Cúcuta sería la principal perjudicada en caso de una invasión militar de EE. UU. a Venezuela

En febrero de 2025, Álvaro Uribe viajó a Cúcuta junto a María Fernanda Cabal. En ese momento, empezaba a arreciar sobre él un enjambre de señalamientos por el juicio que se le seguía por manipulación de testigos y que terminaría encontrándolo culpable de los delitos de soborno y fraude procesal. Además de este hecho, el ELN acababa de realizar en Cúcuta y sus alrededores una asonada que incluyó bombazos como el que destruyó el peaje del sector de Lomitas, a cinco minutos de San Antonio del Táchira.

El epicentro de su visita fue el Centro Comercial de Alejandría, lugar donde se ubica uno de los Sanandresitos más grandes del país. Allí, entre los comerciantes que le han mostrado de manera indeclinable su apoyo, Uribe afirmó que la única manera en la que se restituiría la democracia en Venezuela era a través de una intervención de Donald Trump. Los fanatismos no entienden de razones y, por eso, lo vitorearon y aplaudieron hasta que las palmas de los comerciantes quedaron rojas.

Desde 2015, cuando las relaciones entre los gobiernos del entonces presidente Santos y Nicolás Maduro se rompieron, la frontera entre Colombia y Venezuela ha estado en crisis. En septiembre de 2022, cuando Petro recién llegó a la presidencia, se abrió, al menos de manera nominal, la frontera. A pesar de esos intentos desde el gobierno colombiano de reestablecer relaciones con Maduro, la situación política en Venezuela es lo suficientemente anormal como para tener un diálogo racional. La falta de claridad en las elecciones de julio de 2024, cuando Maduro volvió a ser elegido presidente, resquebrajó una vez más el diálogo entre ambos países. En todo ese lapso, la situación económica del país vecino causó una de las más graves migraciones que se han vivido en occidente. Se estima que cinco millones de venezolanos salieron de ese país y, por lo menos, el 30 por ciento de ellos se quedó en Cúcuta.

La crisis humanitaria que afecta a esa ciudad desde hace casi una década la ha golpeado con severidad. La pobreza, el desempleo, la delincuencia, disparadas por la migración venezolana, se han acentuado aún más por las pésimas administraciones municipales y departamentales. Ante esta situación, discursos incendiarios contra Venezuela y Maduro, como el que ha esgrimido el Centro Democrático y su líder, Álvaro Uribe, han convertido a la capital de Norte de Santander en un fortín de la derecha. A esto se suman las asonadas de grupos ilegales que, aunque en los últimos cuarenta años han sido una constante en esta ciudad, la narrativa uribista ha logrado que los cucuteños crean que esto se presenta solo por la laxitud de Petro y su gobierno con estas organizaciones armadas. Así que, en ninguna otra ciudad del país se vive con más intensidad y expectativa la posible invasión de Estados Unidos a Venezuela.

Cúcuta ha sido, desde 1998, cuando se creó el Bloque Fronteras de las AUC, escenario de varias crisis humanitarias derivadas por el desplazamiento que provocaron los paras de Mancuso en el Catatumbo, después de las masacres de Tibú y La Gabarra, alcaldías como la de Ramiro Suárez con evidentes nexos con el paramilitarismo, la edificación de lugares de horror como los hornos crematorios de Juan Frío y la gran migración venezolana, que arrancó desde 2015. Además de esto, grupos como el ELN han azotado a la ciudad desde los años ochenta. Esta guerrilla asesinó a personalidades políticas como el senador Jorge Cristo, —padre del exministro Juan Fernando Cristo —, y periodistas como Eustorgio Colmenares, creador y director de La Opinión, el diario más importante de la ciudad. Además, ha provocado el caos en la región desde hace décadas.

El horror de la guerra ha sido un compañero inseparable de Cúcuta. El 16 de enero de 2025, la ofensiva del ELN contra las disidencias de las FARC provocó el desplazamiento, tan solo en febrero, de 18.000 personas que llegaron a Cúcuta, específicamente al estadio General Santander. La ciudad apenas se repone de este hecho.

En el año 1983, un bolívar costaba 18 pesos, se avaluaba como si fuera el dólar. Cúcuta vivió de esa bonanza durante años. La crisis económica generada por el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, en los años noventa, devaluó el bolívar y sentó las bases de inconformidad de los venezolanos con sus dos partidos tradicionales: Acción Democrática y Copei y allanó el camino para que surgiera el chavismo. La crisis económica venezolana ha arrastrado también a Cúcuta y, a su vez, la debacle del chavismo en manos de Nicolás Maduro, ha terminado de sepultar las esperanzas de esta ciudad fronteriza. Pero todo se agravaría aún más en caso de una invasión. Se recrudecería la migración, se haría indetenible, y el ELN y otros grupos de extrema izquierda que azotan regiones aledañas a la ciudad como el Catatumbo, encontrarían su justificación histórica y moral para ejercer libremente acciones terroristas.

Cúcuta agudizaría aún más la crisis humanitaria que la azota. En ninguna circunstancia, estar tan cerca al fuego de una guerra puede ser favorable para una pequeña ciudad.

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Iván Gallo

Es guionista de dos películas estrenadas en circuito nacional y autor de libros, historiador, escritor y periodista, fue durante ocho años editor de Las 2 orillas. Jefe de redes en la revista Semana, sus artículos han sido publicados en El Tiempo, El Espectador, el Mundo de Madrid y Courriere international de París.