
La relación entre Estados Unidos y Venezuela, en lo que va de siglo, ha sido tensa. Han estado en un cruce de acusaciones mutuas y, por más que el gobierno sea republicano o demócrata, en Washington ven con recelo cualquier acción ejercida desde la Casa de Miraflores. A comienzos de esta semana, se empezó a vivir un momento de absoluta tensión. El gobierno de Donald Trump ordenó la movilización de tres buques de guerra cerca a las costas venezolanas en un operativo que tuvo más que ver con detener el supuesto flujo de narcotráfico que abunda en la zona.
Nicolás Maduro prendió las alarmas y afirmó tener 4,5 millones de milicianos listos para ir a la guerra. En Colombia, los sectores más radicales celebran una posible invasión de Estados Unidos a Venezuela, sin tener en cuenta los efectos devastadores que tendría para nuestro país este hecho. En 1989, ocurrió la última invasión yanqui a un país latinoamericano, y fue una pesadilla.
El ataque ocurrió el 20 de diciembre de 1989. El presidente norteamericano era George Bush y el panameño era el general Manuel Antonio Noriega, quien incluso participó en la traición que terminaría con el gobierno de Torrijos. Noriega fue una ficha de Washington, hasta que sus desafueros rozaron lo intolerable. Los panameños gozan diciembre con la intensidad de los caribeños, así que es posible que muchos estuvieran despiertos cuando empezaron a sonar los motores de los cazabombarderos rozando el suelo. Y después las bombas, por supuesto. Fue una invasión que se dio por cielo, mar y tierra.
Sin discriminar, las bombas caían en uno de los barrios más centrales de Panamá, Chorrillo, en donde se centraba buena parte del capital político y humano del dictador. La ciudad de Panamá se convirtió en una zona de guerra, con hombres vestidos de traje de camuflado, pintura verde en la cara y apostados en los árboles en zonas residenciales. Noriega se refugió en la Embajada del Vaticano y los marines usaron como estrategia algo que jamás se nos olvidará: pusieron parlantes haciendo retumbar el Heavy Metal para presionar al general a salir del lugar.Pusieron un comando en las afueras de ese barrio y allí
procesaban a todo aquel que tuviera que ver con el régimen. La operación se llamó Causa Justa, duró poco menos de dos meses y la gente, definitivamente, no tenía a Noriega en su corazón, no existió ningún tipo de levantamiento popular. Sin embargo, esos 25.000 hombres que entraron a una ciudad que tenía 500.000 habitantes jamás respondieron ni dieron el número exacto de víctimas que dejó la invasión. Se estima que pudieron ser entre 300 y 3000 los muertos civiles. El propósito de Washington era capturar a Noriega, pero dejaron a su paso una estela de muerte y destrucción. Este es el momento y 35 años después de la invasión no ha habido una sola persona reparada en Panamá y eso que, en el año 2018, la CIDH condenó a los Estados Unidos por esta invasión y ordenó la reparación de sus víctimas.
La crisis de Panamá empezó en 1984, después de que el coronel Díaz Herrera denunciara por fraude a Noriega por las elecciones ganadas ese año. Desde entonces, se puso en duda su legitimidad. Además, cada vez se hablaba con mayor insistencia de que Panamá se estaba convirtiendo en un santuario para el Cartel de Medellín. Todos sabían que Noriega era un dictador al servicio de la CIA, que trabajaba para el gobierno norteamericano. La resistencia de Noriega duró hasta el 3 de enero de 1990, EE. UU. decidió acabar con el ejército panameño. Desde entonces, el país cambió para siempre.
Fue la última vez que Estados Unidos metió sus narices en Latinoamérica, al menos de manera presencial y en una invasión. El descrédito para Bush le costó las elecciones de 1991. ¿Estamos dispuestos a volver a soportar otro momento de horror?