Pride 2025 en Bogotá: el llamado a resignificar el orgullo

A diferencia de los años anteriores, la movilización del Orgullo LGBTIQ+ en Colombia no fue una celebración multitudinaria, ni un despliegue de marcas, ni un desfile respaldado por las grandes instituciones. Fue, por el contrario, un acto de tensión política, de denuncia estructural y de fractura estratégica dentro de la población sexo-género diversa.

En un contexto de retroceso global de derechos y de repliegue institucional, emergió con fuerza la Contra-Marcha: una movilización autónoma que denunció la cooptación estatal y comercial del Orgullo y que exigió restituir su carácter insurgente y político. Este año, a diferencia de anteriores ediciones, en las que el patrocinio de marcas y el respaldo institucional daban forma al evento, se evidenció un silencio llamativo. Sin vallas, sin auspiciadores y con una cobertura mediática limitada, el Pride 2025 en Bogotá marcó una ruptura: se abandonó la lógica del desfile y se regresó al lenguaje de la protesta.

De festival a acto político: la diferencia 2025

En años anteriores, la marcha del Orgullo en Bogotá había sido asumida como una gran fiesta en el espacio público: conciertos, publicidad comercial, discursos institucionales y alianzas con el sector privado. La presencia de grandes marcas era evidente, y muchas se disputaban el protagonismo como “aliades corporativos”. Pero este 2025 fue diferente. La retirada de empresas privadas y la tibieza institucional dejaron al descubierto una pregunta incómoda: ¿el respaldo al Orgullo era convicción o conveniencia?

En lugar del Parque Simón Bolívar, espacio inicialmente propuesto para la marcha oficial, la movilización principal culminó en la Plaza de Bolívar. El cambio de lugar no fue accidental: respondió a la decisión de colectivos que se oponen a la idea de un orgullo reducido a un festival, y reivindican su carácter de acción directa y contestataria. “No queremos una fiesta institucionalizada, queremos una protesta organizada”, se leyó en una de las pancartas de la Contra-Marcha.
 
La organización de la marcha enfrentó dificultades logísticas y administrativas. Voces de diferentes sectores denunciaron trabas en la tramitación de permisos, ambigüedades en el respaldo de la Alcaldía y una actitud pasiva por parte de las entidades distritales. El Distrito, que en años anteriores se había sumado con presencia institucional, equipos logísticos y comunicados de respaldo, este año se limitó a brindar acompañamientos técnicos.
 
La Secretaría de Integración Social desplegó puntos de atención, pero la estrategia de comunicación y convocatoria se vio fragmentada, incluso entre diferentes secretarías del distrito. A nivel nacional, el gobierno no emitió ningún pronunciamiento central el día de la marcha. En contraste con años anteriores —donde incluso el presidente o ministros de cartera se pronunciaban en apoyo— este año reinó el silencio.
 
La convocatoria, si bien significativa, fue más reducida. Algunos colectivos estiman que la asistencia fue un 40 % menor respecto al Pride 2023. Activistas atribuyen esta baja a la combinación entre el desgaste del formato, la desmovilización por desconfianza institucional y el temor generado por recientes actos de violencia y discursos conservadores en medios y redes sociales.

Voces desde la organización: el Pride más cercano a la gente

Entre las voces que lideraron la articulación del Pride 2025 destaca La Diabla, vocera y organizadora de la movilización, quien relató desde adentro cómo se vivió el proceso de construcción política del evento:

“Buscamos que todo el tema comercial fuera minoría. No le cobramos a nadie por participar. Garantizamos mínimos como hidratación y alimentación básica, y logramos algunos convenios con empresas para apoyar con insumos a quienes ofrecieron su tiempo voluntariamente”.

Uno de los aspectos más significativos fue el rediseño de la ruta:

“La movilización fue más tranquila, y se cambió la ruta inicial porque se escuchó la voz de la ciudadanía mediante encuestas, foros y otros ejercicios. Queríamos que la gente se sintiera bienvenida y acogida”.

