El sangriento camino de Vasco Núñez de Balboa para descubrir el océano Pacífico

Los 500 años de América, conmemorados en 1992, sirvieron para darle un vuelco a la historia oficial. Gracias a los estudios que se lanzaron desde mediados de los años ochenta, al tal descubrimiento se le cayó la máscara, y lo que quedó fue una calavera de muerte. Fue una masacre pura, dura y larga.

Desde la Visión de los vencidos se pudo determinar que lo que movió a Colón, sus huestes y las que siguieron llegando fue el oro. “Eran hombres blancos como la cera, tenían sus cuerpos forrados en láminas de hierro, con pelos en la cara, tragaban como animales y sacaban gases de sus orificios. Lo único que les interesaba era saber dónde estaba el oro”.

España acababa de terminar una guerra que duró medio milenio contra el islam, y lo que quedó en sus tierras fueron guerreros desempleados, asesinos a sueldos, sicarios, buscavidas, cazadores de tesoro, saqueadores. A pesar de algunas recomendaciones de los reyes católicos de no matar, ni esclavizar, para los conquistadores los indios no fueron más que una turba de gente impía, sodomitas, adoradores del demonio que debían ser exterminados. A esa estirpe pertenecía el hombre que descubrió el océano Pacífico: Vasco Núñez de Balboa.

Polizonte, proscrito, a los 26 años la fortuna empezó a cambiarle a este hidalgo nacido en Extremadura quien tuvo que ver cómo en su niñez sus padres lo perdieron todo. Con ese estigma viajó a América a buscar fortuna y la encontró. Fundó, en el áspero Darién, Santa María de la Antigua. Pasó por encima de conquistadores poderosos como Diego de Nicuesa. Nicuesa terminaría perdiendo el pulso con Núñez, quien conspiró contra él y logró que fuera condenado a una dura pena: ser arrojado al mar en un barco pequeño, apenas aprovisionado de pertrechos con once de sus hombres. De Nicuesa no se supo nunca más nada.

Al poco tiempo, en 1513, un cacique que dominaba ese territorio llamado Comagre y su hijo mayor, Panquiaco, los invitaron a sus dominios. Vasco no los arrasó, se vio intimidado por el poderío que tenían los indígenas. El cacique los agazajó con una fiesta, pero Vasco y sus hombres solo querían el oro. Al ver esta sed que no se apagaba con nada, Comagre le dijo a Núñez que si querían oro tenían que caminar unos cuantos kilómetros a las tierras del que era considerado el rey del Pacífico. Panquiaco era tan poderoso que tenía 10.000 indios en sus huestes, le dio 3.000 para ir a acabar con ese cacique. “Después verás el otro mar”, cuentan que dijo Panquiaco de una manera misteriosa.

En una mente medieval como la de Vasco Núñez, el otro mar encerraba monstruos marinos, fango, criaturas mitológicas. Vasco se fue con mil hombres y cientos de perros de presa. Los perros en América no ladraban, eran mansos, no les servían a los españoles. Ellos traían perros feroces del otro lado del mar. El perro del hombre que descubrió para occidente el océano Pacífico se llamaba Leoncico, y tenía fama de despanzurrar indios. Era el terror de los indios. Entre la comitiva que acompañaba a Vasco estaba su amanuense. Los conquistadores, influenciados por las novelas de caballería de Amadís de Gaula, querían dejar su legado claro y conciso. El de Vasco se llamaba Fernández de Oviedo. Él describió el preciso momento en el que, al intentar cruzar el istmo, se encontraron con un tesoro que en su momento no supieron valorar, debido a su adicción al oro: el océano Pacífico. «A las diez horas del día, yendo el capitán Vasco Núñez en la delantera de todos los que llevaba por un monte raso arriba, vio desde encima de la cumbre la mar del sur, antes que ninguno de los cristianos compañeros que allí iban». Cuenta Germán Castro Caycedo en su libró El Hurakán que otros hombres intentaron adelantarse a meterse al mar antes que él y este lo evitó con la espada.

El oro nunca llegó. El oro fue la excusa que tuvieron los indios para salvarse y solo fue una quimera. El exterminio fue una realidad que aún nos pesa. Lo que puede ser abominable es cómo, durante el siglo XX, historiadoras como Kathleen Romoli justificaron de este modo el genocidio: “Después de todo, la esclavitud era una institución perfectamente legal y la tortura un procedimiento admitido: el botín y el cautiverio se consideraban ganancias legítimas en las guerras contra los infieles. Como tantas otras tácticas convencionales, solo merecían censura cuando se abusaba de ellas. Es innegable que Balboa las aplicó en tierra firme, pero está igualmente claro que Balboa lo hizo con discreción”. El texto resuma cinismo y racismo.

533 años después del choque de culturas, sabemos que la Conquista no le hizo ningún bien a estas tierras y que lo único bueno que trajeron en sus calaveras los conquistadores fue, parafraseando a Neruda, las palabras.