
Antes de las redes sociales y de su plataforma de periodistas de todos los pelambres, nada más existían las denominadas grandes empresas de comunicación -de prensa, radio y televisión- y sus periodistas que tenían una comprobada preparación, bien porque se formaban trabajando en esas mismas empresas -recogiendo cables y asistiendo a los periodistas acreditados- o bien, porque se titulaban en las academias de comunicación, donde adquirían una formación cognitiva, si no la mejor, al menos una aceptable.
Entonces era muy beneficioso leer y escuchar a los periodistas que cazaban por igual las buenas o las malas noticias. No obstante, hoy los nuevos periodistas al servicio de medios corporativos -e igual los viejos periodistas que todavía trabajan para ellos-, de pronto, en ocasión del gobierno del presidente Gustavo Petro, empezaron a interesarse únicamente por las malas noticias, y se han empeñado en buscarlas con la ansiedad de quien padece el síndrome de abstinencia, pues de no encontrarlas las motivan o fabrican.
Por su parte, los nuevos periodistas de las redes sociales, que son periodistas al informarnos periódicamente, en su mayoría han llegado a serlo sin formación, gracias a que el camino para ello se volvió expedito y gratuito, lo cual es democrático. De tal suerte, cualquier persona, instruida o no, puede montar sus videos noticiosos e informar desde su celular con autoridad de periodista, e incluso sin hablar correctamente y sin poseer una mínima cultura general.
Son muy pocos los periodistas, entre los llamados independientes, con nociones básicas de geopolítica, de historia universal y nacional o con nociones de ciencias, arte y cultura. Por fortuna, estos periodistas sin formación profesional -y entre ellos los formados- ejercen el periodismo, movidos por su entera voluntad, como debe ser, y casi siempre lo hacen sin reprimirse las emociones.
Pese a todo, porque también es oro la sensibilidad, estos nuevos periodistas están más cercanos a la verdad que los periodistas adscritos a las grandes empresas de comunicación, por muchos títulos o cultura que estos digan tener. No en vano la virtud de todo periodista no es dar la noticia con prontitud, cuya importancia es incuestionable, sino decirla con veracidad. Con el recurso negativo de las fake news, los periodistas carentes de sensibilidad, al no poder hablar motivados por su propia voluntad, sepultan las verdades diciendo mentiras.
¿Y por qué esto es así? El escritor y periodista investigador Alfredo Serrano -uno de los de siempre y uno de los mejores, pues piensa por sí mismo- dice que “la ambición por las pautas les calla la jeta”. Sea como fuere, salta a la vista cómo los profesionales de la comunicación, están comprometidos con los intereses de los dueños de los medios corporativos que los contratan y, aunque tengan títulos y doctorados, dejan de pensar para que piensen por ellos sus jefes.
A los periodistas de los medios tradicionales, tener un salario óptimo en una plaza laboral competida les implica un sacrificio mayúsculo; ya que sostenerse allí les anula la ética, la moral y las buenas costumbres. En consecuencia, se ponen al servicio del mal, pues no es otra cosa el ocultamiento de las buenas noticias y la invención de las malas. Desafortunadamente, quizás por carecer de la llamada “neurona espejo”, o porque les rebosa la aporofobia, no visualizan los daños que tal perversión ocasiona en las sociedades.
Pero, como toda crisis trae consigo una ruptura y un progreso plausible, resulta muy evidente que los vicios del periodismo tradicional no van a cambiar por cuenta de sus actores, y solo debemos pedirles a los periodistas independientes, que estudien -si no lo han hecho o lo están haciendo- para que remplacen por completo a los negociantes de la comunicación, e invisibilicen a sus periodistas, que ya no trabajan pensando por sí mismos.
P.D.: En mi columna anterior, dije que nuestro próximo nobel debía ser Juan Manuel Roca, y no ocurrió así, el premio le fue otorgado al novelista húngaro László Krasznahorkai. No obstante, esta noticia me consuela, ya que siempre debemos festejar a los ganadores y por haber acertado en lo esencial de mi aseveración: si le hubieran dado el Nobel de Literatura, a un poeta de lengua española, distinto a Roca, la academia sueca se habría equivocado. ¡Ya lo obtendremos!