Ese cambio de recorrido, que atravesó zonas de tolerancia en el centro de Bogotá, permitió algo inédito: que la alegría carnavalesca del Pride llegara también a trabajadoras sexuales y habitantes de calle. Ver la emoción en sus rostros, ver cómo se unían al baile y a las consignas, fue un recordatorio de que el Orgullo tiene sentido cuando es con la gente y en los márgenes.

Sin embargo, el camino no fue fácil:

“Hubo entidades que nos dieron un espaldarazo, como el IPES y la Secretaría de Desarrollo Económico, pero otras se bajaron del ejercicio apenas veinte días antes, dejándonos solos con los emprendedores que participarían en el festival”.

Frente a estos vacíos institucionales, insistimos: para permitir una articulación más efectiva entre sociedad civil e instituciones, el respaldo estatal no puede ser intermitente. La autonomía no significa abandono, y el Estado no puede retroceder justo cuando más se necesita su presencia garantista.

Este año, las principales banderas de la marcha fueron lideradas por las mujeres trans. La Diabla lo expresó así:

“Ha sido un año muy complejo para nosotras, con muchas muertes y violencias. Por eso pedimos que fueran las compañeras trans quienes encabezaran la movilización”.

En efecto, fueron Las Libertarias —mujeres trans trabajadoras sexuales de la calle 19— quienes marcharon en primera línea, llevando la voz de las más excluidas hasta la Plaza de Bolívar.

Así como La Diabla lo expone, el cambio de ruta por una zona de tolerancia fue un avance estratégico y simbólico: permitió que la alegría carnavalesca del Pride llegara también a trabajadoras sexuales y habitantes de calle. Ver la alegría en sus rostros, cómo bailaban y se sumaban al recorrido, permitió que este año el Pride estuviera más cerca de la gente y saliera de su zona de confort.

No fue solo una decisión logística, fue una apuesta política. Y si bien los colectivos lograron sostener la movilización con dignidad, insistimos en que, para seguir permitiendo una articulación más efectiva, es indispensable contar con respaldo institucional.

Tres marchas, una consigna: dignidad

En 2025 Bogotá vivió una celebración del Orgullo marcada por la tensión política y la polarización estratégica. La ciudad acogió tres marchas principales: la Marcha del Sur (22 de junio, organizada por colectivos locales en localidades como Bosa y Kennedy), la Marcha Distrital del Orgullo (29 de junio, convocada por la Mesa LGBTI de Bogotá), y la movilización “Yo Marcho Trans” (5 de julio, convocada por colectivos trans y no binaries). Además, surgió nuevamente la Contra-Marcha del Orgullo: una protesta autónoma crítica contra la mercantilización del evento.

Cada marcha tuvo su propio matiz: unas recorrieron las principales vías bogotanas con música y arte, otras reclamaron visibilización y derechos reales. En todos los casos la consigna principal fue exigir cambios estructurales para erradicar la violencia y la discriminación que persisten.
 
Marcha Distrital (29 de junio): Bajo el lema “Nuestra existencia es resistencia” la marcha oficial salió desde el Parque Nacional (a las 10:00 a. m.) y avanzó por la Carrera Séptima hasta la Plaza de Bolívar. Se esperaba una asistencia masiva (más de 100.000 personas según la Secretaría de Planeación), congregando familias, colectivos y aliados. El Distrito acompañó el evento con un festival cultural en la Plaza de Bolívar al finalizar. Entre los mensajes institucionales, el Ministerio de Cultura envió un saludo de apoyo y pidió acelerar la Ley Integral Trans (#LeyIntegralTransYa), mientras el Instituto Distrital de Turismo resaltó que la Marcha Distrital “es una celebración de la vida, la diversidad y el derecho a ser”.

