
En 1988 empezó la elección popular de alcaldes. Antes de esta fecha, los cargos más importantes en las regiones, los de alcaldía y los de gobernación, salían por orden del ejecutivo. Ese año todo cambió. En esas elecciones, una fuerza que surgía de los diálogos de paz que estableció Belisario Bentacur con las FARC, la Unión Patriótica empezó a dar un golpe en la mesa democrática. Lograron ganar curules en el congreso, incluso alcaldías. Una de ellas fue la de Segovia, Antioquia. Desde que los españoles las descubrieron, en el siglo XVI, esta zona estuvo condenada por la sed de los ambiciosos. Su suelo era tan rico que guardaba los secretos de lo que los españoles llamaban El Dorado. Y justamente este municipio escogió a Rita Tobón. Esto condenó al pueblo. El ataque ocurrió el 11 de noviembre de 1988. Fue un viernes en la noche. El paramilitar que condujo a medio centenar de hombres, que habían sido entrenados ya por militares curtidos como el mercenario israelí Yahir Klein, usaban miras infrarrojas para ver de noche, material de última tecnología.
Entraron al pueblo y asesinaron a diestra y siniestra. A diferencia de otros ataques a poblaciones civiles por parte de los paramilitares, que se extendieron hasta bien entrado el siglo XXI, no había listas. Simplemente mataron, un castigo por haber escogido a Segovia para acribillar, para desterrar una idea. Los testigos afirman que no hubo más muertos porque esa noche cayó sobre Segovia un diluvio bíblico. Rita Tobón, que era uno de los objetivos de esa noche, escapó de milagro. Se exilió en Europa. Muchos años después, en 2012, pudo dar la versión de los hechos y puso el dedo en la llaga, los paramilitares habían perpetrado el ataque contando con la colaboración de miembros del ejército. Los uniformados llegaron a los 45 minutos de empezar la masacre. Rita Tobón escuchó esta frase por parte de un oficial del ejército: “Cuando habían transcurrido unos tres cuartos de hora del tiroteo vino a aparecer el ejército. Uno de ellos lanzó la siguiente expresión: Ya lo hecho, hecho está. Y soltó la carcajada. Si lo que corría por las calles no era agua, sino sangre, ¿Qué clase de individuo tiene ánimos para reír a carcajadas? ¿Estaba satisfecho del deber cumplido?”. Esta declaración está en el libro Las guerras recicladas de María Teresa Ronderos.
La verdad no solo fue el ejército el que estuvo detrás de este ataque apoyando a los paras, sino también políticos muy poderosos. Uno de ellos fue el excongresista y exdiputado de Antioquia por el Partido Liberal César Pérez García. En mayo de 2013, la Corte Suprema lo condenó a 30 años por instigar a los paras a cometer la masacre de Segovia. Una de las declaraciones más contundentes fue la del propio Negro Vladimir, quien afirmó que Pérez García estaba “muy ardido” porque la UP había ganado la alcaldía de Segovia, así que quería darle una lección a ese municipio. Esta declaración fue sostenida por Iván Roberto Duque, alias Ernesto Báez, y Freddy Rendón Herrera, alias el Alemán. Este fue uno de los primeros casos de parapolítica que se dio en el país. En 1992, en las elecciones posteriores a estas, el Partido Liberal recuperó, no solo a Segovia, sino a su vecino municipio, Remedios, pueblo de mineros que también ha sido sacudido históricamente por la violencia.
Antes de ser condenado en 2013, Pérez García había sido amonestado por escándalos que tenían que ver con corrupción. Dos veces perdió su curul en el congreso por casos derivados por corrupción y ahí no paró todo, fue condenado en 2010 a ocho años de cárcel por malos manejos de los recursos mientras fue presidente de la Asamblea de Antioquia, en 1998.
Pérez García fue un personaje de la política antioqueña funesto y Segovia abriría el capítulo de las masacres en Colombia, algunas tan terroríficas como las del Salado en los Montes de María o en La Garraba, Catatumbo pleno.