Con este programa, al instalar paneles solares, se les ofrece una vía para reducir su factura eléctrica y, al mismo tiempo, participar de un cambio estructural hacia energías limpias. Esto es importante porque la transición energética rara vez se asocia con los hogares que menos tienen; aquí hay un giro que busca precisamente que sean protagonistas y no espectadoras.

Por otro lado, está el reto técnico y de gestión que implica concretar esta idea. Una inversión estimada de cerca de 8 billones de pesos está prevista para llevarlas a cabo en Barranquilla, lo que exige un buen diseño operativo, una adecuada coordinación entre actores (privados y públicos) y, sobre todo, que el proceso de instalación, mantenimiento y monitoreo esté bien organizado para que el programa sea sostenible y no quede solo en un anuncio. Asimismo, elegir una ciudad piloto tiene sentido porque permite probar los mecanismos en un entorno real antes de escalar a nivel nacional, pero también conlleva que los resultados allí sean decisivos: si funcionan bien, pueden replicarse; si fallan, podrían comprometer la credibilidad del proyecto.

Hay que reconocer que elegir Barranquilla tiene cierta lógica. Su clima, su radiación solar, su perfil urbano y socioeconómico la vuelven un escenario viable para este tipo de proyecto. Además, el hecho de apuntar a más de 1,3 millones de usuarios beneficiados —según lo anunciado— indica que no se trata de algo simbólico sino de una escala bastante significativa para que tenga impacto real en la ciudad y en su economía local: generación de empleo en instalación de paneles, servicios asociados, y mayor autonomía energética para las familias.

Sin embargo, como en toda política ambiciosa, surgen preguntas que conviene plantear: ¿Cómo se va a asegurar que la calidad de los equipos y la instalación cumplan con estándares adecuados? ¿Cuál será el mecanismo de mantenimiento y de reemplazo cuando los paneles cumplan su ciclo útil? ¿Cómo se va a monitorear que el beneficio real llegue a los hogares y no quede en manos de intermediarios con costos ocultos? Además, ¿qué pasa con los hogares que no pueden acceder aún por distintas razones (legales, urbanísticas, de propiedad del inmueble, etc.)? Si no se considera esta diversidad de situaciones, el programa puede generar brechas nuevas en lugar de cerrarlas.              

También es importante pensar en el sentido de “subsidio transformado”. La idea de sustituir un subsidio eléctrico por una tecnología instalada implica que el usuario pase de recibir ayuda permanente a tener un activo propio que genere ahorro. Eso es una lógica más moderna, pero requiere un acompañamiento: sensibilización, formación, soporte técnico. Si solo se instala y se olvida, los beneficios podrían ser menores a los esperados.

En conclusión, celebrar que Barranquilla se convierta en la ciudad piloto del programa Colombia Solar es completamente legítimo: es una oportunidad real para que la energía limpia empiece a jugar un rol tangible en los hogares más vulnerables. Pero este camino exigirá más que un anuncio: exigirá gestión, transparencia, acompañamiento técnico y un compromiso a largo plazo. Si se logra, se habrá dado un paso significativo hacia una transición energética con equidad; si no, podría quedar en promesa. Seguir con lupa en mano este proyecto es clave, porque de él depende que la luz del sol, literalmente, empiece a generar bienestar para quienes más lo necesitan.               

 

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Lizeth Serrato Contreras

Antropóloga con énfasis en investigación social y método etnográfico, específicamente en la aplicación de técnicas de recolección de información. Diplomado en Patrimonio Cultural y distinción honorífica Cum Laude de la Universidad del Magdalena. Experiencia en la formulación de investigaciones de carácter social y medioambiental. Conocimientos en el área de Transición Energética y experiencia en el trabajo de campo con Comunidades Energéticas.