Contra-Marcha (29 de junio): Simultánea a la marcha oficial, esta movilización fue convocada autónomamente por colectivos críticos. Partió a la 1:00 p. m. desde el Museo Nacional hacia el Parque Santander (centro de la ciudad). Sus participantes –en su mayoría personas trans, no binaries y cis jóvenes– rechazaron el enfoque festivo del Orgullo y cuestionaron la participación de instituciones estatales y empresas en el evento. Retomando el espíritu de los disturbios de Stonewall, corearon consignas radicales como “no hay nada que celebrar” y “somos personas que vivimos discriminación no sólo en junio”. Esta Contra-Marcha, que nació en 2021, buscó así restituir el carácter rupturista e independiente del Orgullo, contraponiéndose a su institucionalización.

Yo Marcho Trans (5 de julio): Esta marcha (décima edición) dio voz a las demandas específicas de la población trans y no binaria. Partió del Recinto Ferial del barrio 20 de Julio y recorrió el suroriente bogotano hasta la Urbanización Granada Sur en San Cristóbal. Su lema, “La vejez trans y la vejez digna”, honró la lucha de las personas trans mayores y exigió derecho a envejecer con salud y cuidados. Reunió a más de 800 personas (según cifras oficiales) y destacó la participación de organizaciones sociales y autoridades locales en un ambiente de reivindicación comunitaria.

El rol de "La Contramacucha"

En este contexto, el protagonismo de colectivos disidentes fue fundamental. Entre ellos se destacó “La Contramacucha”, una articulación de personas trans, no binarias, racializadas y trabajadoras sexuales que ha liderado el llamado a descolonizar el Orgullo. Desde 2021 han denunciado la instrumentalización de la lucha LGBTIQ+ por parte de gobiernos y empresas, y han defendido un enfoque de lucha popular, anticapitalista, feminista y antirracista.

“No sentimos orgullo, sentimos rabia”, fue una de sus consignas principales este año. En medio del recorrido, integraron performances, discursos de denuncia y momentos de memoria por personas asesinadas por el odio y la exclusión. La Contramarcha no busca un espacio en la institucionalidad: busca transformarla. Su movilización fue, sin duda, uno de los actos más potentes y políticamente claros del Pride 2025 en Bogotá.

Regresión global de derechos: de Budapest a Latinoamérica

El debilitamiento del respaldo institucional no es un hecho aislado de Colombia. Este 2025, la marcha del Orgullo fue prohibida en Budapest por decreto del gobierno húngaro, bajo el discurso de proteger a la infancia. Un eco claro del auge del pensamiento ultraconservador que amenaza las libertades conquistadas.

Según ILGA World, 64 países criminalizan la homosexualidad y en 7 de ellos sigue vigente la pena de muerte. En Latinoamérica, la narrativa de “ideología de género” ha ganado terreno en campañas políticas y decisiones judiciales. Colombia no es la excepción. Las declaraciones en contra del lenguaje inclusivo, el retroceso en políticas de salud diferencial y la falta de voluntad para aprobar la Ley Integral Trans son señales de alarma.
 

Volver al origen del Orgullo

Lo ocurrido en Bogotá durante el Pride 2025 no fue una fractura generacional o una disputa entre “radicales” y “moderados”. Fue la expresión de una disputa por el sentido del Orgullo. En un mundo donde los derechos se negocian, las poblaciones LGBTIQ+ han recordado que sus vidas no son mercancía ni logística: son política viva. 

Si algo nos recordó este junio fue que el Orgullo nació como un motín, no como un desfile. En tiempos de regresión, es urgente recuperar su potencia transformadora. Porque frente al silencio del Estado, queda la voz de la calle.

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Sebastian Solano

Politólogo de la Universidad Javeriana con énfasis en Gestión Pública, formación complementaria en Comunicación Social y Diplomado en Liderazgo e Innovación para la Transformación Social. Con experiencia en dirección de proyectos y comunicaciones de diferentes ONGs de carácter nacional e internacional. Activista por la paz y la participación juvenil, presidente de AGloJoven Colombia, Embajador de Global Peace Chain y ganador del premio Generación 2030 de los Youth Awards 2020