
Una de las cosas positivas que ha traído la película Un poeta de Simón Mesa es que ha puesto en boca de todos figuras canónicas como Silva. Lo canónico suele ser el beso de la muerte porque se institucionaliza y en el caso del creador de poemas como Futuro se convirtió en algo peor que una estatua, en un billete de devaluados cinco mil pesos. Se olvida que Silva tuvo una vida apasionante, que fue el más moderno de los poetas colombianos y uno de los primeros lectores de Edgar Allan Poe en Latinoamérica. Hace poco le conté esto a una amiga que es reacia a la poesía -conoce demasiados poetas institucionales como para detestar la poesía, la entiendo- y me decía que no había nada más opuesto a Poe que Silva. En realidad, los versos de Silva son mucho más bellos que los del beodo creador del Cuervo. Alas que se mueven, sombras que se alargan siendo filtradas por la luna y damas blancas que iluminan la noche son imágenes de una potencia única en lengua castellana.
Además, Silva es totalmente colombiano, es nuestro poeta. Si alguna vez le preguntan a usted por un poema de Silva no se atortole, no piense en Los nocturnos -su obra cumbre- sino en algo más popular, algo que usted se sabe desde que era niño. “Aserrín, Aserrán, los maderos de San Juan”, es Silva puro y usted se lo aprendió en una ronda infantil.
Esa gloria no la conoció en vida José Asunción, quien solo tenía un talento, el de componer versos inmortales, pero él estaba convencido de que podía ser un hombre de empresa, volverse rico de la noche a la mañana y vivir como todo un señorito afrancesado. Producto de esto vinieron las quiebras, las deudas, los naufragios y un cúmulo de muertes -entre los que se cuenta la de su hermana Elvira, con quien tenía una supuesta relación incestuosa- que terminaron minando su espíritu. En Bogotá, la gente es tan bien educada que durante muchos años ocultaron el suicido de Silva. Enrique Santos Montejo, por ejemplo, sacó un artículo en los años treinta, afirmando que al poeta lo habían asesinado. Es que estaba mal visto entre la sociedad que los conocía que un católico, como él, cometiera la blasfemia de dispararse en el corazón. Todo esto lo probó en la biografía definitiva de Silva, que la tuvo que hacer un paisa, Fernando Vallejo y que se llama Chapolas Negras, y que es de los mejores libros que se han escrito en este país.
Pero bueno, hablamos del talento de Silva. Vallejo dice que es increíble que alguien que tuviera una ortografía tan “miserable” pudiera haber escrito los diez poemas más bellos que se hicieron en este país. Él cuenta entre ellos Midnight dreams, Infancia, Futuro, La casa en el bosque, los nocturnos, Mariposas. Pero en realidad son más de diez.
Alguna vez hablé con un hombre cuyo nombre ya no se puede pronunciar: Harold Alvarado Tenorio, provocador sublime. Y él me habló de la segunda parte de un poema de Silva llamado Nupcial en donde él logra el milagro de ver el universo, los agujeros negros, las constelaciones. Fue escrito en 1890 y en ese momento no existían en Colombia telescopios para ver los agujeros negros, las otras galaxias, el universo. Esto no es un poema, esto es la visión de un viajero en el tiempo, de un demiurgo. Silva era diferente a todos y estos versos lo prueban:
Estrellas que entre lo sombrío,
De lo ignorado y de lo inmenso,
Asemejáis en el vacío,
Jirones pálidos de Incienso,
Nebulosas que ardéis tan lejos
En el infinito que aterra
Que sólo alcanzan los reflejos
De vuestra luz hasta la tierra,
Astros que en abismos ignotos
Derramáis resplandores vagos,
Constelaciones que en remotos
Tiempos adoraron los Magos,
Millones de mundos lejanos,
Flores de fantástico broche,
Islas claras en los océanos
Sin fin, ni fondo de la noche,
Estrellas, luces pensativas!
Estrellas, pupilas inciertas!
¿Por qué os calláis si estáis vivas
Y por qué alumbráis si estáis muertas?