
El pasado 4 de agosto, se inició en Boyacá un paro minero de carbón. Esta manifestación exigía la revisión de los precios del mineral, deudas que la termoeléctrica tenía con los mineros, las condiciones laborales de quienes se dedican a esta labor, así como alternativas de diversificación productiva en el marco de la Transición Energética Justa, que avanza en el país. El paro, que duró una semana, terminó en un acuerdo para trazar una ruta participativa que permita revisar la condición de dichos mineros.
Una semana después, en Sotaquirá, Boyacá, el presidente Gustavo Petro entregó 2016 títulos a familias campesinas, la entrega de tierras más importante en la historia de Boyacá: 41 municipios y cerca de 2000 familias fueron las beneficiadas. Este es justamente el escenario de la contradicción del modelo económico que heredamos, el país se convirtió en dependiente de la extracción y abandonó el campo, el zurco. Pocos días después, recorriendo Boyacá, me encontré en Paipa con el ingeniero Eduardo, un veterano profesional, docente y luchador social, de su pluma me ha permitido compartir con ustedes el siguiente escrito con las reflexiones que le deja el mencionado paro minero, escrito al que yo he querido bautizar Del socavón al zurco:
Con el temor que acompaña las grandes decisiones, con el alma puesta en mis palabras, me presento ante ustedes, sabiendo que lo que enunciaré, no es agradable, no es políticamente correcto y que contraviene las más íntimas preocupaciones de los que acompañan mi propia historia.
Deben saber que tan solo soy el mensajero, que no fui autor o propiciador de los hechos que hoy pongo en evidencia; y que hay otras fuentes mejor maquilladas y más dulces para tratar el mismo tema. Ellos son los voceros radiales y televisivos, de los que hoy pelechan de muestras mutuas desgracias y azuzan, al uno contra el otro, en procura de perpetuar su confort y acallar la voz del minero, que sacrifica la vida en el socavón a cambio de las migajas que caen de la mesa del patrón, y de esconder los gemidos del campesino, que de rodillas llora la sequía que destruyó su fuente de vida, y que implora inútilmente la ayuda, que desde algún lado venga y milagrosamente solucione el desastre.
La humanidad como especie se enfrenta a una decisión dolorosa y ya tardía. Se ve conminada a elegir entre la supervivencia y la perpetuación de un modelo destructivo de su propia casa, que trepana y hunde su única nave y que solo beneficia al propietario de la mina, quién se lucra y guarda sus denarios, porque sabe mejor que todos, que cuando el colapso llegue, la representación monetaria de su codicia le brindará mejor cobijo, que a aquellos que dieron su existencia persiguiendo un arco iris que por definición jamás alcanzarán.
Fundamenta su fortuna en la destrucción del entorno de sus paisanos y trabajadores, y para subsistir en su nefasto negocio, violenta todos los derechos de sus vecinos, revienta sus fuentes de agua, a sabiendas de que él tampoco podrá saciar su sed, contamina el aire que él y su familia habrán de respirar. Está la diferencia en que el patrón acumula la ganancia que su codicia produce y se desentiende del crimen que comete.
Cuando alguien evidencia su locura, alega que protege 1000 familias, que da trabajo bien remunerado a toda la comarca, que los culpables son los comunistas que pretenden destruir la democracia, y escupe su indignación acudiendo a la violencia. Pero es de todos conocido que él no sabe qué es comunista, democracia, derechos humanos o solidaridad. Siempre y como colofón de su perorata informa que no necesita saberlo, así sea su base argumental.
Todos los que abandonaron el surco y el azadón para ir a enterrarse en el socavón, apertrechados de pico minero y casco con linterna que les permite dimensionar la tumba que diariamente visitan; jamás fueron avisados de que no era para siempre, nadie les contó de la destrucción que en sus manos habitaba, que el progreso no era para todos, y que nunca se aceptará queja o reclamo, pues todo es legal, todos los papeles se habían gestionado y, además, el mundo que destruyen les pertenece. Esto hace que recordemos igual postura de una nación en decadencia, que enarbola como justificación de su barbarie el “destino manifiesto”.
La crisis climática provocada por sus mayores está ratificada y sostenida con cada piquetazo ordenado y metódico. Este cúmulo de acciones fue transformando la frecuencia y distribución de sucesos nunca antes vistos en las diminutas parcelas y en los latifundios: heladas bajo cero, granizadas descomunales, vientos huracanados, grandes periodos de sequías, aparición de aguas duras, caliches que la hacen inútiles en la siembra; y a nivel global. Cito: “los eventos climáticos extremos como huracanes, sequías, incendios, desertificación de suelos y muchos otros que amenazan los ecosistemas, poblaciones y formas de vida de nuestro planeta. Esto ha llevado a una reflexión mundial frente a la gestión y adaptación al cambio climático”.
En medio de esta reflexión, ha tomado fuerza la necesidad de modificar la forma en la que el mundo obtiene su energía, alejándose de fuentes fósiles como el carbón. El mercado se expresa haciendo que la demanda sea cada vez más baja y que los precios estén por el suelo, afectando así la garantía de los empleos mineros, los ingresos públicos y las decisiones gubernamentales; la transición energética debe acometerse sin demora, sin pausa y debe contar con la participación integral de las comunidades y las poblaciones. Es un proceso que será largo, pero que requiere de nuestra disposición ahora mismo.
Ayer el líder de esta nación convidó al minero a entrar en lo que llamó una nueva era, a regresar a una agricultura ahora distinta y potencialmente mejor, que le ofrece una expectativa mayor a la que en este momento le lastima dejar.
El minero está en la peor posición y su camino es estrecho, lleno de obstáculos y temores. Pero si mira a quien fue su patrón, el que le compra a bajo precio porque el humilde no tiene título formal, estará haciendo nuevos negocios, negando su responsabilidad y trasladando culpas. Ese puñado de mayoristas no tendrá hambre, sus familias manifestarán su resentimiento, pero ya están planeando su futuro. Amarga lección que hirió a toda la comunidad, y que hace llorar a propios y extraños.
Colocando la cereza al pastel, usa el hambre y la desesperanza de sus empleados, para que ataquen el cambio, en nombre de la justicia el derecho humano y la libertad, después en sus escondrijos, se solazan en los resultados porque pudieron vender un poco más de su carbón.
Es complejo entender el cuestionado privilegio de vivir el inusitado momento de cambios tan profundos, en lo político económico y social a un solo tiempo y, sin ningún aviso, pero esta es y será nuestra realidad diaria. Solidarizo mi voz con los damnificados mayores y me hago cargo, en este momento, de mis palabras y opiniones que estarán sujetas a sus interpretaciones y críticas.
Eduardo Giraldo Umaña Paipa 13 agosto de 2025